La sociedad de mercado se desmorona, dejando a la sociedad humana la tarea de deshacerse de los escombros. Raoul Vaneigem
“¡Estamos hartos!¡Liberemos la vida!¡Liberemos la tierra!”
Toda época tiene su propio carácter, su propia idiosincrasia, por la que debe ser interpretada. El pasado nos proporciona herramientas para captar su esencia, pero no para entender los cambios sobrevenidos en lo que contienen de nuevo, no para la comprensión de su devenir. Para ello hay que tener la mente abierta a los acontecimientos presentes y a sus consecuencias, discernir aquellos históricamente significativos, es decir, reveladores de su proteica especificidad, de su ser camaleónico.
La verdad no se desprende de un pensamiento estático, sino dialéctico. Explicar la época es hablar de capitalismo, un modo de vida social dominado por abstracciones (mercancía, dinero, capital, estado). Pero no platicar en sentido general, sino de una forma concreta de capitalismo, su forma industrial tardía, mundializada, con sus rasgos típicos, su desaforado estatismo, su desarrollismo enloquecido, su elevada nocividad, sus desechos omnipresentes y sus crisis ambientales.
Quien hable de pérdida de la biodiversidad, degradación de los ecosistemas, contaminación, calentamiento global o tsunami urbanizador sin referirse al capitalismo y al estado, habla sin fundamento, tiene en su boca un cadáver. La incesante acumulación de capitales favorecida por los estados y el modo de vida aberrante que se deriva de ella ponen en peligro la supervivencia en el planeta. Las señales de alarma son innumerables. La salud se resiente. La crisis climática es inevitable. La desigualdad aumenta y el hambre en la periferia capitalista se dispara. La depredación asociada al beneficio privado impera a costa del territorio y de sus habitantes.
El crecimiento económico destruye la base sobre la que se sustenta la vida. La irracional carrera por la industrialización del mundo va directa al precipicio, o como ya es moda decirlo, al colapso. La transición verde del capitalismo no es más que un señuelo. ¿Qué transición puede haber dentro de un régimen desarrollista?
El capitalismo sobrepasa sus límites externos, físicos. La explotación infinita de recursos tropieza con su disponibilidad limitada y dinamita las estructuras sociales de la población empobrecida. Y como ya pasó con anteriores tropiezos, especialmente con la formación de una antaño poderosa clase obrera, los estrategas del régimen recurrren a su formidable aliado la tecnología, digital por supuesto, el armamento habitual para superar las contradicciones por un tiempo. En caso extremo, a las fuerzas de orden estatales.
En la época anterior correspondiente al capitalismo nacional basado en las fábricas, la lucha de clases ha sido la forma que revistieron los anhelos de emancipación de los oprimidos. La reconversión industrial, la globalización de las finanzas, la burocratización del movimiento obrero y la generalización del consumismo acabaron de manera irreversible con la conciencia de clase y con el papel central del proletariado industrial. La desaparición completa de un movimiento obrero autónomo acarreó la de sus referencias, sus valores, sus tradiciones y la memoria de sus luchas. Gracias a los mecanismos de control y a la comunicación unilateral, la sociedad civil quedó absorbida por el estado. El vacío que quedó fue rellenado por una extensa clase media asalariada, de mentalidad interclasista, ideológicamente ciudadanista, es decir, burguesa, moderada, cortoplacista, primando la seguridad por encima de cualquier otra cosa, y por consiguiente, resignada, conformista y manipulable. Ese tipo de clase constituye la base sólida del sistema partitocrático en Occidente, o del régimen de partido único en el resto del mundo. En las actuales condiciones, los obstáculos en el camino de la reflexión crítica abundan más que nunca. La clase dominante ha generado ideologías sustitutorias tales como el desarrollismo sostenible y su contrario, el decrecentismo tibio, hasta llegar ala actual colapsología, que parte de la cruda realidad del desastre, por lo que no propone soluciones o fórmulas reparadoras, sino paliativos. Todas ellas tienen en común dos elementos: la ignorancia del proceso histórico que ha engendrado los males que pretenden conjurar, y el recurso al estado como agente aplicador ideal de sus remedios.
En su formulación son notables la ausencia de un sujeto consciente forjado en la experiencia de la catástrofe como no sean los partidos políticos, y la neutralidad preconcebida de un aparato estatal a merced de una mayoría parlamentaria. La presunta racionalidad del sector progresista ciudadanista deriva del pensamiento posmoderno que relativiza la vigencia de conceptos absolutos como verdad, lenguaje, realidad, saber, memoria…, es decir, que procede de la irracionalidad dominante, tremendamente auspiciada por la digitalización social masiva.
El progresismo ciudadano es un simple componente mental de un mundo hostil a la razón, donde la verdad no tiene sentido, la realidad no es discernible y la mentira militante campa a sus anchas. La eliminación del entendimiento es el colorario de la desertificación planetaria.
El capitalismo de hoy viene caracterizado por la importancia adquirida por el territorio como medio de producción en un contexto mundializador. La perspectiva dela valorización y el negocio significa que aquél ha entrado en una fase eminentemente extractivista.
Además, la energía, el agua, la tierra, los minerales, la naturaleza misma se han convertido en factores estratégicos, y por lo tanto en puntos débiles, por lo que su control ha de ser asegurado. La cuestión territorial -que es también energética, climática y definitivamente social- ocupa el lugar central antiguamente reservado a los problemas laborales. La verdadera batalla social se libra hoy en día en el territorio. La industrialización del territorio causa víctimas en muchos ámbitos que no se resignan, es más, resisten. Bien sean indígenas, pobladores o campesinos corrientes, ambientalistas, neorrurales, ecologistas o desertores de la urbe, transitan por un espacio común y tejen alianzas que les permiten movilizarse y plantar cara al pillaje territorial de las inmobiliarias, las industrias y los fondos de inversión con alguna probabilidad de éxito. Las tácticas son diversas; van desde los procedimientos judiciales a los sabotajes, desde la no violencia a los enfrentamientos con la policía, pero en todas subyace una conciencia de especie amenazada que se defiende. En la defensa del territorio se configura un nuevo sujeto universal, capaz de representar intereses generales, porque su lucha es la de todos los perdedores de la progresión turbocapitalista. Emerge de las formas horizontales, de los espacios liberados sin jerarquías ni mediadores que ha creado para realizar su acometida y llevar a cabo su programa informal implícito en ella. La vuelta a lo local, la repoblación comunitaria, las redes de distribución alternativa, la soberanía alimentaria… son componentes de otra forma de vida basada en la reciprocidad, la cooperación y el valor de uso, de la que se derivan relaciones sociales libres e igualitarias. La defensa del territorio es fundamentalmente la defensa de un proyecto de vida colectivo.
En el escenario territorial tiene lugar, por así decir, otra lucha de clases. Allí se enfrentan dos partidos que representan a dos bandos opuestos, el de la vida y el de la devastación. El primero no pretende apropiarse del sistema capitalista para cambiar lo puesto que es irreformable, y sencillamente quiere desmantelarlo.
El segundo quiere preservarlo a cualquier precio sin escatimar sacrificios. Intenta disimular este combate sirviéndose de farsas electorales, crisis múltiples, conflictos identitarios, idiotismo consumista y represión a discreción, pero la contradicción mayor del sistema de la clase dominante no se aparta de la primera línea.
La sociedad capitalista también se descompone por dentro. Es inevitable, forma parte de la genética del capitalismo. Pero los partidarios de la vida no pueden conformarse con eso renunciando a la pelea, y, en consecuencia, están obligados a plantear su actividad, sea negativa o positiva, saboteadora o constructora, en términos antiestatistas y anticapitalistas.
Miquel Amorós, 24 de julio de 2023
No hay comentarios:
Publicar un comentario