No es casual que, entre las acciones de agitación que se planteaba realizar la Internacional Situacionista (IS) en su manifiesto de 1960, se encontrara la ocupación de la sede parisina de la Unesco, concebida como “la concentración directiva de la cultura localizada en un solo edificio”.
Y es que, en el cuestionamiento radical de la cultura en tanto que sustento básico del sistema del espectáculo y, al mismo tiempo, en la llamada insistente a la creación de una nueva cultura que, en sí misma, propicie la necesidad de tomar las riendas de nuestras propias vidas, se encuentra uno de los ejes principales de la impronta situacionista que emergió del empeño apasionado de un puñado de artistas en los inicios de la segunda mitad del siglo XX.
En el libro "Rupturas situacionistas", Aurelio Sainz toma como punto de partida el carácter central que la cultura ocupó en la IS desde su texto fundacional de 1957 para establecer un recorrido minucioso por la propia evolución del movimiento situacionista, basándose, especialmente, en el análisis de los presupuestos teóricos en que se apoyó.
Una evolución, pues, que en el ensayo se articula en dos partes: una primera, que abarca desde el inicio de la IS hasta el año 1962 y que se caracteriza por su propuesta de “superar el arte” a través de una revolución cultural.
Y una segunda parte, que se inicia a partir de 1962 con la intensificación política de todas sus expectativas teóricas hasta fundirse en la acción colectiva transformadora que supusieron los hechos de Mayo del 68. Esto no significa que la implicación política ganara la partida al arte, sino que, para los situacionistas, se había convertido en la misma cosa.
En este sentido, un ejemplo cercano de que la apuesta de la IS no fue una mera puesta en escena de artistas fuera de órbita -como a veces se suele interpretar- fue el hecho de que, en el Estado español, la recepción de los situacionistas no fue en su momento una iniciativa de un grupo de artistas o agentes culturales, sino de organizaciones como Acción Comunista, el Movimiento Ibérico de Liberación (MIL) y, en general, de todos los grupos que se movían en la heterodoxia marxista, la autonomía y el consejismo obrero que fue, precisamente, el sustrato político del que más se nutrió la IS en su segunda etapa.
La descolonización de la vida cotidiana
Uno de los aspectos más interesantes del trabajo de Aurelio Sainz es el modo en que evita la seducción teórica, guardando una distancia metódica y crítica con la producción textual de la IS (verdaderos exploradores de “la fuerza de la palabra”), para poder así vertebrar su ensayo a través de las analogías y diferencias que los situacionistas mantienen con autores como W. Benjamin, T. Adorno o H. Marcuse, además de teóricos de la vanguardias artísticas como P. Bürger o F. Jameson, entre otros.
Por eso resulta acertada la caracterización que Sainz hace de la IS como uno de los retos artístico-políticos más exigentes del siglo XX, ya que, para el autor, la ruptura de la IS respecto a los anhelos de muchos artistas del pasado consistió, sobre todo, en que “para los situacionistas no se trata de poner el arte al servicio de la revolución, sino de proponer una revolución social llevada a cabo de forma autónoma y con sus propios medios”.
En esta misma dirección, el libro también nos brinda la posibilidad de obtener una visión de conjunto de todos esos “medios propios” que fueron ideados en el seno de la IS para la consecución de sus objetivos. Medios como “la construcción de situaciones” (base fundamental que da nombre al movimiento), el urbanismo unitario, la psicogeografía, el détournement (desvío), la deriva y la apuesta por el juego.
También es destacable el análisis que se ofrece en la segunda parte del libro de La sociedad del espectáculo de Guy Debord. En especial, de los conceptos de Separación, Historia y- sobre todo- de Tiempo defendidos por Debord.
No en vano, tiempo y vida (individual y colectiva) se identifican de forma tan estrecha en los situacionistas, que todas sus propuestas de transformación confluyen en un solo propósito: la descolonización liberadora y total de la vida cotidiana.
Estas palabras escritas en el número 3 de la revista de la IS (1959) lo expresan muy bien: “El acto situacionista más sencillo consistirá en abolir todos los recuerdos del empleo del tiempo de nuestra época. Es una época que, hasta ahora, ha vivido muy por debajo de sus posibilidades”.
Alfonso López Rojo
Setmanari Directa, núm. 253, diciembre de 2011
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