Obediencia: Acción de acatar la voluntad de la persona que manda, de lo que establece una norma o de lo que ordena la ley.
La obediencia está en la base de todo sistema social y, en consecuencia, en todo sistema de poder. Especialmente, desde que la coerción física y el sometimiento por la fuerza han pasado a un segundo plano en las actuales sociedades capitalistas. ¡Ojo! Han pasado a un segundo plano, no han desparecido. El matiz no es pequeño.
La obediencia tiene unas bases tanto individuales como sociales y consecuencias en ambos planos. En el plano individual, está la sumisión ideológica, la aceptación acrítica de la interpretación de la realidad que la autoridad (en el ámbito que sea) ofrece. Esto provoca la falta de responsabilidad personal sobre lo que se hace puesto que simplemente hacemos lo que el poder nos indica, por tanto, nada incorrecto. Probablemente, la obediencia es la conducta más reforzada durante la trayectoria vital del individuo. Es importante resaltar el principio de jerarquía, su necesidad modelada durante siglos hasta hacer prácticamente impensable un modelo social no jerarquizado. Esto entronca con las bases sociales de la obediencia. Fromm hablaba del carácter social como la estructura que caracterizaba a un grupo. Esta estructura mantiene el funcionamiento social una vez que todos los componentes del grupo han hecho suyo el deseo general (es decir, cuando los que ostentan los medios para ejercer el poder consiguen que todos hagan suyos sus deseos). En nuestro modelo social este deseo estaría representado por conceptos como consumo, crecimiento, productividad, competencia...
El propio Fromm distinguía dos tipos de obediencia. Por un lado, la Heterónoma (Sometimiento) que se da con respecto a otra persona. Por el otro, la Autónoma (Autoafirmación) que obedece los dictados de la propia conciencia, pero lo que consideramos como propio en la mayoría de las veces no es otra cosa que una extrapolación de las órdenes que emanan de la autoridad o de los principios morales que rigen en la sociedad. En ocasiones, sí existe esa conciencia libre de la lógica de premio/castigo tan característica del orden social. A este tipo de conciencia libre, Fromm la denomina humanística (frente a la autoritaria que es como denomina a la anterior) y la describe como surgida del conocimiento interior auténtico. Creo firmemente, que mayoritariamente predomina la obediencia autónoma autoritaria. Es aquello que siempre se dice de que somos esclavos sin darnos cuenta de ello porque pensamos que somos libres, que lo que hacemos es fruto de nuestra propia reflexión. Como si las elecciones que vamos realizando a lo largo de nuestra vida no estuvieran condicionadas por el entorno en el que vivimos, por la cultura predominante, por los recursos de que disponemos… pero obedecer no siempre es fácil, en ocasiones crea conflictos internos ante los que debemos desarrollar estrategias para defendernos, para sentirnos mejor. No queremos quedar fuera del grupo, ser marginados. Aunque duela es mejor eso que desobedecer porque esto sí implica irremediablemente decir adiós.
Sin duda, en el estudio de la obediencia uno de los experimentos paradigmáticos es el que realizó Stanley Milgram. Algunas de las principales enseñanzas que nos dejó este experimento son, sin duda, a tener muy en cuenta.
Lo primero que observó es que la conciencia deja de funcionar. Esto está en la base de la obediencia, se sustituye el pensamiento propio por el de la autoridad, cuando esto sucede, el pensamiento se transforma en acción. Algo parecido postulaba Fromm con su concepto de conformidad automática definida como la adaptación del sujeto a las pautas culturales para no sentirse diferente y solo. Al aceptar el pensamiento de la autoridad, automáticamente se abdica de cualquier tipo de responsabilidad. El cumplimiento de los mandatos de la autoridad hace que la responsabilidad sea para dicha autoridad. El hecho se percibe como mero espectador no como actor principal. Por tanto las consecuencias que se puedan derivar de nuestros actos no nos incumben, nosotros estamos haciendo lo correcto. Esto es fácilmente observable en el estilo de vida llevado de forma mayoritaria en las llamadas sociedades opulentas. Condenamos a hambre y muerte a medio planeta, esquilmamos los recursos del planeta y lo enfermamos sin ningún rubor, sin apenas cargo de conciencia porque simplemente estamos haciendo lo que debemos hacer (trabajar y consumir). A esto se le añade, como observó Milgram, que el alejamiento de la víctima facilita la crueldad. En los momentos actuales, la distancia se ha vuelto ley y, probablemente, esta ley ha llegado para quedarse. Pero no debemos engañarnos, llevamos años alejados, aislados, confinados en nuestras propias burbujas. No conocemos a nuestros vecinos, en la mayoría de los casos ni a los que llamamos amigos, como para no sentirnos alejados de los miles de millones de humanos que habitamos el planeta. La tecnología nos ha acostumbrado a creer que somos sociales y empáticos mientras ha ido destruyendo todo rastro de sociabilidad y empatía. También la burocracia desplegada hasta el último rincón de nuestras vidas se ha convertido en una manera de relacionarnos con el mundo, despersonalizada, aséptica, sin implicaciones. Vivimos sin necesidad de implicarnos emocionalmente en nada, esa es nuestra forma de socializar. Así es muy sencillo mantenerse alejado del resto, ser crueles sin remordimiento alguno. Pero si alguna cosa está siempre presente en nuestras vidas es la autoridad y tal y como decía Milgram, es necesaria su presencia para reforzar la obediencia. La autoridad forma parte de nuestra vida: empieza en la familia, sigue en la escuela, en el mundo laboral, está presente en los medios de comunicación, fuerzas policiales y militares, instituciones médicas… La autoridad es omnipresente y esto refuerza la obediencia. Lo saben bien.
Milgram demostró lo peligroso de la predisposición a obedecer y cómo esto nos deja sin conciencia de lo hecho y sin responsabilidad por lo realizado. Concluyó que lo peligroso no era el autoritarismo sino el principio de autoridad en sí mismo. Sabias palabras en mi opinión porque no es necesario vivir en una dictadura declarada para comprender que la desobediencia se paga cara, muy cara y en todos los aspectos de la vida de la gente.
Desobedecer no es sencillo, requiere de muchos recursos personales atreverse a dudar de la autoridad, atreverse a situarse en el otro lado, en el lado en el que estás solo y fuera del círculo social, donde la culpa por no hacer lo que se espera de ti puede llevarte a lugares no deseados, donde sobreponerse a todo eso requiere de una voluntad muy grande y donde, además, estás expuesto a las consecuencias físicas de la desobediencia que van más allá de lo que somos capaces de imaginar la mayoría de las personas. Sin embargo y, a pesar de todo, la desobediencia es más necesaria que nunca. No se me ocurre mejor explicación que estas palabras que Fromm dejó escritas en su “Sobre la desobediencia civil y otros ensayos”:
“Si la capacidad de desobediencia constituyó el comienzo de la historia humana, la obediencia podría muy bien, como he dicho, provocar el fin de la historia humana”.
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