Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

lunes, mayo 16

La polémica praxis ilegalista

El Ilegalismo no goza en nuestros días, ni aún en los medios Anarquistas más aparentemente “radicales”, de mucha popularidad ni predicamento. Esto supone una inevitable paradoja. Los “simpatizantes”, “militantes”, “activistas” o “afines” a cualquier corriente libertaria hablan, más o menos, en un lenguaje que podemos llamar “Anarquista”; el desprecio hacia determinadas “vacas sagradas”, y en especial a la Ley, es notable. Sin embargo, y he aquí lo paradójico, las actividades “ilegales” son pasto del estigma, el desprestigio, la condena general, e incluso el vilipendio y la calumnia, cuando no de la más clara delación.

Es como cuando piquetean en nuestros oídos toda una serie de cacofónicas contradicciones, esas que los más “informados” suelen espetarnos: “Libertad sí, pero bien controlada”, “La Anarquía no significa que uno pueda hacer lo que le de la gana”, “La autoridad es innecesaria si hay disciplina”, “En el Libertarismo no puede caber la Libertad Absoluta”… quizás algunos hayan identificado estos trinos, son imperativos que suelen salir de diversas bocas, en algunos casos son gente con “buen fondo” aunque repletos de miedo a la libertad; libertos que encuentran el camino pero no visualizan la meta. En el otro, es la gente que desconfía del “pueblo” al que, “vanguardistamente”, se han propuesto liberar, los que dicen que con una Anarquía ilimitada la gente sería ilimitadamente dañina, y con un Comunismo absoluto la gente sería absolutamente acaparadora… ¿No es esta la teoría de Hobbes?, ¿Si el pueblo es tan “malo” por qué hemos de desear su libertad? Quizás quienes hablen así prefieran vernos cargados de cadenas porque ellos mismos deben sentir terror ante lo que harían si fueran libres. Quienes no han erradicado de sus aspiraciones el “afán de poder” saben de lo que serían capaces si se les pusiera al alcance; los que aborrecemos mandar porque nunca hemos consentido ser mandados, no nos vemos acuciados por tales preocupaciones, y tan solo planteamos ¿Acaso existe alguna forma de Anarquía que no sea Ilimitada?

Si damos por sentado la multitud de problemas futuros, si aceptamos la sed autoritaria que poseerá a muchos individuos, y simplemente nos concentramos en intentar que esa serie de problemas puedan ser algún día resueltos por los propios interesados, e intentar quitar toda la serie de herramientas que convierten esa mera pulsión en un arma todopoderosa, estaremos siendo “realistas” sin empezar a tener miedo de marcarle el ritmo a nuestros propios pasos. Es decir, si barremos el poder económico, político y estatal, todo acto de autoridad que tengamos que repeler se circunscribirá a fenómenos en los que nadie se verá obligado a obedecer… el presidente no será nada sin su gobierno, ni el militar sin su ejército, ni el capitalista sin su industria; y nosotros lo seremos todo, si nuestra vida no se ve condicionada por sus decretos, ni nuestra existencia peligra por sus armas, ni nuestro estómago se ve vacío por su dinero. Que se limiten al garrote o la astucia, y en ese campo, cualquiera podrá detenerlos.

Si un mundo sin obediencia y sin órdenes es factible ¿Por qué confinarnos a actos que reproducen esa misma dinámica de “ley-acatamiento”?
Quizás no lo hayamos pensado, pero aún pesan sobre nosotros los más variopintos prejuicios. Muchos compañeros y compañeras me han dicho: “No te das cuenta que, por esos mismos métodos, el Anarquismo carga, aún a día de hoy, con mala fama”. Aquí suele ser muy socorrida una sandia frase de Bernard Thomas: “Todavía la bandera del Anarquismo lleva el luto por lo crímenes de la Banda Bonnot”… y ahora me atrevo a lanzar una pregunta que en muchos círculos se tildará de blasfema ¿Qué es lo que separa a un Bonnot de un Durruti?, la respuesta se me antoja solo una, la lente burguesa con que miramos al personaje.

Muchos, incluyendo Anarquistas, vociferan hoy contra los “propagandistas por el hecho” e “ilegalistas” de final del siglo XIX y principio del XX. Los Moncasí, Duval, Ravachol, Vaillant, o Callemin son llamados “sanguinarios”, “inmoladores de la Idea” y “oportunistas” entre otras lindezas, solo reciben elogios de los “folkloristas” o de los “morbosos”, mientras que, sin embargo, los “profesionales de esa misma Idea” (vendan libros o no) solo pueden ofrecerle los máximos parabienes a personajes como Bakunin, Malatesta, Eliseo Reclús, Ascaso o Quico Sabaté… paradoja sobre paradoja ¿Son acaso, quienes así hablan, pacifistas? En modo alguno, mucho de estos señores claman como el que más por una “Revolución armada e Integral”, lo cual demuestra que ni siquiera tienen la generosidad de los pacifistas de antaño.

Algunos como Tolstoi, Hem Day o Armand renegaban de cualquier forma de violencia, y sin embargo, nunca tuvieron para con los “propagandistas”, una vez vencidos, palabras duras o de reproche, todos ellos se destacaron en su defensa pública. Los críticos de hoy tienen otra “catadura”, no aducen motivos morales o de similar estilo; sin escrúpulos hacen gala de la más cruda arbitrariedad.
Es este el desproporcionado peso que inclina el platillo de nuestra moderna pero desequilibrada balanza.

El mismo Bakunin que es hoy despreciado por la burguesía, el que estaba dispuesto a empapelar con los cuadros “más artísticos y emblemáticos” cualquier fortaleza si eso suponía mantener viva la llama de la Insurrección. El que planteaba que, una vez perdida la Revolución de Dresde, y puesto que jamás había: “Podido llegar a comprender que hubieran mayores lamentaciones por las casas y las cosas inanimadas que por los hombres”, debía volarse la ciudad por los aires, y junto a ella el Ayuntamiento, con tal de que no cayeran en manos de las tropas prusianas. Es el mismo que hoy, obviamente, es aceptado por los Anarquistas como un “paradigma” del “revolucionario integral”.

Sin embargo, este Bakunin, reconocido tanto por su actividad revolucionaria como por el calado de sus análisis, era también quién abroncaba a su amigo Herzen por condenar a Karakozov por su fallido atentado contra el Zar, era quién consideraba que uno de los brotes de los que a la postre serían llamados “propagandistas por el hecho” (término acuñado por el propio Bakunin aunque popularizado por Paul Brousse) era un individuo a quien: “A pesar de sus errores teóricos, no podemos rehusarle nuestro respeto y reconocerlo, ante la abyecta muchedumbre de cortesanos serviles del zar, como uno de los nuestros”. Y suya era también la boca de la que brotaba una explícita invectiva Ilegalista, una que aspiraba a convertirse en auspicio, su llamada “Revolución de Bandoleros y Campesinos”, pues según él: “El Bandolero es el único y auténtico Revolucionario en toda Rusia… En los difíciles tiempos intermedios, cuando todo el mundo trabajador campesino semejaba dormir en un sueño que parecía no poder ser interrumpido por nada, oprimido por todo el peso del Estado, los Bandoleros, los salteadores de caminos, continuaron su lucha en los bosques hasta que las aldeas rusas despertaron de nuevo. Cuando esas dos formas de sedición, la de los Bandoleros y la de los Campesinos se unan, en ese momento surgirá la Revolución del Pueblo”.

¿No cumplieron los Duval, Pini y Jacob la parte que les correspondía?, ¿No se convirtieron en la palabra de Bakunin hecha “carne”? Es irónico contemplar cómo el mismo odio que las clases pudientes tienen por Bakunin, encuentra su distorsionado reflejo en el que muchos “revolucionarios” tienen por los Ilegalistas, a los que, por otra parte, Bakunin amparaba con su verbo.
En 1877, el grupo que componían Malatesta, Cafiero y Ceccarelli llegó a ser conocido como “La Banda del Matese”, pues extendían por dicha región una actividad netamente guerrillera (muy similar a la que los grupos Anarquistas antifranquistas realizarían en periodo de post guerra), ¿Y acaso “Las Panteras de Batignolles”, “Los Intransigentes” o “Los Trabajadores de la Noche”, todos ellos grupos ilegalistas consagrados a atacar al Capital, por medio de la Propiedad, y al Estado por medio de la violación sistemática de la Ley, no se hallaban en el mismo lado de la barricada?.

Mencionemos, incluso, a Eliseo Reclús. Él, quintaesencia del “pensador reflexivo”, del “teórico comprometido” pero supuestamente “sosegado”, no era solo el que defendía con su compresiva pluma a esos “expropiadores” a los que otros condenaban, en ocasiones, hasta con cierta acritud y ensañamiento; era además quién tomó el fusil en la Comuna de París y quién -como Luisa Michel- derrochaba tolerancia con aquellos que experimentaban la “lucha social” como una transcendente cuestión de “supervivencia”, ¿No eran estas las difíciles circunstancias de los Ravachol o Garnier?, ¿No eran personas que tomaban el puñal o la browning tal y como el animal acorralado hace uso de sus dientes y garras?.

Quizás se nos aduzcan las prosaicas razones “porcentuales o numéricas”, pero como ya hemos dicho -en multitud de ocasiones- ni la verdad es más “verdad” cuando solo sale por una garganta en vez de por la de mil, ni la Revolución es más lícita cuando es un único individuo el que se arriesga a encender su personal mecha, que cuando es todo un pueblo el que se dispone a combustionar la pólvora.

¿Hablamos acaso del algún extraño y ridículo “vanguardismo”? Por supuesto que no, simplemente no creemos que una persona deba de apagar el fuego revolucionario que consume su paciencia y arde en sus entrañas, simplemente porque este no haya conseguido prender en el resto de la población. ¿Qué intentar iniciar una “Revolución de francotiradores” puede ser menos efectivo que una gran marea “colectiva”? Posiblemente, ¿Qué la “Rebelión unipersonal” y el “acto individual” están abocados al “fracaso”? Todas las Revoluciones, fugaces o más o menos duraderas, no son más que la consecución de innumerables “actos individuales”, de una cuasi infinidad de “Rebeliones unipersonales”, son estas las que provocan una verdadera ruptura en el vértice histórico, son estas las que preparan el caldo de cultivo para un nuevo y desconocido período; y ante la más o menos pretérita escalada de Rebeldía que debería posibilitar el advenimiento de una “Revolución Global”, debemos prepararnos para hacer nuestro “pequeño” y personal aporte, es por ello por lo que nos acogemos a estas palabras de Louis Lecoin: “Cierto, los actos individuales no pondrán fin a todos los déspotas y a todos los despotismos, y será necesaria una revolución; pero esos actos son un símbolo, pues indican dónde hace falta golpear”. Vaillant y su acto, su alegórico atentado contra el Parlamento, nos proporciona, por ejemplo, una inigualable “diana”.

Algunos pretenderán excusarse de otras formas, quizás nos digan: “Lo que diferencia a unos de otros, lo que hace que los Bakunin, Malatesta y Reclús sean ‘bien vistos’ y destaquen en detrimento de los ‘ilegalistas integrales’, es su capacidad ‘intelectual’, es decir, se legado teórico”… este planteamiento ni siquiera tiene la belleza de otras muchas mentiras, pues ¿Tal vez los Durruti, Ascaso, Facerias, Celes, Quico Sabaté, o Ramón Vila Capdevila han hecho algún aporte netamente teórico al pretendido “corpus” Anarquista? Y, aún quedando algunos más oscurecidos que otros por la sombra del tiempo, pocas palabras “críticas”, y aún menos “despectivas”, se atrevería nadie lanzar contra quienes, sin libros y escritorios, supieron dar un ejemplo vivo de Anarquismo en acción, contra los representantes genuinos del “Maquis Libertario”. Sin embargo, ¿No se encaminaban cada uno de sus pasos contra la carcasa estatal?, ¿No apuntaban sus armas contra los propietarios?, ¿No se incrustaban sus balas en el cuerpo decrépito de la Autoridad? Exactamente igual que los ilegalistas de antaño. No es, por tanto, la “prolijidad teórica” la que ha limpiado el nombre de unos y ensuciado el de otros.

Entonces ¿porqué se nos antoja la imagen del “ilegalista” y del “propagandista por el hecho” como algo “anacrónico” o incluso “caduco”? La respuesta, como ya dijimos, proviene del aburguesamiento de nuestra propia mirada, esa que se ve distorsionada por un cristal excesivamente ahumado cuando no, directamente, por un caleidoscopio.

El caso se nos muestra de forma diáfana cuando observamos a los personajes más “emblemáticos” del anarcosindicalismo “español”. En los Durruti y Ascaso ¿No nos encontramos con los incontestables herederos de los Caserio, Pardiñas, Angiolillo, Bresci, o Czolgosz?, ¿No aspiraban ambos a seguir los pasos de los mencionados y a convertirse, como mínimo, en “regicidas”?, ¿No fue su atentado contra Alfonso XIII la consecución lógica de la obra que inició Moncasí cuando atentó, precisamente, contra el padre de ese engendro coronado?, ¿No les presentan sus fallidos o certeros atentados como epígonos directos, cuando no como condiscípulos, de los Cyvoct, Gallo, Pauwels, Reinsdorf, Radowitzky, Wilckens, o Di Giovanni? Y sus atracos a bancos y demás “expropiaciones” ¿En algo se separan de las actividades de los ya mencionados “recuperadores individuales”? Sus grupos (a los que el propio García Oliver reconocía como los “mejores terroristas de la clase trabajadora” y los “reyes de la pistola obrera”) ¿Guardan alguna diferencia con los que despuntaban en el ocaso del siglo XIX, y sobretodo, con el establecido por Jules Bonnot, Raymond Callemin y compañía a finales de 1911?, ¿No era acaso el propósito de todos ellos, simpatizaran más con una corriente ácrata que con otra, realizar actos prácticos de Sedición? Bonnot y la banda, a la que la prensa burguesa quiso concederle su nombre, no se dedicaron a ninguna actividad distinta que la realizada por Durruti y Ascaso en Gijón… fuera bajo el nombre de “Los Justicieros”, “Los Solidarios” o “Nosotros”, todos esos grupos tuvieron la insignia nítida de la ilegalidad y el “cuadro de defensa”, y nadie puede negarle a los archiconocidos “Bandidos Trágicos” su dedicación a ambos menesteres… por el primero fueron perseguidos y por el segundo fueron asesinados.

Las paradojas suelen ser sangrantes… Miguel Arcángel Roscigno no solo atracó junto a Durruti, Acaso y Gregorio Jover el Banco de San Martín, sino que en cuanto a “peripecias Revolucionarias” (ese rico “anecdotario” que a veces termina por ser lo único recordado en la sufriente vida de los militantes) no le va a la saga a los anteriores, ya que podría satisfacer con las mismas incluso a los “frívolos” más exigentes. Y sin embargo, los primeros se harían a la postre populares como “Los Tres Mosqueteros” (a veces en la ecuación entra Oliver para sustituir a Jover), convirtiéndose en un “mito” del movimiento obrero internacional; mientras que Roscigno, aun como colaborador de Di Giovanni, no pudo compartir ni las migajas de su “halo”, pues ni siquiera conserva su nombre en los labios de los compañeros… quedando su recuerdo barrido por el viento. Haciendo las delicias, tan solo, de los que le rinden culto a la “fuerza” o de los que solo se “excitan” con cierta clase de morbosidad.

En sus tiempos Durruti despertaba el calificativo de “gánster internacional” entre la reacción (incluso Montseny lo calificaba así cariñosamente), mientras que “el Quico” era considerado “el criminal más peligroso de España”; hoy, ni los más timoratos de la mesocracia les darían semejantes epítetos. No obstante, pléyades de “nombres propios” siguen siendo objeto de los prejuicios burgueses más pávidos y acomplejados, cuando no, sencillamente deleznables… pero, ¿Qué se les puede reprochar?, ¿Ir contra el todopoderoso Sistema?, ¿Impugnar toda Ley?, ¿Tomar donde prevalece la insultante abundancia y el homicida excedente?, ¿Entregar sus jóvenes vidas en aras de un mundo que se ha demostrado inmerecedero de ellas?

Los Anarquistas llevamos más de 160 años proclamando, junto con Proudhon que: “La Propiedad es un Robo”, ¿Podemos acaso culpar a aquellos que no se conformaron con teorizar y se decidieron a llevarlo a la práctica?, ¿Quién se atreve?

Desde luego, son ellos, los hambrientos de hechos y no de fórmulas, los que tendrían el coraje y la rabia -pues como Anarquistas toda potestad les es ajena- de reprocharnos este medio siglo de sopor aún rodeados de Tempestad.


Extraído de https://revistanada.com

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