La relación de Proudhon con la religión es, tal vez, algo ambigua. Parece ser que Daniel Guerin llegó a decir que el pensador francés no se liberó nunca por completo de su formación cristiana. Una obra como Proudhon y el cristianismo, de Henri de Lubac, da muestra de esa ambivalencia o múltiple lectura que puede tener su obra. Por un lado, admite que el autor de Filosofía de la miseria fue el gran adversario de la fe religiosa en el siglo XIX, y sin embargo le dedica todo un libro, bien es verdad que tratando de llevar a su terreno, de manera cuestionable, ciertas nociones. No obstante, Proudhon y el cristianismo es una obra de valía, importante para adentrarse en el pensamiento proudhoniano. Veamos si podemos introducirnos en la visión religiosa de Proudhon, que algunos han definido como demoledora de todo edificio autoritario. Para abrir boca, hay que recordar una frase tan impactante y escandalosa para su tiempo como aquella de «La propiedad es el robo»; Proudhon llegá a la conclusión siguiente: «Dios es el mal». Proudhon inscribe las religiones, al igual que los Estados, en un sistema conceptual autoritario, tal y como expresa en las siguientes palabras (de su obra Idée générale): «Estas religiones, estas legislaciones, estos imperios, estos Gobiernos, esta sapiencia de Estados, esta virtud de los Pontífices, todo esto no es sino sueño e ilusión, un círculo de hipótesis interpenetradas que convergen hacia un mismo punto central desprovisto de realidad. Es preciso hacer estallar esta envoltura, si queremos llegar a una noción más exacta de las cosas y salir de este infierno, en que la razón del hombre, cretinizada, acabaría por extinguirse». Lo que caracteriza a todos los sistemas autoritarios es el principio de la trascendencia, el sometimiento del individuo a una autoridad ajena (Dios, Estado…) o a la clase mediadora que la representa (gobierno, clero…). La religión es un sistema universal de conceptos, el cual incluye el universo como un todo, algo que resulta ajeno a toda realidad científica, ya que ésta es para Proudhon un conjunto de dominios diferentes independientes entre sí. La religión es un intento de orientarse por el mundo, de forma reducida, simbólica e instintiva, y con pretensiones trascendentes, propio de una sociedad inmadura.
La obra de Proudhon evoluciona hacia un antiteísmo contrario a toda providencia, como resulta propio de una filosofía esforzada en combatir todo concepto autoritario. Se niega toda intervención divina, toda providencia, como también toda ilusión de eternidad en el hombre y de finalidad en su existencia, con el fin de que recupere su dignidad y abandone toda enajenación de su personalidad. Proudhon considera el sentimiento religioso como la enajenación del yo, una forma de atribuir un sentido trascendente a la conciencia y considerarla como un ser superior. La religión está determinada en su idea y la exteriorización de la misma conduce a la fundamentación de una autoridad como causa de esa idea. Es esa fundamentación de la autoridad la que identifica Proudhon con la enajenación del hombre dentro del sistema autoritario, algo que tiene mucho que ver en un primer momento con la visión humanista de Feuerbach. Sin embargo, si el alemán pretendía invertir los papeles, Proudhon polemizará con él al considerar que el hombre no debe adorarse a sí mismo en lugar de a Dios. La critica antiautoritaria rechaza toda fundamentación absoluta de una idea en beneficio de una concepción pluralista de la realidad. Precisamente, Proudhon es antiteo porque rechaza esa concepción absoluta (infinita, perfecta, inmutable), tanto en Dios como en el hombre, ya que éste se caracteriza por atributos que no son divinos (perfectible, móvil, cambiante). Feuerbach preconizaba un humanismo que divinizaba al hombre, mientras que Proudhon aboga por la supresión de todo culto e idolatría y por una cultura humana capaz de perfeccionarse, pero jamás perfecta.
El ideal religioso proyecta la perfección y la justicia a un mundo sobrenatural inexistente, mientras que la existencia terrenal del hombre es objeto de degradación y humillación. Proudhon dirige sus más furibundos ataques a la raíz de la religión, la idea del pecado original, que reduce al hombre a una imagen de envilecimiento y de bajeza moral. Ese pecado original, junto a la humillación del hombre, son la otra parte necesaria del ideal religioso y ambas fundamentan en conjunto la autoridad divina. En su obra Justice, Proudhon escribe que la Iglesia, basada en el misterio y en una providencia inescrutable, está convencida de la necesidad de la miseria y el sufrimiento. La fe es contraria a toda razón e impone la autoridad y la disciplina en lugar de los principios lógicos. Hay que comprender que Proudhon se dirige en sus críticas al cristianismo, que considera ha sido el que ha desarrollado más consecuentemente el principio autoritario, aunque son válidas para toda religión basada en la concepción metafísica de un ser supremo.
Proudhon diferencia la religión, como sistema universal de ideas autoritarias acerca de un orden al que se le atribuye un significado y una trascendencia, tanto de la moral como del arte. Esta independencia de la religión, entendida como proyección de un ideal superior, respecto a la moral, la desarrolla el francés en su teoría del inmanentismo moral. Veamos lo que dice Proudhon en una carta de 1863 a Charles Morard: «La Religión, a mi ver, no es el arte ni menos la moral; es un sentimiento místico sui generis, distinto de la moral y del arte, cuyo papel ha sido el de preparar una y otro, y que poco a poco cede la prioridad a la Justicia, aunque sin llegar jamás a una total extinción. La Justicia, a su vez, es también un sentimiento sui generis, la afirmación espontánea del derecho, independiente de toda religión y de toda filosofía, en suma, la más alta de nuestras facultades». En su obra Justice, se expresa del siguiente modo: «Tal es el espíritu de la religión: pone la Justicia en Dios, porque Dios es el supremo ideal, la suprema perfección, la suprema belleza, la felicidad suprema, y hace depender de este ideal el derecho, el deber y la dignidad del hombre». Es un gran paso el que efectúa Proudhon, cuando reduce la religión a un sistema autoritario y, consecuentemente, separa la moral de la proyección religiosa, ya que la obediencia a Dios en en sí amoral. Si en el sentimiento religioso, la moral se agota en la veneración a la autoridad trascendental, Proudhon otorga con su crítica antiautoritaria la autonomía a la moral y la capacidad de discernimiento al ser humano.
Dentro del sistema religioso, existe también en el hombre una enajenación de la moral. Por ello, habrá una tensión entre el sentimiento moral del individuo y la moral religiosa que exige veneración, tal y como se describe en la siguientes palabras: «Toda concepción de lo absoluto, por serlo, comporta una contradicción. En razón de la eficacia sancionaria que se le atribuye, la Religión, el respeto a los dioses, prevalece sobre la Justicia, que no es sino el respeto al hombre… Pues bien, como la conciencia humana no podría abdicar de sí misma, hay una reacción del sentido moral contra el sentido religioso que lo disminuye, y se ve a la Justicia -el respeto de la humanidad-, tras de haberse engrandecido durante muchos siglos bajo el ala de la Religión, tender por su parte a separarse, procurar su constitución en la independencia de su naturaleza y reivindicar sólo para ella el honor antes tributado a la Divinidad». La moral supone, por lo tanto, la dignidad del hombre, la cual nunca podrá ser completa al estar derivada o al ser conferida. Como ya se dijo anteriormente, el sistema de Proudhon no es simplemente una negación de Dios y de la religión; de alguna manera, siente que el hombre tiene un sentimiento religioso que se apodera de todas las cosas sin preocuparse de la exactitud científica o de la consecuencia lógica. Es por ello que para enfrentarse al sentimiento religioso no basta con la negación, con el simple ateísmo, ya que hay que esforzar en combatir y superar esa creencia antiquísima y casi imposible de desterrar. La visión de Proudhon se muestra muy lúcida y de gran importancia en la sociedad contemporánea, se trata de una antiautoritarismo enemigo de todo absolutismo que, en el terreno religioso, se deja ver como un antiteísmo.
El proceso que derrotará definitivamente a la religión, o que al menos la substituirá y tratará de superarla, será para Proudhon la revolución. A pesar de todo lo necesario que pueda considerar a nivel histórico el sentimiento religioso, el francés confía en que el progreso llevará a hacerlo inncesario gracias a una des-deificación del mundo. Existen tres grandes principios que deberán imponerse a toda herencia del pasado: el derecho a la libre determinación, la soberanía del pueblo y el derecho al trabajo. Lo misterioso e innacesible dejará paso a una libre iniciativa en el hombre para conquistar definitivamente la libertad. No obstante, hay que insistir en que Proudhon no concibe perfección alguna, sino continua perfectibilidad.
Es por eso que, coherentemente con su noción dialéctica de permanente conflicto entre contrarios, se muestra siempre adversario de ciertos conceptos (como el de Dios) y se cuidará mucho de preconizar un nuevo absolutismo. Tal y como dijo Woodcock acerca del francés «Vivía para la lucha más que para la victoria, y en esto la mayoría de los anarquistas se le han parecido». Volvamos por un momento a la frase que dio inicio a este texto sobre Proudhon, «Dios es el mal», conclusión tal vez inédita en la historia (contando a todos aquellos que han negado o despreciado toda creencia sobrenatural). Como hemos dicho, al considerar a la divinidad como el mal mismo, no simplemente como una autoridad cruel, todo el andamiaje religioso (autoritario) Se desmorona. Dios es un absoluto, al igual que el Estado y el Capital, las cuales constituyen los tres órdenes que combaten los anaRquistas. Proudhon dirá, en Filosofía de la miseria: «Para oprimir eficazmente al pueblo, es preciso encadenar a la vez su cuerpo, su voluntad y su razón».
Capi Vidal
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