El Ilegalismo no goza en nuestros días,
ni aún en los medios Anarquistas más aparentemente “radicales”, de mucha
popularidad ni predicamento. Esto supone una inevitable paradoja. Los
“simpatizantes”, “militantes”, “activistas” o “afines” a cualquier
corriente libertaria hablan, más o menos, en un lenguaje que podemos
llamar “Anarquista”; el desprecio hacia determinadas “vacas sagradas”, y
en especial a la Ley, es notable. Sin embargo, y he aquí lo paradójico,
las actividades “ilegales” son pasto del estigma, el desprestigio, la
condena general, e incluso el vilipendio y la calumnia, cuando no de la
más clara delación.
Es como cuando piquetean en nuestros
oídos toda una serie de cacofónicas contradicciones, esas que los más
“informados” suelen espetarnos: “Libertad sí, pero bien controlada”, “La
Anarquía no significa que uno pueda hacer lo que le de la gana”, “La
autoridad es innecesaria si hay disciplina”, “En el Libertarismo no
puede caber la Libertad Absoluta”… quizás algunos hayan identificado
estos trinos, son imperativos que suelen salir de diversas bocas, en
algunos casos son gente con “buen fondo” aunque repletos de miedo a la
libertad; libertos que encuentran el camino pero no visualizan la meta.
En el otro, es la gente que desconfía del “pueblo” al que,
“vanguardistamente”, se han propuesto liberar, los que dicen que con una
Anarquía ilimitada la gente sería ilimitadamente dañina, y con un
Comunismo absoluto la gente sería absolutamente acaparadora… ¿No es esta
la teoría de Hobbes?, ¿Si el pueblo es tan “malo” por qué hemos de
desear su libertad? Quizás quienes hablen así prefieran vernos cargados
de cadenas porque ellos mismos deben sentir terror ante lo que harían si
fueran libres. Quienes no han erradicado de sus aspiraciones el “afán
de poder” saben de lo que serían capaces si se les pusiera al alcance;
los que aborrecemos mandar porque nunca hemos consentido ser mandados,
no nos vemos acuciados por tales preocupaciones, y tan solo planteamos
¿Acaso existe alguna forma de Anarquía que no sea Ilimitada?
Si damos por sentado la multitud de
problemas futuros, si aceptamos la sed autoritaria que poseerá a muchos
individuos, y simplemente nos concentramos en intentar que esa serie de
problemas puedan ser algún día resueltos por los propios interesados, e
intentar quitar toda la serie de herramientas que convierten esa mera
pulsión en un arma todopoderosa, estaremos siendo “realistas” sin
empezar a tener miedo de marcarle el ritmo a nuestros propios pasos. Es
decir, si barremos el poder económico, político y estatal, todo acto de
autoridad que tengamos que repeler se circunscribirá a fenómenos en los
que nadie se verá obligado a obedecer… el presidente no será nada sin su
gobierno, ni el militar sin su ejército, ni el capitalista sin su
industria; y nosotros lo seremos todo, si nuestra vida no se ve
condicionada por sus decretos, ni nuestra existencia peligra por sus
armas, ni nuestro estómago se ve vacío por su dinero. Que se limiten al
garrote o la astucia, y en ese campo, cualquiera podrá detenerlos.
Si un mundo sin obediencia y sin órdenes
es factible ¿Por qué confinarnos a actos que reproducen esa misma
dinámica de “ley-acatamiento”?
Quizás no lo hayamos pensado, pero aún
pesan sobre nosotros los más variopintos prejuicios. Muchos compañeros y
compañeras me han dicho: “No te das cuenta que, por esos mismos
métodos, el Anarquismo carga, aún a día de hoy, con mala fama”. Aquí
suele ser muy socorrida una sandia frase de Bernard Thomas: “Todavía la
bandera del Anarquismo lleva el luto por lo crímenes de la Banda
Bonnot”… y ahora me atrevo a lanzar una pregunta que en muchos círculos
se tildará de blasfema ¿Qué es lo que separa a un Bonnot de un Durruti?,
la respuesta se me antoja solo una, la lente burguesa con que miramos
al personaje.
Muchos, incluyendo Anarquistas, vociferan
hoy contra los “propagandistas por el hecho” e “ilegalistas” de final
del siglo XIX y principio del XX. Los Moncasí, Duval, Ravachol,
Vaillant, o Callemin son llamados “sanguinarios”, “inmoladores de la
Idea” y “oportunistas” entre otras lindezas, solo reciben elogios de los
“folkloristas” o de los “morbosos”, mientras que, sin embargo, los
“profesionales de esa misma Idea” (vendan libros o no) solo pueden
ofrecerle los máximos parabienes a personajes como Bakunin, Malatesta,
Eliseo Reclús, Ascaso o Quico Sabaté… paradoja sobre paradoja ¿Son
acaso, quienes así hablan, pacifistas? En modo alguno, mucho de estos
señores claman como el que más por una “Revolución armada e Integral”,
lo cual demuestra que ni siquiera tienen la generosidad de los
pacifistas de antaño.
Algunos como Tolstoi, Hem Day o Armand
renegaban de cualquier forma de violencia, y sin embargo, nunca tuvieron
para con los “propagandistas”, una vez vencidos, palabras duras o de
reproche, todos ellos se destacaron en su defensa pública. Los críticos
de hoy tienen otra “catadura”, no aducen motivos morales o de similar
estilo; sin escrúpulos hacen gala de la más cruda arbitrariedad.
Es este el desproporcionado peso que inclina el platillo de nuestra moderna pero desequilibrada balanza.
El mismo Bakunin que es hoy despreciado
por la burguesía, el que estaba dispuesto a empapelar con los cuadros
“más artísticos y emblemáticos” cualquier fortaleza si eso suponía
mantener viva la llama de la Insurrección. El que planteaba que, una vez
perdida la Revolución de Dresde, y puesto que jamás había: “Podido
llegar a comprender que hubieran mayores lamentaciones por las casas y
las cosas inanimadas que por los hombres”, debía volarse la ciudad por
los aires, y junto a ella el Ayuntamiento, con tal de que no cayeran en
manos de las tropas prusianas. Es el mismo que hoy, obviamente, es
aceptado por los Anarquistas como un “paradigma” del “revolucionario
integral”.
Sin embargo, este Bakunin, reconocido
tanto por su actividad revolucionaria como por el calado de sus
análisis, era también quién abroncaba a su amigo Herzen por condenar a
Karakozov por su fallido atentado contra el Zar, era quién consideraba
que uno de los brotes de los que a la postre serían llamados
“propagandistas por el hecho” (término acuñado por el propio Bakunin
aunque popularizado por Paul Brousse) era un individuo a quien: “A pesar
de sus errores teóricos, no podemos rehusarle nuestro respeto y
reconocerlo, ante la abyecta muchedumbre de cortesanos serviles del zar,
como uno de los nuestros”. Y suya era también la boca de la que brotaba
una explícita invectiva Ilegalista, una que aspiraba a convertirse en
auspicio, su llamada “Revolución de Bandoleros y Campesinos”, pues según
él: “El Bandolero es el único y auténtico Revolucionario en toda Rusia…
En los difíciles tiempos intermedios, cuando todo el mundo trabajador
campesino semejaba dormir en un sueño que parecía no poder ser
interrumpido por nada, oprimido por todo el peso del Estado, los
Bandoleros, los salteadores de caminos, continuaron su lucha en los
bosques hasta que las aldeas rusas despertaron de nuevo. Cuando esas dos
formas de sedición, la de los Bandoleros y la de los Campesinos se
unan, en ese momento surgirá la Revolución del Pueblo”.
¿No cumplieron los Duval, Pini y Jacob la
parte que les correspondía?, ¿No se convirtieron en la palabra de
Bakunin hecha “carne”? Es irónico contemplar cómo el mismo odio que las
clases pudientes tienen por Bakunin, encuentra su distorsionado reflejo
en el que muchos “revolucionarios” tienen por los Ilegalistas, a los
que, por otra parte, Bakunin amparaba con su verbo.
En 1877, el grupo que componían
Malatesta, Cafiero y Ceccarelli llegó a ser conocido como “La Banda del
Matese”, pues extendían por dicha región una actividad netamente
guerrillera (muy similar a la que los grupos Anarquistas antifranquistas
realizarían en periodo de post guerra), ¿Y acaso “Las Panteras de
Batignolles”, “Los Intransigentes” o “Los Trabajadores de la Noche”,
todos ellos grupos ilegalistas consagrados a atacar al Capital, por
medio de la Propiedad, y al Estado por medio de la violación sistemática
de la Ley, no se hallaban en el mismo lado de la barricada?.
Mencionemos, incluso, a Eliseo Reclús.
Él, quintaesencia del “pensador reflexivo”, del “teórico comprometido”
pero supuestamente “sosegado”, no era solo el que defendía con su
compresiva pluma a esos “expropiadores” a los que otros condenaban, en
ocasiones, hasta con cierta acritud y ensañamiento; era además quién
tomó el fusil en la Comuna de París y quién -como Luisa Michel-
derrochaba tolerancia con aquellos que experimentaban la “lucha social”
como una transcendente cuestión de “supervivencia”, ¿No eran estas las
difíciles circunstancias de los Ravachol o Garnier?, ¿No eran personas
que tomaban el puñal o la browning tal y como el animal acorralado hace
uso de sus dientes y garras?.
Quizás se nos aduzcan las prosaicas
razones “porcentuales o numéricas”, pero como ya hemos dicho -en
multitud de ocasiones- ni la verdad es más “verdad” cuando solo sale por
una garganta en vez de por la de mil, ni la Revolución es más lícita
cuando es un único individuo el que se arriesga a encender su personal
mecha, que cuando es todo un pueblo el que se dispone a combustionar la
pólvora.
¿Hablamos acaso del algún extraño y
ridículo “vanguardismo”? Por supuesto que no, simplemente no creemos que
una persona deba de apagar el fuego revolucionario que consume su
paciencia y arde en sus entrañas, simplemente porque este no haya
conseguido prender en el resto de la población. ¿Qué intentar iniciar
una “Revolución de francotiradores” puede ser menos efectivo que una
gran marea “colectiva”? Posiblemente, ¿Qué la “Rebelión unipersonal” y
el “acto individual” están abocados al “fracaso”? Todas las
Revoluciones, fugaces o más o menos duraderas, no son más que la
consecución de innumerables “actos individuales”, de una cuasi infinidad
de “Rebeliones unipersonales”, son estas las que provocan una verdadera
ruptura en el vértice histórico, son estas las que preparan el caldo de
cultivo para un nuevo y desconocido período; y ante la más o menos
pretérita escalada de Rebeldía que debería posibilitar el advenimiento
de una “Revolución Global”, debemos prepararnos para hacer nuestro
“pequeño” y personal aporte, es por ello por lo que nos acogemos a estas
palabras de Louis Lecoin: “Cierto, los actos individuales no pondrán
fin a todos los déspotas y a todos los despotismos, y será necesaria una
revolución; pero esos actos son un símbolo, pues indican dónde hace
falta golpear”. Vaillant y su acto, su alegórico atentado contra el
Parlamento, nos proporciona, por ejemplo, una inigualable “diana”.
Algunos pretenderán excusarse de otras
formas, quizás nos digan: “Lo que diferencia a unos de otros, lo que
hace que los Bakunin, Malatesta y Reclús sean ‘bien vistos’ y destaquen
en detrimento de los ‘ilegalistas integrales’, es su capacidad
‘intelectual’, es decir, se legado teórico”… este planteamiento ni
siquiera tiene la belleza de otras muchas mentiras, pues ¿Tal vez los
Durruti, Ascaso, Facerias, Celes, Quico Sabaté, o Ramón Vila Capdevila
han hecho algún aporte netamente teórico al pretendido “corpus”
Anarquista? Y, aún quedando algunos más oscurecidos que otros por la
sombra del tiempo, pocas palabras “críticas”, y aún menos “despectivas”,
se atrevería nadie lanzar contra quienes, sin libros y escritorios,
supieron dar un ejemplo vivo de Anarquismo en acción, contra los
representantes genuinos del “Maquis Libertario”. Sin embargo, ¿No se
encaminaban cada uno de sus pasos contra la carcasa estatal?, ¿No
apuntaban sus armas contra los propietarios?, ¿No se incrustaban sus
balas en el cuerpo decrépito de la Autoridad? Exactamente igual que los
ilegalistas de antaño. No es, por tanto, la “prolijidad teórica” la que
ha limpiado el nombre de unos y ensuciado el de otros.
Entonces ¿porqué se nos antoja la imagen
del “ilegalista” y del “propagandista por el hecho” como algo
“anacrónico” o incluso “caduco”? La respuesta, como ya dijimos, proviene
del aburguesamiento de nuestra propia mirada, esa que se ve
distorsionada por un cristal excesivamente ahumado cuando no,
directamente, por un caleidoscopio.
El caso se nos muestra de forma diáfana
cuando observamos a los personajes más “emblemáticos” del
anarcosindicalismo “español”. En los Durruti y Ascaso ¿No nos
encontramos con los incontestables herederos de los Caserio, Pardiñas,
Angiolillo, Bresci, o Czolgosz?, ¿No aspiraban ambos a seguir los pasos
de los mencionados y a convertirse, como mínimo, en “regicidas”?, ¿No
fue su atentado contra Alfonso XIII la consecución lógica de la obra que
inició Moncasí cuando atentó, precisamente, contra el padre de ese
engendro coronado?, ¿No les presentan sus fallidos o certeros atentados
como epígonos directos, cuando no como condiscípulos, de los Cyvoct,
Gallo, Pauwels, Reinsdorf, Radowitzky, Wilckens, o Di Giovanni? Y sus
atracos a bancos y demás “expropiaciones” ¿En algo se separan de las
actividades de los ya mencionados “recuperadores individuales”? Sus
grupos (a los que el propio García Oliver reconocía como los “mejores
terroristas de la clase trabajadora” y los “reyes de la pistola obrera”)
¿Guardan alguna diferencia con los que despuntaban en el ocaso del
siglo XIX, y sobretodo, con el establecido por Jules Bonnot, Raymond
Callemin y compañía a finales de 1911?, ¿No era acaso el propósito de
todos ellos, simpatizaran más con una corriente ácrata que con otra,
realizar actos prácticos de Sedición? Bonnot y la banda, a la que la
prensa burguesa quiso concederle su nombre, no se dedicaron a ninguna
actividad distinta que la realizada por Durruti y Ascaso en Gijón… fuera
bajo el nombre de “Los Justicieros”, “Los Solidarios” o “Nosotros”,
todos esos grupos tuvieron la insignia nítida de la ilegalidad y el
“cuadro de defensa”, y nadie puede negarle a los archiconocidos
“Bandidos Trágicos” su dedicación a ambos menesteres… por el primero
fueron perseguidos y por el segundo fueron asesinados.
Las paradojas suelen ser sangrantes…
Miguel Arcángel Roscigno no solo atracó junto a Durruti, Acaso y
Gregorio Jover el Banco de San Martín, sino que en cuanto a “peripecias
Revolucionarias” (ese rico “anecdotario” que a veces termina por ser lo
único recordado en la sufriente vida de los militantes) no le va a la
saga a los anteriores, ya que podría satisfacer con las mismas incluso a
los “frívolos” más exigentes. Y sin embargo, los primeros se harían a
la postre populares como “Los Tres Mosqueteros” (a veces en la ecuación
entra Oliver para sustituir a Jover), convirtiéndose en un “mito” del
movimiento obrero internacional; mientras que Roscigno, aun como
colaborador de Di Giovanni, no pudo compartir ni las migajas de su
“halo”, pues ni siquiera conserva su nombre en los labios de los
compañeros… quedando su recuerdo barrido por el viento. Haciendo las
delicias, tan solo, de los que le rinden culto a la “fuerza” o de los
que solo se “excitan” con cierta clase de morbosidad.
En sus tiempos Durruti despertaba el
calificativo de “gánster internacional” entre la reacción (incluso
Montseny lo calificaba así cariñosamente), mientras que “el Quico” era
considerado “el criminal más peligroso de España”; hoy, ni los más
timoratos de la mesocracia les darían semejantes epítetos. No obstante,
pléyades de “nombres propios” siguen siendo objeto de los prejuicios
burgueses más pávidos y acomplejados, cuando no, sencillamente
deleznables… pero, ¿Qué se les puede reprochar?, ¿Ir contra el
todopoderoso Sistema?, ¿Impugnar toda Ley?, ¿Tomar donde prevalece la
insultante abundancia y el homicida excedente?, ¿Entregar sus jóvenes
vidas en aras de un mundo que se ha demostrado inmerecedero de ellas?
Los Anarquistas llevamos más de 160 años
proclamando, junto con Proudhon que: “La Propiedad es un Robo”, ¿Podemos
acaso culpar a aquellos que no se conformaron con teorizar y se
decidieron a llevarlo a la práctica?, ¿Quién se atreve?
Desde luego, son ellos, los hambrientos
de hechos y no de fórmulas, los que tendrían el coraje y la rabia -pues
como Anarquistas toda potestad les es ajena- de reprocharnos este medio
siglo de sopor aún rodeados de Tempestad.
Extraído de https://revistanada.com
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