Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

martes, mayo 10

Max Stirner: Capitalismo y Estado


Burgueses y obreros creen en la verdad del dinero; quienes no lo tienen están tan penetrados de esta realidad como quienes lo tienen, los laicos como los clérigos. El dinero rige el mundo, es la tónica de la época burguesa. Un gentil hombre sin un sueldo y un trabajador sin un sueldo son, igualmente, muertos de hambre, sin valor político. Nada son el nacimiento ni el trabajo, sólo el dinero es fuente del valor. Los poseedores gobiernan, pero el Estado elige entre los no poseyentes sus siervos y les distribuye algunas sumas (salarios, sueldos) en la medida en que administran (gobiernan) en su nombre.

Yo recibo todo del Estado. ¿Puedo tener alguna cosa sin permiso del Estado? No, todo lo que podría obtener así, me lo arrebata advirtiendo que carezco de títulos de propiedad: todo lo que poseo lo debo a su clemencia. La burguesía se apoya únicamente en los títulos. El burgués sólo es lo que es, gracias a la benévola protección del Estado. Tendría que perderlo todo si el poder del Estado llegara a desplomarse. Pero, ¿cuál es la situación del desposeído en esta bancarrota social del proletariado? Como todo lo que tiene, y lo que podría perder, se escribe con un cero, no tiene para ese cero ninguna necesidad de la protección del Estado. Por el contrario, sólo puede ganar si esa protección llegase a faltar a los protegidos.

Así, el desposeído considera al Estado como un poder tutelar de los poseedores; ese ángel guardián capitalista es un vampiro que le chupa la sangre.

El Estado es un Estado burgués, es el status de la burguesía. Concede su protección al hombre, no en razón de su trabajo, sino en razón de su docilidad (lealtad), según usa los derechos que el Estado le concede, conformándose a la voluntad o, dicho de otro modo, a las leyes del Estado.

El régimen burgués entrega a los trabajadores a los poseedores, es decir, a los que tienen algún bien del Estado (y toda fortuna es un bien del Estado, pertenece al Estado, y no es dada más que en feudo al individuo) y particularmente a los que tienen en sus manos el dinero, a los capitalistas.

El obrero no puede obtener de su trabajo un precio que corresponda al valor del producto de ese trabajo para su consumidor. ¡EI trabajo está mal pagado! El beneficio mayor va al capitalista. Pero bien pagados, y más que bien pagados, están los trabajos de quienes contribuyen a realzar el brillo y el poder del Estado, los trabajos de los altos servidores del Estado. El Estado paga bien, para que los buenos ciudadanos, los poseedores, puedan pagar mal impunemente. Se asegura, pagándolos bien, la fidelidad de sus servidores, y hace de ellos, para la salvaguardia de los buenos ciudadanos, una policía (a la policía pertenecen los soldados, los funcionarios de todas clases, jueces, pedagogos, etc., en suma toda la máquina del Estado). Los buenos ciudadanos, por su parte, le pagan, sin torcer el gesto, grandes impuestos, a fin de poder pagar tanto más miserablemente a sus obreros. Pero los obreros no son protegidos por el Estado en cuanto obreros; como súbditos del Estado, tienen simplemente el codisfrute de la policía, que les asegura lo que se llama una garantía legal; así la clase de los trabajadores sigue siendo una potencia hostil frente a ese Estado, el Estado de los ricos, el reino de la burguesía. Su principio, el trabajo, no es estimado en su valor, sino explotado; es el botín de guerra de los ricos, del enemigo.

Los obreros disponen de un poder formidable y cuando lleguen a darse bien cuenta de él y se decidan a usarlo, nada podrá resistirles. Bastará que cesen todo trabajo y se apropien de todos los productos de su trabajo, que los consideren.y los gocen como propios. Éste es el sentido de los motines obreros que vemos estallar casi por todas partes.

¡El Estado está fundado sobre la esclavitud del trabajo! Cuando el trabajo sea libre, se desmoronará el Estado.


Max Stirner
Extracto de su ensayo El único y su propiedad (1844)

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