Burgueses y obreros creen en la verdad
del dinero; quienes no lo tienen están tan penetrados de esta realidad
como quienes lo tienen, los laicos como los clérigos. El dinero rige el
mundo, es la tónica de la época burguesa. Un gentil hombre sin un sueldo
y un trabajador sin un sueldo son, igualmente, muertos de hambre, sin
valor político. Nada son el nacimiento ni el trabajo, sólo el dinero es
fuente del valor. Los poseedores gobiernan, pero el Estado elige entre
los no poseyentes sus siervos y les distribuye algunas sumas (salarios,
sueldos) en la medida en que administran (gobiernan) en su nombre.
Yo recibo todo del Estado. ¿Puedo tener
alguna cosa sin permiso del Estado? No, todo lo que podría obtener así,
me lo arrebata advirtiendo que carezco de títulos de propiedad: todo lo
que poseo lo debo a su clemencia. La burguesía se apoya únicamente en
los títulos. El burgués sólo es lo que es, gracias a la benévola
protección del Estado. Tendría que perderlo todo si el poder del Estado
llegara a desplomarse. Pero, ¿cuál es la situación del desposeído en
esta bancarrota social del proletariado? Como todo lo que tiene, y lo
que podría perder, se escribe con un cero, no tiene para ese cero
ninguna necesidad de la protección del Estado. Por el contrario, sólo
puede ganar si esa protección llegase a faltar a los protegidos.
Así, el desposeído considera al Estado
como un poder tutelar de los poseedores; ese ángel guardián capitalista
es un vampiro que le chupa la sangre.
El Estado es un Estado burgués, es el
status de la burguesía. Concede su protección al hombre, no en razón de
su trabajo, sino en razón de su docilidad (lealtad), según usa los
derechos que el Estado le concede, conformándose a la voluntad o, dicho
de otro modo, a las leyes del Estado.
El régimen burgués entrega a los
trabajadores a los poseedores, es decir, a los que tienen algún bien del
Estado (y toda fortuna es un bien del Estado, pertenece al Estado, y no
es dada más que en feudo al individuo) y particularmente a los que
tienen en sus manos el dinero, a los capitalistas.
El obrero no puede obtener de su trabajo
un precio que corresponda al valor del producto de ese trabajo para su
consumidor. ¡EI trabajo está mal pagado! El beneficio mayor va al
capitalista. Pero bien pagados, y más que bien pagados, están los
trabajos de quienes contribuyen a realzar el brillo y el poder del
Estado, los trabajos de los altos servidores del Estado. El Estado paga
bien, para que los buenos ciudadanos, los poseedores, puedan pagar mal
impunemente. Se asegura, pagándolos bien, la fidelidad de sus
servidores, y hace de ellos, para la salvaguardia de los buenos
ciudadanos, una policía (a la policía pertenecen los soldados, los
funcionarios de todas clases, jueces, pedagogos, etc., en suma toda la
máquina del Estado). Los buenos ciudadanos, por su parte, le pagan, sin
torcer el gesto, grandes impuestos, a fin de poder pagar tanto más
miserablemente a sus obreros. Pero los obreros no son protegidos por el
Estado en cuanto obreros; como súbditos del Estado, tienen simplemente
el codisfrute de la policía, que les asegura lo que se llama una
garantía legal; así la clase de los trabajadores sigue siendo una
potencia hostil frente a ese Estado, el Estado de los ricos, el reino de
la burguesía. Su principio, el trabajo, no es estimado en su valor,
sino explotado; es el botín de guerra de los ricos, del enemigo.
Los obreros disponen de un poder
formidable y cuando lleguen a darse bien cuenta de él y se decidan a
usarlo, nada podrá resistirles. Bastará que cesen todo trabajo y se
apropien de todos los productos de su trabajo, que los consideren.y los
gocen como propios. Éste es el sentido de los motines obreros que vemos
estallar casi por todas partes.
¡El Estado está fundado sobre la esclavitud del trabajo! Cuando el trabajo sea libre, se desmoronará el Estado.
Max Stirner
Extracto de su ensayo El único y su propiedad (1844)
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