Un anarquista en su arrojo individual puede hacer bastante, pero aunado con otro, puede hacer mucho más. Hoy como ayer esa vieja expresión sigue siendo cierta, y para nosotros, urgente. No estamos obligados a unirnos, pero entendemos que reuniendo diversas capacidades individuales podemos llegar más lejos o bien solucionar problemas más complejos. La unión entre anarquistas no nos debe espantar, aunque es claro que debemos combatir las formas autoritarias de conexión. La organización es simplemente un medio, jamás el fin donde concentrar todas nuestras energías, es un espacio de relaciones en donde diversas individualidades se citan para actuar coordinadamente, un nodo que nos puede ser de gran utilidad, pero nada mas.
¿Unidad por la unidad? –ciertamente no. Pues no debiera, creo, ser nuestro el fetiche del número, de la “organización única del anarquismo”, de las grandes y pomposas siglas, de las miles de banderas en las marchas. La unidad que proponemos es la unidad para la acción, no es la unidad para que nuestra organización sea más numerosa. Nos unimos para hacer, no para parecer. Y ese hacer está condicionado por los intereses de cada grupo particular. Podemos agruparnos para auto-educarnos, para difundir la propaganda anárquica, para crear situaciones de tensión, para levantar instancias de economía no capitalista, para generar, en fin, una gama muy diversa de expresiones. Eso es lo urgente: hacer.
¿Qué es un grupo de afinidad? Básicamente es un tipo de organización que ha sido rescatado y utilizado con prolijidad desde el anarquismo. Es el núcleo, en ocasiones la unidad política primera tras el individuo, la coordinación elemental. Puede estar compuesto a partir de 2 personas y hasta donde alcancen los afines, o hasta donde cada grupo quiera llegar. Es una organización horizontal, sin jerarquías: así se relacionan sus miembros y así toman sus decisiones. Desde un prisma libertario puede estar orientado a satisfacer diversos intereses (difusión, cultura, economía, etcétera). Aunque en este punto quisiéramos agregar una necesaria crítica elaborada por algunos compas de Iberia, de la FIJA, al respecto:
Un grupo de afinidad por no permitir burocracias y jerarquías en su interior y por ser primordialmente autónomo, puede actuar de forma muy dinámica pues sus componentes no están obligados a esperar órdenes ajenas, a menos que previamente se hayan concertado acciones coordinadas.
Allí cada personalidad aporta al colectivo permitiendo la creación de un acervo de experiencias y saberes muy diversos y complejos, disponibles de forma sistematizada o informal, para el momento de planificar y actuar.
Debe existir la confianza plena y dado que es un grupo autónomo, y no un partido o un aparato “político-militar”, no ha de existir compartimentaciones de conocimientos. Todos deben estar informados de aquellas cosas que afectan a todos. Claramente la diversidad de saberes es algo que en un primer momento está fuera de nuestras capacidades de control y es hasta un beneficio para un colectivo, pero no hay que dejar espacio para que esa diversidad se traduzca en relaciones de dependencia, y por extensión, de dominio.
Los grupos anarquistas, los grupos de afines, no deben dar lugar a jerarquías, ni a mandones, y si bien es cierto que en muchas ocasiones la diversidad de temperamentos (Lo que se traduce en la facilidad o dificultad de “hablar” en público, por ejemplo) decantan en una especie de “protagonismo” de algunos compañeros sobre otros, tanto estos como aquellos deben hacer todo lo posible para conjurar dicha situación, dado que allí está presente el germen de la jerarquía, hoy en estado pasivo, pero quien sabe mañana.
Por lo anterior es importante que cada individuo del grupo sea plenamente activo, según sus capacidades y ánimos, y permanentemente crítico de las características, relaciones creadas y acciones desarrolladas en la organización. Insistimos, no hay que fetichizar nuestras instancias de coordinación. No vale aquí el tiempo de vida de la sigla, ni la nostalgia por los tiempos idos, no vale cuando ya la organización no nos sirve y no nos sentimos plenos en su interior.
Las decisiones que se tomen dentro de la organización, creo, deben utilizar al mínimo la democracia. Aun entendiendo que aquella es útil en ciertas ocasiones para resolver algunos asuntos, es plausible razonar que la misma no deja de responder a la tiranía de la mayoría sobre las minorías. El número no garantiza nada. 99 pueden votar en favor de que la tierra es cuadrada, 1 puede decir lo contrario ¿Quién está en lo correcto?. Demás está decir que quien esté en contra de la decisión de la mayoría del grupo, no tiene porqué secundar a los mismos. Si las diferencias son muy graves es porque la afinidad ya no existe, y el vínculo con la organización puede voluntariamente desaparecer.
Hay quienes proponen trabajar con la idea del consenso, es decir, en lugar de hacer competir opciones por votos, se genera una informada y participativa discusión en que se llega a un acuerdo común. Esto claramente es un avance, sin embargo hay que tener cuidado con anular nuestras voluntades por una unión forzada. La discusión se debe hacer y sobretodo porque con ella es posible llegar a conocimientos mas complejos de la situación en tanto se incluyen mas perspectivas sobre el mismo problema, pero si después de “agotar” el debate no hay acuerdo ¿Cuál es el problema?. El grupo debe fomentar la crítica y la coincidencia de intereses en lugar de la anulación de las voces contrarias. Y si bien el consenso no quiere decir acuerdo total y armónico, y se constituye como una salida deseable, aquel método también debe tratarse con cuidado. El grupo no debe absorber al individuo, debe proyectarlo, y si eso no se da, hay que marginarse de la decisión de las mayorías, y si las diferencias son irreconciliables y la convivencia posterior imposible, no tenemos por qué seguir ahí. No hay que sacralizar a la organización.
Las formas en que se distribuyen las responsabilidades dentro del grupo dependerán exclusivamente de la voluntad de sus componentes. Serán ellos quienes decidirán si les sirve más dividirse todas las funciones o solo algunas o ninguna. Pero hay que tener presente que generalmente delegar en otros las responsabilidades, puede inhibir la actividad de los demás en torno al tema particular del que se encargará el primero. La delegación puede ser operativamente útil, pero es un peligro cuando una responsabilidad específica permanece permanentemente en manos de alguien, o cuando se generan relaciones de dependencia, o bien cuando delegar en otro se traduce en desentenderse de aquel tema.
Así como en muchas ocasiones aunar fuerzas individuales en esfuerzos colectivos ayuda a proyectar nuestras energías, lo que se supone se podría dar con la creación de un grupo de afinidad, de igual forma en ciertos momentos nos puede ser de utilidad mancomunarnos con otros nodos de actividad anárquica, con otros grupos de afines, o bien con entidades organizadas de forma distinta a la nuestra (coordinadora, sindicato, asambleas, escuelas libres, cooperativas). Lo importante es nuevamente que aquella unidad sea real y sobretodo útil, y que no nos anule, analizar si para los objetivos que nos estamos fijando podemos efectivamente o no lograr más y mejores cosas unidos, que permaneciendo aislados. Y es que, una vez mas se presenta necesario destacar y problematizar el hecho de que no todas las actividades se ven beneficiadas con la unión.
La propaganda impresa, por ejemplo, se beneficia del aislamiento en tanto aquel obliga a ejercer más energías en cada proyecto y sobre todo porque la atomización posibilita la generación de iniciativas editoriales muy diversas (en características de soporte y en diversidad de intereses) y en distintos puntos espaciales. La fusión de múltiples expresiones impresas, creo, resta –entre otras cosas- la “riqueza” de la diversidad.
En otras ocasiones ese mismo aislamiento nos imposibilita para coordinar campañas o para elaborar acciones que requieren más voluntades y recursos, o que están pensadas para desarrollarse mas allá de los espacios territoriales en que nos desenvolvemos cotidianamente. En fin, es un tema complejo. Lo importante es ser sumamente críticos de las ventajas y dificultades que nos puede presentar la coordinación con otros grupos, entendiendo que para cierto tipo de actividades la unión es útil, y para otras no.
Indudablemente hay diversas formas de organizarse, esta es solo una de ellas. Cada cual tiene sus ventajas y desventajas. Los grupos de afinidad no son la última panacea, pero vaya que nos pueden servir para la difusión y concreción de discursos y prácticas libertarias. Y por supuesto, no son excluyentes de la actividad individual o de la participación en otras instancias organizativas.
Por último, una breve “arenga”. Los grupos de afinidad no solo pueden ser espacios operativos, pues también –y tal vez con mayor prioridad- constituyen nodos de relaciones anárquicas, de encuentros en libertad y sin coerción. En los grupos, por muy minúsculos que sean, germinan las realidades nuevas que buscamos. Formas de sociabilidad, cultura, economía y política libertaria se difundirán y expresarán en cada grupo que pueda surgir en todos los pueblos y barrios a lo largo y ancho de esta región y de otras. Si es nuestra la voluntad de expandir la idea, sus contenidos y sus prácticas, sin duda, hay mucho por hacer.
Manuel de la Tierra
Algunos textos de referencia:
Willful Disobedience, “Desarrollar relaciones de afinidad”
Notes from Nowhere, “Grupos de afinidad”
Federación Ibérica de Juventudes Libertarias, “Los grupos de afinidad anarquista”
Manuel Lagos, ’Viva la Anarquía’: Sociabilidad, vida y prácticas culturales anarquistas. Santiago, Valparaíso, 1890-1927”, Tesis Magíster en Historia, USACH, 2009.
Dolores del Rio, “Organizándose para la acción”, El Libertario, Caracas, septiembre 2011
** Publicado en El Surco Nº32, enero/febrero 2012
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