Ahora que está a punto de celebrarse no sé muy bien qué, sobre el mito del cristianismo, y mientras en la tierra donde supuestamente nació masacran al pueblo palestino ante la indiferencia generalizada, no está demás lanzar unas reflexiones al respecto. Antes de nada, un lúcido comentario apriorístico ante las acusaciones de todos esos bodoques sobre que criticamos fácilmente una religión mientras con otras, supuestamente, no nos atrevemos. Y es que, de forma obvia, uno lanza exabruptos sobre las creencias e instituciones que sufre con mayor fuerza, máxime si pretende ser toda una luz civilizatoria como es el caso del cristianismo (en este inefable país, llamado España, sabemos mucho de eso). Diremos, por supuesto, que hay que combatir otras religiones, como es el caso de la musulmana, máxime con las teocracias que perviven en el siglo XXI y con la guerra santa proclamada por unos cuantos fanáticos dispuestos a hacer cualquier barbaridad en nombre de ella, algo por otra parte que también han hecho históricamente los seguidores de ese personaje de ficción evangelizadora llamado Jesús. Aclarado esto, vamos allá. Ya el gran Bertrand Russell lo dijo hace casi un siglo, pero trataremos de señalar de nuevo lo evidente ya entrado el nuevo milenio. Las brillantes diatribas de hoy no serán contra la religión en general, con sus peculiares fantasías sobre seres sobrenaturales y sus sueños sobre la inmortalidad, más bien sobre la figura que ha conformado culturalmente eso que llamamos Occidente.
Y es que llega hasta la actualidad, no estoy muy seguro si de forma sincera o no a poco que reflexionemos, que ese profeta de la Antigüedad llamado Jesús, tenga o no una naturaleza divina, es un ser dotado de una capacidad moral superlativa. No entraremos en la fiabilidad histórica de su existencia, más bien dudosa, daremos por hecho que todas las contradicciones existentes en los mitos puestos negro sobre blanco en las sagradas escrituras, efectivamente, han dado lugar a todo un referente moral y cultural más o menos coherente. Tampoco insistiremos demasiado en toda esa distorsión racional que supone cualquier creencia religiosa, aunque resulte inevitable vincularla también a la que se produce en el terreno moral. Vamos con ello. De entrada, un fulano que sostiene nada menos que la condena eterna no puede más que espantar a alguien medianamente sensible. No es que hablemos de una tortura durante años a alguna suerte de malnacido, no, sino de tostarse al fuego por toda la eternidad para aquellos, no solo que se hayan portado mal (como se dice a los pobres infantes), también para los que no tengan la peculiar fe religiosa. Ya solo por esto, y no creo decir nada especialmente impactante, es para cuestionar a alguien que pretende ser un ejemplo moral.
No olvidemos tampoco que las enseñanzas de Jesús ponían como primer precepto el amor y sometimiento a Dios, el gran Amo, una exigencia que realizaba de manera rigurosa mediante una fe inconmovible del creyente. No hace falta tener una gran sensibilidad libertaria para sentir horror hacia esa obligación, que echa por tierra una mínima capacidad de elección de cada cual. El manido «amor al prójimo», que tanta gente suele valorar, y sin dudar de que haya habido cristianos que lo hayan tratado de seguir a rajatabla, conlleva no pocas contradicciones y cosas cuestionables. Está muy bien proclamar que no hay que abrir la cabeza a los demás a poco que no nos guste su comportamiento, pero ese enseñanza supone muy a menudo una tolerancia y resignación ante lo inicuo que parece intolerable. Por otra parte, vinculado con ese abstracto amor al otro se encuentra una exigencia de humildad y pureza, que desemboca inevitablemente en la humillación y rebajamiento del pobre incauto cristiano. Y es que ni siquiera el llamado Jesús fue capaz de estar a la altura de todos esos despropósitos y encontramos ejemplos en los evangelios de sus amenazas, cólera y actos vengativos, por no hablar de un tipo al que resulte francamente difícil encontrar virtudes intelectuales apreciables. La severidad y exigencia de obediencia, aunque excluyamos algunas cosas ya expuestas, parecen contradecir abiertamente la idea de que Jesús era un ejemplo de perfección moral. Tal vez, solo tal vez, al margen de las creencias sobrenaturales que muchos se empecinan en sostener, y dejando a un lado la fe irracional, todo esto sirva para reflexionar un poquito sobre los referentes culturales que barajamos y sobre la profunda distorsión moral que padecemos.
Juan Cáspar
https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2023/12/23/cristianismo-y-distorsion-moral/
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