Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, mayo 16

El tiempo es oro

¿Con qué fin medimos el tiempo? El tiempo puede “medirse” para ser utilizado en esta sociedad mercantil generalizada, por eso en este Sistema podemos hablar de “ahorrar tiempo”, “ganar tiempo” o hasta “perder tiempo”. Pero no necesitamos más o menos tiempo, sino un tiempo más pleno, un tiempo que sea nuestro, o una mejor “convivencia” con él.[1] 
 
“El reloj -como señaló Lewis Munford- es la máquina clave de la era de las máquinas, tanto por su influencia en la tecnología como en las costumbres humanas. Técnicamente, el reloj fue la primera máquina realmente automática que alcanzó alguna importancia en la vida humana. Antes de su invención, las máquinas comunes eran de tal naturaleza que su funcionamiento dependía de alguna fuerza externa y poco confiable, como la del hombre, la de los músculos del animal, la del agua o la del viento (…). El reloj fue la primera máquina automática que alcanzó una importancia pública y una función social. La  manufactura de los relojes fue la industria en la cual el hombre aprendió los elementos para construir máquinas y en la que logró la habilidad técnica necesaria para producir la complicada maquinaria de la revolución industrial. Socialmente el reloj tuvo una influencia más profunda que cualquier otra máquina, porque fue el medio por el cual se pudo lograr la regularización y regimentación de la vida, tan necesarias para el sistema de explotación industrial. El reloj suministró el medio por el cual el tiempo -una categoría tan ambigua que ninguna filosofía ha podido aún determinar su naturaleza- pudo ser medido concretamente en los términos más tangibles del espacio provisto por los cuadrantes del reloj. El tiempo, en tanto duración, dejó de ser tenido en cuenta, y los seres humanos empezaron a hablar y a pensar siempre en extensiones de tiempo, como si estuvieran hablando de medidas de alguna tela. Ahora que podía medirse en símbolos matemáticos, el tiempo fue considerado como una mercancía que podía ser comprada y vendida como cualquier otra.”

(George Woodcock, “La dictadura del reloj”)

Deberíamos agregar que el querer “medir el tiempo” es viejo como la dominación. Las primeras civilizaciones inventan el reloj de arena[2] y las matemáticas (inexistentes en las sociedades no-civilizadas)… no es curioso entonces que esa abstracción que es el número sea utilizada para medir esa otra abstracción que es el tiempo.

Desde las catedrales en la ciudad y las iglesias en el campo (¿cuándo no?), así como también desde los palacios, sonaban las campanas de los primeros relojes.

Luego este tiempo numérico alejado de la naturaleza, de la experiencia, seguirá sirviendo para disciplinar, controlar y -peor aún- sincronizar la actividad de diferentes personas. En un comienzo esta concepción del tiempo era extraña, la manejaba la clase dominante (de ahí la ubicación de los primeros relojes), pero con la victoria de esta reducción del tiempo a mera cantidad, convirtiéndolo en algo mecánico, impersonal, externo y desvinculado de nuestra experiencia, cada uno tiene derecho a poseer un reloj y así ser parte fundamental de esta extraña pero efectiva medición. ¿Y qué es eso sino la democratización de la vida? Desde los primeros meses de vida nos hacen comer y dormir a determinado horario (y no cuando tenemos hambre o sueño), y ya desde la escuela comenzamos a cumplir horarios tan estrictos, que cuando llegamos a nuestro primer trabajo esto nos parece lo más natural del mundo… ¡si hasta tenemos horarios para lo que llamamos descansar y divertirnos!

La mentira no se hace evidente ni cuando el Estado nos hace atrasar o adelantar nuestros relojes, según la hora que deba ser en verano, y la hora que deba ser en invierno, para el ahorro de energía eléctrica.

Porque como sabemos, las maquinas producen bajo la tutela del Capital, y esta máquina en particular, el reloj, produce horas, minutos y segundos… para el Capital también.
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[1] Todos los conceptos referidos a tiempo están relacionados con esta manera de soportarlo. Sufrimos aquí –así como en situaciones similares- el no poder encontrar en el lenguaje formal mejores palabras para expresarnos. Esto muestra la necesidad de comprender cómo este gran problema no sólo nos condiciona a la hora de buscar palabras, sino a la hora de buscar alternativas a lo existente, de revolver en nuestros deseos que se encuentran definidos con palabras.

[2] “Reloj de arena” en rigor es una definición moderna para una herramienta que aún estaba relacionada con el lugar en que transcurría la vida y sus amplios ciclos.

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