Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

martes, enero 26

Erich Fromm y el libre albedrío


En principio admitiremos que una de las principales características de nuestras vidas actuales es que gran parte de lo que decimos y pensamos -más allá de la benemérita libertad de expresión- no es otra cosa que lo que dice y piensa todo el mundo, un mecanismo éste de evasión consecuencia de nuestro miedo a ser distintos y diferentes (lo queramos o no) y, en definitiva, a ser nosotros mismos.

Como bien se sabe, aprendemos pautas de comportamiento culturalmente asimiladas como rasgos de personalidad en función de lo que política y socialmente correcto (o en algunos casos incorrecto) se espera de nosotros.

Desaparece la discrepancia entre el yo y el mundo, y por tanto la razón y causa original de cualquier crítica constructiva. Los pensamientos y sentimientos originados desde el exterior se experimentan hipnóticamente como propios. Se tiene la ilusión de haber llegado a una opinión original cuando en realidad se ha adoptado la de una autoridad sin habernos percatado de ello. Lo que es cierto para el pensamiento y la emoción vale también para la voluntad. La mayoría estamos convencidos de que mientras no se nos obligue a algo mediante la fuerza externa, nuestras decisiones nos pertenecen. Sin embargo, un gran número ellas nos han sido sugeridas desde fuera. En realidad, nos limitamos a ajustarnos a la expectativa que de nosotros tienen los demás, impulsados por el miedo a la soledad y el aislamiento, por el miedo, en fin, a la libertad.

Esta perversión arroja un estado de inseguridad que intentamos vanamente contrarrestar con ese juego de máscaras cuya idiosincrasia consiste en la búsqueda incesante de reconocimiento y aprobación por parte de los otros. Nos encontramos así prediseñados (desnortados ) para someternos fácilmente a cualquier ente o autoridad capaz de ofrecernos la dosis diaria de seguridad y alivio ante la duda. Ya en la educación más temprana el sistema se encarga de tergiversar los sentimientos y emociones de los niños y desaprobar cualquier clase de pensamiento original. Prevalece la superstición patética de que acumulando más y más información es posible llegar a un conocimiento de la realidad. De este modo se descargan en la cabeza de los estudiantes centenares de hechos aislados e inconexos que son una pérdida de tiempo y energía para enmascarar lo verdaderamente importante: que el niño ejercite el pensamiento (libre).


Artículo completo en: http://www.cnt-ait.tv/d/990-2/cnt_361_web.pdf (Página 25)

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