Así que tenemos a un violador vocacional (acumula denuncias, ha reconocido públicamente que cometió agresiones sexuales) al que no es que se le perdonen sus crímenes, se le elige precisamente por ellos.
En el otro extremo del planeta, en Rusia, un magnate ha decidido grabar un programa de televisión inspirado en los Juegos del Hambre, donde los participantes podrán matar, violar y mutilar. Todos firmarán, por su puesto, su libre consentimiento. Así lo anuncian a bombo y plantillo los medios de comunicación. Y ante la noticia, en las barras de los bares, el tertuliano mueve la cabeza, se queda un momento en blanco y luego balbucea: “hay gente pa’tó”.
Sí, hay “gente pa’tó”. Y si quieren, si consienten, ¿quiénes somos el resto para oponernos? Las mujeres hemos sido los conejillos de indias de la ética del libre consentimiento, que dicta que si alguien acepta, es que es aceptable. Cuando el feminismo comenzó a impugnar la moral que establecía que las mujeres no éramos personas, sino propiedades de un hombre o de todos los hombres (mujer decente o mujer pública) surgió rápidamente, para mantener la coherencia en el orden real de las cosas, la ética del libre consentimiento, la del contrato. El burdel debía sobrevivir (de hecho, es una institución social que está más viva que nunca), y si ya no se apoyaba sobre las “descarriadas” debía hacerlo sobre el consentimiento. ¿Quién es usted, puritana, para cuestionar lo que dos personas adultas pactan libremente?
Las mujeres hemos sido los conejillos de indias de la ética del libre consentimiento, que dicta que si alguien acepta, es que es aceptable. Mucha gente de camisa a cuadros que pulula por la izquierda es ardiente defensora de esta tesis, que reclama que el burdel sea legitimado como institución social y regulado como un centro de trabajo. Y, como el programa televisivo ruso que promete asesinatos y violaciones, se apoyan en que hay “gente pa’tó”, ya que existen algunas mujeres que consideran aceptable pasar su vida como sirvientas sexuales (a las que son sometidas a este sistema prostitucional, sobreviven y denuncian simplemente no las escuchan; a las que desean medios materiales y horizonte para dejar el burdel, tampoco). En todo lo demás estos progresistas son capaces de ver las condiciones sociales y económicas que llevan a alguien, por ejemplo, a meter a sus hijos en una patera y echarse al mar, y comprenden con claridad que eso no es una decisión “libre”. Y también son capaces de proponer un modelo social más justo por el que luchar. En el caso de la prostitución, no. La deshumanización y el fascismo del burdel se les escapan, no lo captan. El creador y el beneficiario del burdel son invisibles, no existen.
Pues tras décadas de educarnos en el libre consentimiento (si me dejo sacar un ojo, es cosa mía) hemos llegado a la situación de Siberia (si es que finalmente la noticia, replicada por todos los medios “serios”, es cierta), en la que es posible reducir el asesinato y la violación a los términos de un contrato. Los que lo montan, los que se enriquecen, los que lo miran, como en el caso del burdel, son invisibles. La degradación social que emerge de ese experimento también es invisible, como es invisible para los paternalistas“salvaputas” de la izquierda el tipo de sociedad que se crea en los lugares donde es posible, con la ley en la mano, abrir un bar de mamadas, como los que funcionan a pleno rendimiento en Tailandia.
Grupo Anarquista Higinio Carrocera
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