Por Tariq Ali. Extraído de El Salto
Versión en catalán en la web de Heura Negra
En diciembre de 1987 estalló una nueva intifada en Palestina, que sacudió los cimientos tanto de Israel como de las élites del mundo árabe. Pocas semanas después, el gran poeta sirio Nizar Qabbani escribió La trilogía de los hijos de las piedras, en la que denunciaba a la vieja generación de dirigentes palestinos, hoy representada por la corrupta y colaboracionista (No)Autoridad Palestina. Fue cantada y recitada en innumerables cafés palestinos:
Los hijos de las piedras
han desordenado nuestros papeles
derramado la tinta sobre nuestras ropas
han mostrado su burla ante la banalidad de los viejos textos…
Oh hijos de Gaza
No hagáis caso de nuestros medios de comunicación
No nos escuchéis
Somos el pueblo del cálculo frío
De la suma, de la resta
Librad vuestras guerras y dejadnos en paz
Estamos muertos y sin tumba
Huérfanos sin ojos.
Hijos de Gaza
No prestéis atención a nuestros escritos
No seáis como nosotros
Nosotros somos vuestros ídolos
No nos adoréis
Oh locos de Gaza
Mil saludos a los locos
La era de la razón política hace tiempo que se fue
Así que enseñadnos la locura…
Desde entonces, el pueblo palestino ha probado todos y cada uno de los medios posibles para conseguir algún tipo de autodeterminación significativa. Renuncien a la violencia, se le dijo. Lo hicieron, aparte de alguna que otra represalia tras la enésima atrocidad israelí. Entre los palestinos radicados en su país, así como entre aquellos dispersos en la diáspora, se ha verificado un apoyo masivo al movimiento Boycott, Divestment and Sanctions (Boicot, Desinversión y Sanciones): un movimiento pacífico par excellence, que comenzó a ganar tracción en todo el mundo entre artistas, académicos, sindicatos y, ocasionalmente, entre algunos gobiernos. Estados Unidos y su familia de la OTAN respondieron intentando criminalizar el BDS en Europa y Norteamérica, alegando, con la ayuda de grupos de presión prosionistas, que boicotear a Israel era “antisemita”, estrategia que se ha demostrado muy eficaz. En Gran Bretaña, el Partido Laborista de Keir Starmer ha prohibido cualquier mención al “apartheid israelí” en su próxima conferencia nacional. La izquierda laborista, temerosa de ser expulsada, ha guardado silencio sobre esta cuestión. Una situación lamentable. Mientras tanto, la mayoría de los Estados árabes se han unido a Turquía y Egipto capitulando ante Washington. Arabia Saudí se encuentra actualmente en negociaciones, con la mediación de la Casa Blanca, para reconocer oficialmente a Israel. El aislamiento internacional del pueblo palestino parece que va a aumentar. La resistencia pacífica no ha llegado a ninguna parte.
Durante todo este tiempo, entretanto, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han atacado y asesinado a la población palestina a placer, mientras los sucesivos gobiernos israelíes se esforzaban por sabotear cualquier esperanza de creación de un Estado palestino. Recientemente, un grupo de exgenerales de las FDI y de agentes del Mossad ha admitido que lo que se está haciendo en Palestina constituye crímenes de guerra. Pero solo se armaron de valor para afirmarlo cuando ya se habían retirado de sus puestos de mando. Mientras estuvieron en activo, sin embargo, apoyaron plenamente a los colonos fascistas activos en los territorios ocupados, permaneciendo impasibles mientras estos se afanaban en quemar casas, destruir plantaciones de olivos, verter cemento en los pozos, atacar a los palestinos y expulsarlos de sus hogares mientras cantaban “muerte a los árabes”. Lo mismo hicieron los líderes occidentales, que dejaron que todo esto aconteciera sin que se oyera siquiera un murmullo de su boca. Como diría Nizzar Qabbani, la era de la razón política hace tiempo que se fue.
Entonces, un día, los dirigentes electos de Gaza empiezan a contraatacar. Salen de su prisión al aire libre y cruzan la frontera sur de Israel, atacando objetivos militares y poblaciones de colonos. De repente, los palestinos encabezan los titulares internacionales. Los periodistas occidentales se sorprenden y se muestran horrorizados ante sus actos de resistencia. Pero, ¿por qué no iban a hacerlo? Saben mejor que nadie que el gobierno de extrema derecha de Israel tomará represalias con saña y crueldad inusitadas, respaldado por Estados Unidos y por la acoquinada y pusilánime Unión Europea. Pero aun así, los palestinos y palestinas no están dispuestos a quedarse de brazos cruzados mientras Netanyahu y los criminales de su gabinete expulsan o matan gradualmente a la mayoría de su pueblo. Saben que los elementos fascistas del Estado israelí no tienen ni van a tener reparos en sancionar el asesinato en masa de la población árabe. Y saben que hay que resistirse a ello por todos los medios necesarios. A principios de este año, los palestinos observaron las manifestaciones de Tel Aviv y comprendieron que a quienes marchaban para “defender los derechos civiles” no les importaban los derechos de sus vecinos ocupados. Decidieron entonces tomar cartas en el asunto.
¿Tienen derecho los palestinos a resistirse a la agresión incesante a la que están sometidos? Absolutamente. No existe ninguna equivalencia moral, política o militar, entre ambas partes. Israel es un Estado nuclear, armado hasta los dientes por Estados Unidos. Su existencia no está amenazada. Son los palestinos, sus tierras, sus vidas, los que lo están. La civilización occidental parece dispuesta a permanecer impasible mientras son exterminados. Ellos, en cambio, se levantan contra los colonizadores.
Poema anónimo de un campesino palestino:
“Quemad nuestra tierra,
quemad nuestros sueños,
verted ácido en nuestras canciones.
Cubrid con serrín la sangre de los nuestros, asesinados.
Arrasad con vuestras bombas los valles,
borrad con vuestros editores nuestro pasado,
nuestra literatura,
nuestra metáfora.
Desnudad los bosques y la tierra, hasta que ni el insecto, ni el ave, ni la palabra encuentren rincón alguno donde refugiarse.
Ahogad con vuestra tecnología el clamor de todo lo que es libre, salvaje e indígena.
Destruid.
Destruid.
Nuestra historia y nuestro suelo.
Asolad alquerías y aldeas que nuestros mayores construyeron. Los árboles, las casas, los libros, y las leyes y toda la equidad y la armonía.
Haced eso y aún más.
No temo la tiranía.
No desespero nunca,
y es que guardo una semilla, una semilla pequeña pero viva, que voy a guardar con cuidado, y a plantar de nuevo”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario