Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

domingo, septiembre 17

Cory Doctorow: “La ciencia ficción desafía lo inevitable y plantea que podríamos hacerlo de otra manera”

 

En ‘Walkaway’, el escritor Cory Doctorow presenta a unos personajes que viven una alegoría sobre el potencial de la cooperación para imaginar, frente a amenazas y coacciones, un mundo alternativo al margen de aquello preestablecido como inevitable


Cory Doctorow es autor de ciencia ficción, ensayista y activista, esferas todas ellas conectadas en su trabajo por una especial dedicación a las dimensiones políticas y de los derechos civiles en la tecnología. Docente e investigador de varias universidades en Estados Unidos y Gran Bretaña, su obra literaria ha sido reconocida con los premios Locus, Prometheus, Copper Cylinder, White Pine y Sunburst, además de haber sido nominado a los Hugo, Nebula y British Science Fiction. Su novela Walkaway, publicada por Capitán Swing con traducción de Enrique Maldonado Roldán, propone un futuro esperanzador por medio de un movimiento, el de los andantes [walkaways], que ha decidido dar la espalda a una sociedad marcada por la corrupción e ignorante al cambio climático y la desigualdad rampante, para ocupar los territorios abandonados del mundo postindustrial. Al abandonar la sociedad “por defecto”, los personajes de Doctorow en Walkaway transitan una alegoría sobre el potencial de la cooperación para imaginar, frente a amenazas y coacciones, un mundo alternativo al margen de aquello preestablecido como inevitable.

Walkaway se presenta como una novela utópica dentro de un mundo dominado por una distopía climática. Mencionas una serie de figuras como fuentes de inspiración durante el proceso de escritura en lo que respecta a la esperanza, la empatía y el altruismo. Una de ellas es Rebecca Solnit.

Sí, su libro Un paraíso en el infierno es sobre la realidad de las crisis. Ya sabes, hay un tipo de historia sobre las crisis que se repite a menudo en la ciencia ficción y que plantea que, cuando las cosas van mal, las luces se apagan y tus vecinos vienen a por ti a comerte. Lo que Solnit muestra como historiadora en su libro, que consiste en una investigación minuciosa de fuentes primarias sobre desastres, es que para la mayoría, cuando ocurre uno de esos desastres, se detiene esa queja que todos sentimos, como una especie de zumbido continuo de fondo. Entonces, tenemos una especie de silencio tañido en el que, con cierta claridad, nos damos cuenta de que, sea lo que sea lo que nos pase con nuestros vecinos, estamos encerrados en un sistema de dependencia y obligación mutua, y no es el momento en el que vamos a su casa a comérnoslos. Es el momento en el que tus vecinos vienen con toda la comida del congelador para hacer una gran barbacoa, porque de lo contrario se va a echar todo a perder, ya que las luces se han apagado porque se ha ido la electricidad. Es algo hermoso, pero gran parte de la ciencia ficción, incluidas obras que he escrito, adopta el tipo de enfoque perezoso con la intención de impulsar la trama, en la que, con el desastre, llueve el caos y demás. Yo creo que hay una trama mucho mas interesante en una historia en la que la crisis precipita un esfuerzo de buena fe y buena voluntad para mejorar las cosas, pero ese esfuerzo se ve obstaculizado no por la venalidad o la maldad, sino más bien por un legitimo desacuerdo entre personas que realmente quieren mejorar las cosas, pero no están de acuerdo en cómo debe hacerse. Es mucho mas trágico tener una pelea con la gente que amas, que termina con un desacuerdo duradero, que tener un desacuerdo con la gente que no te gusta. ¿Porque a quién le importa no estar de acuerdo con la gente que no le gusta? Cualquiera que haya vencido en una discusión durante una cena de Navidad sabe que lo único peor que perder una discusión en Navidad es ganarla, porque entonces tienes una fractura con la gente que te importa que puede llegar a durar para siempre.

Otra de esas referencias que mencionas es Thomas Piketty.

En el caso de Piketty se trata de un autor que hace un estudio muy interesante sobre la desigualdad, que no es sólo injusta, sino también peligrosa y desestabilizadora. Centra su argumento alrededor de los programas sociales y los impuestos, al tiempo que expone la voluntad de los ricos y poderosos en invertir parte de su riqueza y sembrar su influencia en el resto de nosotros, para que la desigualdad sea percibida como parte de nuestro propio interés. Piketty muestra que el problema de la acumulación y la avaricia no es solo que sean cosas injustas, sino que desestabilizan a la sociedad, porque, ¿para qué defenderías a una sociedad que no te defiende a ti, que no tiene nada que ofrecerte? ¿Por qué no mejor vestir un chaleco amarillo o hacer cualquiera de las otras cosas que realmente asustan a los ricos? Para Piketty, los ricos comprenden que hay una especie de entendimiento tácito, según el cual pueden o pagar impuestos o gastarse el dinero en guardias para evitar que la gente construya una guillotina en su jardín. Y hay un punto en el que realmente es más barato pagar tus impuestos y dejar que construyan hospitales, que pagar a los guardias para que estén en tu jardín con ametralladoras. El asunto sobre la tecnología que he sacado del trabajo de Piketty se refiere a la posibilidad de que la tecnología haga más barato detener las guillotinas, porque es tan fácil espiar y controlar a la gente que, si dispones de mucha de esa tecnología, se puede ser mucho mas codicioso sin preocuparte de las guillotinas. Ya no es necesario tranquilizar a la gente compartiendo, siendo amable y justo. Gracias al trabajo de Piketty me quedó bastante claro en el momento en que escribí el libro, pero incluso más ahora, que los ricos, si bien individualmente saben que son incapaces de disciplinarse a sí mismos de forma colectiva, están encerrados en su propio dilema del prisionero que hace que el resto estemos inmersos en esta crisis amenazante.

La tercera influencia que destacas es la de David Graeber.

Graeber fue un gigante, un gran pensador al que conocí y que fue mi amigo. Su libro En deuda recorre un largo camino para explicar qué es el dinero y para qué sirve. Como Graeber demuestra, nunca hubo un momento en el que el dinero surgiese espontáneamente, para que por ejemplo los granjeros intercambiaran un pollo y una vaca, sino que fue creado por los Estados para lubricar y movilizar el capital social con el objetivo de cumplir sus fines públicos. Y a veces esos fines públicos fueron terribles. La primera moneda, por ejemplo, fue acuñada por reyes de la Edad de Bronce que conquistaron otros países y querían obligar a los agricultores a alimentar a los soldados que los custodiaban. Así que lo que hacían los reyes era pagar a los soldados en monedas y luego cobraban impuestos a los campesinos también en monedas, con lo cual, para que los campesinos pagaran sus impuestos tenían que conseguir monedas de los soldados, y por ello debían vender su comida a estos.

En última instancia, esto indica que la historia que los conservadores de extrema derecha se cuentan a sí mismos sobre la sociedad, que emerge espontáneamente a partir de contratos libres entre individuos, simplemente no es cierta. La sociedad es siempre un esfuerzo colectivo y no una serie de esfuerzos individuales, y esa es una lección muy importante del libro.

Dedicas el libro a Aaron Swartz y Erik Stewart, que entiendo que también fueron figuras relevantes para tu trabajo.

Aaron y Erik fueron dos queridos amigos que murieron demasiado jóvenes. Ambos eran activistas radicales y nunca estuvieron dispuestos a aceptar la sociedad tal y como era: siempre estuvieron interesados en exigirle lo que podría ser. Y ese es el proyecto de los andantes. En definitiva, esas cinco influencias combinadas —Solnit, Piketty, Graeber, Swartz y Stewart— son las que constituyen la historia de este libro.

La historia se desarrolla en un contexto marcado por dos cuestiones clave entrelazadas: el cambio climático antropogénico y la segregación de clase. ¿Cómo concibes la relación entre clima y clase en tu obra?

Lo primero que tenemos que entender es que una buena política para una civilización técnicamente funcional requiere de una relativa igualdad entre los participantes, por lo que si hay un pequeño número de personas muy ricas, cuando llega la hora de cuestiones políticas como la forma en que debemos gestionar nuestro carbono, esas personas simplemente se presentan y compran su plaza en la cabeza de la fila y el juicio que les es útil a expensas de todos los demás. Por ello, los más ricos son incompatibles con un buen futuro climático, ya que este afecta a su posición de privilegio. Si el 1% es dueño del 99% del capital, cualquier sacrificio necesariamente les afectará.

Esto es algo que Piketty señala a propósito de las guerras mundiales, ya que, aunque fueron peleadas por gente trabajadora, la destrucción de capital afectó mayormente a los ricos. El capital de la gente trabajadora no sumaba casi nada comparado con el capital de los ricos, que poseían casi todo. Y ahora, cualquier cambio que hiciéramos para evitar la emergencia climática, afectaría desproporcionadamente a la gente rica, porque ellos tienen todos los recursos que necesitamos para hacer esos cambios. Ellos controlan los recursos, por eso creo que los dos asuntos, clima y clase, nunca pueden separarse. Si hubiéramos tenido una emergencia climática que afectara sobre todo a los ricos, tal vez no habríamos sufrido la inacción climática que vemos en los ricos. Sin las enormes ganancias de las compañías petroleras, nunca habríamos dejado que los problemas climáticos empeoraran tanto año tras año, década tras década, hasta que estuviéramos al borde de la catástrofe total. Si estas compañías no dispusieran de las fortunas gigantescas de las que disponen, no habrían sido capaces de comprar las decisiones y voluntades políticas que les permitieron amasar una fortuna aún mayor.

Nuestro sistema social, basado en el crecimiento constante dentro de un mundo finito, está tensionando y sobrepasando cada vez más los límites planetarios. Walkaway se sitúa en un mundo de postabundancia, en el que organizar la escasez conduce a soluciones alternativas. ¿Qué podemos esperar de la actual organización de la escasez en un mundo con amenazas crecientes, declive material y energético, con desigualdades cada vez mayores? ¿Dónde debemos buscar la esperanza?

Es curioso, porque tengo otro libro que saldrá en noviembre llamado The Lost Cause [La causa perdida], que está en la línea de Walkaway, pero ambientado durante la crisis, no después de ella. Se trata de un momento en el que la gente se enfrenta a la crisis, lo que implica proyectos a gran escala como reubicar las ciudades costeras del mundo veinte kilómetros hacia el interior. Gran parte del material para llevarlos a cabo se hace aprovechando oportunidades en las que, cuando el sol brilla, por ejemplo, la fábrica se enciende sola, pero cuando el sol se oculta detrás de una nube, todo el mundo recibe un mensaje de texto que dice: “Oye, es hora de irse de fiesta”. Es decir, tienen un mundo tanto de ocio como de abundancia en medio del mayor desafío al que la raza humana se haya enfrentado jamás. El libro trata de la contrarreforma, de lo que sucede cuando los capitalistas y las milicias nacionalistas blancas deciden hacer añicos este futuro, y que esa utopía sea una distopía. La idea central hace un guiño a Walkaway y a lo que han llamado “socialismo de biblioteca”, que se refiere a que, en lugar de dar a cada uno de todo, incluyendo las cosas que casi nunca se usan, solo dispondremos de lo suficiente, pero que siempre está a disposición. Se podría decir que se trata de estocásticos. Por ejemplo, a pesar de que nadie sabe exactamente dónde hay un taladro, siempre hay un taladro al alcance de la mano si lo necesitas para hacer un agujero en la pared, pero no tenemos que tener todos un taladro en su cajón que solo utilizamos dos veces al año. Porque ese taladro que cada uno de nosotros poseemos es barato y está muy mal hecho, porque es racional que así sea si solo vamos a hacer dos agujeros al año, pero es tan malo, tan feo y tan difícil de reparar que es una vergüenza, y el hecho de tener que renunciar a un cajón entero de nuestra mesa para guardar ese taladro estúpido para usarlo dos veces nos hace más pobres, no más ricos. Soy más pobre porque soy dueño de ese taladro, y sería más rico si hubiera un taladro maravilloso, diseñado para degradarse con elegancia entre el flujo de materiales, que fuera fácilmente reparable mientras sea utilizado y dispusiera de un sistema de telemetría, que aprendiera más cada vez que alguien lo usa y mejorase el siguiente uso que se hiciera de él. De esa manera, yo sería más rico porque tendría menos.

Se propone que, de este modo, en realidad terminaríamos con más abundancia material y, en la práctica, una vida mejor, porque en lugar de poseer cosas, las usaríamos. En ese caso, con una asignación más eficiente de los bienes, se puede conseguir que cada persona se sienta más rica, incluso a medida que usamos menos materiales y retraemos nuestro impacto sobre los límites planetarios. Quizá Walkaway se hace algo más difusa a ese respecto y The Lost Cause realmente llega mejor ahí.

Uno de los temas clave del libro es la contradicción entre la propiedad y los derechos, que se da, por ejemplo, en el choque entre el derecho de propiedad y los derechos humanos. El movimiento de los andantes hace hincapié en la idea de que el valor humano debe ligarse a nuestra condición de humanos como tal, y no derivarse de ningún tipo de patrimonio o basarse en la propiedad. ¿Cómo te aproximas a este conflicto entre propiedad y derechos en tu trabajo?

Hay algo que los liberales dicen mucho: “No sé lo que realmente significan la izquierda y la derecha. ¿Acaso significan algo hoy?”. Dije una vez eso delante de un amigo, un escritor radical de ciencia ficción llamado Steven Brust, y él me dijo: “No, no lo entiendes. La definición de izquierda y derecha se estableció durante la Revolución Francesa y nunca ha cambiado desde la época de la guillotina. Pregúntale a alguien si cree que los derechos de propiedad son más importantes que los derechos humanos. Si dice que los derechos de propiedad son derechos humanos estará en la derecha y si dice lo contrario, estará en la izquierda”. Esta es una de las cosas que distingue a los liberales de los izquierdistas.

Cualquiera que haya leído o visto Los miserables sabe lo que significa, porque en ella hay este conflicto entre el derecho a no morir de hambre y el derecho del panadero a cobrar una barra de pan. La ley francesa dice que debes morir de hambre en lugar de robar la barra de pan, pero con el levantamiento se dice que no, porque morir de hambre tiene más importancia que asegurar que el panadero cobre su barra. Ese es el quid de muchas de nuestras luchas. Piensa en España, después de la crisis de la vivienda, cuando había tantos desahucios ejecutados y tantas casas vacías, y, sin embargo, a pesar de que había tanta gente que necesitaba casa, vimos cómo desde la economía, que es nominalmente un sistema para hacer que todos estemos mejor, se decía que no puedes mudarte a una de esas casas, porque deben dejarse vacías incluso si acaban pudriéndose y llenándose de moho. Había una hoja de cálculo que decía que la casa tenía que quedarse así, vacía hasta que se pudriera, condenada a pesar de que todos sabíamos la razón por la que no debería estarlo. Eso es lo que los andantes tratan de cambiar. Viven en un mundo donde la emergencia climática ha causado tanta destrucción, que grandes franjas del planeta están vacías, pero llenas de cosas que podrían ser utilizadas para vivir. Y, sin embargo, no pueden utilizarse porque la hoja de cálculo dice que no se puede. Cuando eso sucede, tienes esta división que es tan antigua como la de Los miserables, y, ante ella, los andantes dicen: “Vamos a tomar la basura, la tierra envenenada y construir el paraíso”.

Cuando algún rico extraño se presenta y reclama su tierra envenenada con su basura, exigiendo que se vayan antes de que surja una Revolución Francesa, los andantes simplemente dejan que ese rico extraño tenga su basura y, como disponen de la tecnología que les permite construir algo diferente dondequiera que estén y no hay escasez de basura y tierras envenenadas, encuentran otro montón dea basura y otra tierra envenenada y empiezan de nuevo. Así que eso es lo que hacen: se marchan [walk away].

En tu trabajo, la tecnología aparece como un campo en disputa, que puede conducir tanto a la alienación como a la emancipación. Estamos asistiendo a un creciente debate en la opinión pública sobre la inteligencia artificial, algo que también aparece en tu libro. ¿Cómo ves el papel de la tecnología en los conflictos relacionados con la organización social, también en lo relativo a las crisis ecosociales en las que vivimos?

No se trata de una predicción, sino de una esperanza, o quizá incluso de un plan, pero creo que si vamos a sobrevivir, lo haremos porque reconocemos que tenemos intereses comunes. Es decir, si a ti te preocupa la emergencia climática y a mí la desigualdad y a otros los monopolios y demás, en realidad a todos nos preocupa lo mismo: nos preocupa la injusticia que surge de la desigualdad, la imposibilidad de crear una buena sociedad partiendo de una tan desigual como la nuestra. Si podemos reconocer que tenemos una causa común y podemos organizarnos entre nosotros para hacer algo al respecto, podríamos ser imparables. Porque hay tanta gente que sufre bajo todo tipo de formas de desigualdad y corrupción, que la única manera en que podremos ser capaces de hacer una causa común es si disponemos de herramientas de organización, y esas herramientas de organización van a ser digitales. Esta es la razón por la que he estado involucrado en los derechos humanos digitales durante veinte años. No porque crea que la tecnología digital es más importante que otras luchas, como la igualdad racial, de género, los derechos laborales o la lucha por el clima, sino porque creo que el mundo en el que vamos a luchar por esos derechos es el campo de batalla técnico, es el campo de batalla donde nos encontramos unos a otros, nos comunicamos unos con otros, nos coordinamos y pasamos a la acción. Así pues, mi esperanza está depositada en la construcción de tecnologías federadas, que están surgiendo ahora mientras Twitter se desintegra, y que estarán realmente centradas en los usuarios, diseñadas alrededor de las necesidades de la gente que las utiliza, y que posibilitarán ese tipo de causa común que, a su vez, dará pie al cambio que necesitamos.

¿Cómo entiendes el papel de la escritura de ficción contemporánea, y especialmente el de la literatura de ciencia ficción, ante las crisis ecosociales combinadas con que convivimos en la actualidad?

Si eres un matón, un dictador o un corrupto, tu arma más poderosa es ofrecer la sensación de que lo que estás haciendo es inevitable. Margaret Thatcher decía que “no hay alternativa” [There is no alternative o TINA], lo que en realidad eras solo otra manera de decir que se dejarae de pensar en una alternativa. Déjame que te cuente una historia. Estaba caminando con un amigo en la conferencia de South by Southwest en Austin cuando miré a un lado e hice contacto visual con una persona que estaba en un stand. Como me había oído decir algo acerca de las cadenas de suministro, el tipo del stand me preguntó si podía hablarme de la empresa que representaba, pero vi la palabra “blockchain” por ahí y dije que no. Entonces, el tipo me empezó a explicar que estaban utilizando “blockchains” para ayudar a mejorar la cadena de suministro de Río Tinto, la compañía multinacional minera, así que le dije que no quería oír nada de eso y que Río Tinto eran criminales de guerra. Entonces me dijo: “Bueno, veo que tu chaqueta tiene una cremallera. ¿De dónde crees que sale el metal para esa cremallera?”. Esa es la historia de lo inevitable, de que si quieres cremalleras tienes que tener niños esclavos o, en la versión de Mark Zuckerberg, si quieres hablar con tus amigos, tienes que ser espiado. Pedir redes sociales sin espionaje es como pedir agua que no moje. Es como si fuera pedir un imposible. Pero lo que hace la ciencia ficción es desafiar lo inevitable. No predice, sino que cuestiona. Plantea que podríamos hacerlo de otra manera. Tal vez no lo hagamos, tal vez no deberíamos, pero podríamos.

La forma en que hacemos las cosas ahora no es resultado de que sepamos que es la única manera de hacer las cosas. No bajó ningún profeta del monte con dos tablas de piedra y dijo: “No debéis hacerlo de otra manera”. Por el contrario, podríamos hacerlo de otra manera en el futuro. Eso es lo que hicieron los luditas. Los luditas no estaban enfadados con las máquinas, sino porque sus jefes tenían máquinas tan fáciles de usar hasta para un niño, que despidieron a los trabajadores adultos y fueron a los orfanatos de Londres, secuestraron a los niños cuyos padres habían muerto en las guerras napoleónicas y los esclavizaron en las fábricas con contratos de diez años, y ahí fueron mutilados, golpeados y asesinados. Los jefes dijeron eso: “Bueno, si quieres medias, tienes que dejarnos asesinar niños”. Pero los luditas pensaron que en realidad se podía imaginar la producción de medias sin asesinar niños y que, incluso si se hacían con las máquinas, se tenían que hacer en colaboración con los trabajadores, en lugar de deshacerse de ellos. Lo importante no es lo que hace esta máquina, es para quién lo hace. Por eso, la ciencia ficción dice que podríamos tener un mundo muy diferente al mundo en el que vivimos ahora. No hay nada decidido sobre los acuerdos sociales a que hemos dado forma nosotros mismos. Podrían ser diferentes. Y lo que nos va a sacar del cambio climático es la comprensión de que podría haber algo distinto que esto que tenemos.


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