Al trazar el origen de las jerarquías
sociales y sistemas de control, muchos teóricos radicales toman una
postura materialista, y atribuyen la conducta autoritaria a excedentes
resultantes de la producción agrícola y otros aspectos del proceso de
civilización. El hecho de que algunas sociedades no agrícolas de
cazadores-recolectores desarrollaron estructuras sociales jerárquicas
ofrece una contradicción crítica a la visión materialista, y presenta
una clave para comprender el origen de la jerarquía. Los anarquistas, ya
sea que queramos abolir todo artefacto cultural de la civilización
occidental por inherentemente opresor o retener ciertos aspectos de la
civilización, haríamos bien en aprender cuan parcial es que la
civilización y la jerarquía sean concomitantes.
La civilización entendida etimológica y
culturalmente como el sometimiento de seres humanos a un poder
centralizado o común “para mantenerles a todos atemorizados” en palabras
de Hobbes, o para volverles ciudadanos, podemos volcarnos a pueblos
cazadores-recolectores como claros ejemplos de sociedades sin estado.
Las dos formas principales de jerarquía evidenciadas en algunas de estas
sociedades son el patriarcado y la gerontocracia. Varios grupos
cazadores-recolectores son patriarcados nacientes. Por ejemplo, entre
los Aché de los bosques amazónicos, la división sexual del trabajo es
absoluto, y los hombres disfrutan de mayor influencia en la toma de
decisiones. Los Aranda [o Arrente] de la Australia central también
otorgan mayor influencia política a los hombres dentro del grupo.
Adicionalmente, la propiedad de tierra comunal, que es la fuente de
identidad de cada banda, se traza a través de la línea paterna (de padre
a hijo).
La gerontocracia, jerarquía basada en la
edad y dominada por los ancianos, es particularmente desarrollada entre
los Aranda, política, social y espiritualmente. En general, los niños
Aranda no son participantes activos en los asuntos del grupo, mientras
que a los hombres ancianos se les otorga posiciones de liderazgo, y la
religión de los Aranda está basada en la veneración de ancestros (Lee
and Daly, 1999).
Los Mbuti del bosque Ituri del África
central ofrecen un excelente contraste al demostrar cuan no-jerárquica
puede ser una sociedad (los Hadza de las praderas de Tanzania también
practican la organización social igualitaria, aunque hay menos
bibliografía disponible sobre ellos). Aunque los Mbuti practican algo de
división sexual del trabajo, la división no es estricta, y con
frecuencia se manifiesta en distintas funciones en la misma actividad,
con mujeres y hombres trabajando juntos, para criar a los hijos o para
reunir alimentos. Los Mbuti minimizan el género, y excepto para
distinguir entre madres y padres usan etiquetas y pronombres familiares
neutrales. Los Mbuti forman tradicionalmente parejas exclusivas e
incluso de por vida para criar a los niños, pero el “matrimonio” Mbuti
no prohibe el sexo o el amor extra-marital.
Uno de los rituales Mbuti más importantes
comienza como un juego de tirar la cuerda, con los hombres por un lado y
las mujeres por el otro. Pero tan pronto como un lado comienza a ganar,
un miembro del lado ganador cambia de equipo, y pretende ser un miembro
del sexo opuesto, para restablecer el equilibrio. La final del juego,
todos han cambiado su género múltiples veces, y todos ríen, habiendo
exorcizado tensiones de género (Turnbull, 1983).
Los Mbuti son además una sociedad
igualitaria en lo etario. Otorgan un campo de autonomía y un rol de
importancia a cada uno de los cinco grupos etarios: infantes, niños,
jóvenes, adultos, y ancianos. Cada grupo etario tiene un poder
reconocido voluntariamente sobre los otros, y lo que hace un buen
funcionamiento de un grupo Mbuti es la simbiosis saludable de los
distintos grupos. Los jóvenes, por ejemplo, son considerados los
defensores de la justicia, y es su función intervenir en problemas o
conflictos internos del grupo. Los adultos, aunque tienen influencia
sustancial como proveedores de sustento, son también criticados por ser
las fuentes principales de akami, “ruido” o conflicto, dentro del grupo.
El rol de los ancianos es reconciliar conflictos.
Aunque las formas embrionarias de
patriarcado y gerontocracia exhibidas por algunos grupos
cazadores-recolectores son inocuas comparadas con las dinámicas
jerárquicas de las civilizaciones basadas en la acumulación, la
combinación de los dos sistemas es un hito crítico en el auge de la
organización social jerárquica. La combinación histórica, que casi
siempre precede al desarrollo de la agricultura, demarca las primeras
jerarquías dinámicas.
La división permanente entre hombres y
mujeres es reforzada por la jerarquía etaria, que con el tiempo confiere
privilegios a cambio de cooperación con el sistema jerárquico. Una
minoría de elite, hombres ancianos, tienen una influencia
desproporcionada y los comienzos del poder político. Mientras tanto, la
promesa de eventual inclusión a la elite alienta a los hombres jóvenes a
cooperar con la jerarquía. Las mujeres, también, son más propensas a
cooperar con su propio desempoderamiento; aún cuando nunca ascenderán a
un rol de elite, aún pueden obtener un estatus elevado a medida que
envejecen al participar de la jerarquía.
Pareciera que la gerontocracia también
hace posible una forma rudimentaria de control en una sociedad sin
estado. Los grados etarios que usan los Mbuti de modo libertario se
convierten en instrumentos de autoridad política en muchas sociedades
africanas occidentales, como los Ibo (horticultores sin estado), que
subordinan los jóvenes a los ancianos. La juventud, en vez de ser
defensores autónomos de la justicia, juega una función de control al
reforzar la voluntad del grupo etario por sobre ellos, tornando así las
difusas sanciones (mecanismos de imposición sostenidos colectivamente)
características de la anarquía en algo más cercano a las sanciones
controladas centralmente, del estado (Barclay, 1982). Esto se hace
posible en una cultura en la que las personas mayores son vistas como
líderes legítimos y los jóvenes buscan ganarse su favor.
En este contexto, el concepto de linaje
se vuelve cada vez más importante. Los linajes segmentarios de muchas
tribus africanas occidentales sin estado parecen abrir un camino
efectivo al desarrollo del gobierno. El liderazgo de “Gran Hombre” en
muchos patriarcados simples, recolectores u horticultores, es demasiado
inestable como para institucionalizar permanentemente el poder político
(un hombre agresivo, fuerte, o capaz invita a la competencia y el
resentimiento, pierde estas cualidades con la edad, y no las puede
traspasar a un sucesor escogido). Pero los linajes segmentarios en los
que cada agrupación — la familia, el sub-clan, el clan — es encabezada
por un líder, el padre del linaje (un concepto que requiere solo línea
paternal y gerontocracia), el control político sobre una gran población
comienza a ser centralizado por una orden de líderes, de menor a mayor;
el liderazgo se vuelve hereditario; y los prestigiosos linajes que han
obtenido el liderazgo de las estructuras mayores (clanes o la tribu)
adoptan una cualidad de liderazgo innata: una superioridad que se cree
corre por su sangre.
La pregunta sigue siendo: ¿por qué
algunos grupos humanos desarrollan estas formas de jerarquía, mientras
otros no? El patriarcado se atribuye con frecuencia a que los hombres
ganaron influencia por su rol de guerreros o proveedores. Pero muchos
grupos cazadores-recolectores y horticultores no practicaron la guerra, y
no hay delineamiento claro de que estrategias políticas pacíficas sean
siempre practicadas por grupos de igualdad etaria o de línea materna.
Tampoco hay una correlación entre el rol de los hombres como proveedores
y su rol de patriarcas. El patriarcado estaba tan desarrollado o más
desarrollado en sociedades donde las mujeres proveían la mayor parte del
alimento, por ejemplo los Aranda, que entre grupos como los Aché, donde
los hombres proveían aproximadamente el 80% de la dieta.
Por el contrario, el patriarcado parece
ser un resultado posible en cualquier grupo humano que no se organiza
específicamente para prevenirlo. Las distinciones de género son un eje
obvio de conflicto en los grupos humanos, y superar el conflicto debe
ser una actividad constante en toda sociedad. El desarrollo del
patriarcado no es inevitable, ni tampoco natural, es simplemente
conveniente — para aquellos que desean obtener poder social, y tomar la
salida fácil al lidiar con problemas de grupo.
Las prácticas e instituciones sociales
para prevenir o resistir el desarrollo del patriarcado han sido
múltiples. Van desde rituales niveladores de género como los practicados
por los Mbuti, a la acción colectiva ritualizada, donde se incluyen
sesiones de insultos por toda la noche y posible destrucción de
propiedad, practicada por la mujeres Igbo contra los culpables de haber
violado los derechos de una mujer o transgredido la esfera femenina de
la actividad económica (Van Allen, 1972).
Entre las etapas de desarrollo patriarcal
descritas por Gerda Lerner (1986) se incluye la remoción de las mujeres
desde lo divino, mayormente pronunciada en el desarrollo monoteísta de
un solo dios masculino; la creación del mito cultural de que las mujeres
son espiritual y mentalmente incompletas, como en la filosofía
aristotélica; y la creación de leyes o costumbres sociales que gobiernan
la sexualidad de las mujeres, como es el caso del código de Hammurabi.
Añadiría que la primera y más importante
etapa del patriarcado es la conceptualización de identidades de género
rígidas. Riane Eisler (1987) y un número de otras feministas liberales,
en un sincero intento por liberar una historia anti-patriarcal, han
resucitado una serie de sociedades mediterráneas dominadas por la
simbología de la fertilidad femenina y marcadas por divisiones menos
severas de clase y género, como evidencia de un pasado pre-patriarcal.
Desafortunadamente, su investigación aún nos deja con un binario de
género esencializado en el que la fuente de poder social de las mujeres
es su habilidad de procrear. De hecho, la cooptación masculina de los
símbolos de fertilidad femenina fue una etapa común de desarrollo en
muchas sociedades patriarcales.
Desde los Anasazi a los Minoanos, los
sacerdotes hombres a cargo de las estructuras religiosas tempranas,
usaban, e incluso vestían, símbolos ioni como señal de su poder (Donald y
Hurcombe, 2000). Esto ocurre en conjunto con la cooptación de la
fertilidad de la “Madre Tierra” por parte de los agricultores.
Una de las formas más tempranas de
resistencia a nociones esencializadas de género conocidas fueron las
obras de arte entre los cazadores-recolectores como también entre los
horticultores y primeros agricultores. De hace miles de años, el arte en
roca de los San, así como también pinturas y estatuillas de todo el
mundo, con frecuencia contenían figuras andróginas, alentando una
fluidez al concepto de género al desdibujar la distinción o presentando
figuras que simultáneamente exhibían características femeninas y
masculinas exageradas (y a menudo, también características de otros
animales). La misma Eisler, inhibida por una lente esencialmente
patriarcal, mal-representa su propia investigación, obviando mencionar
que la mayoría de las estatuillas del neolítico en sus muestras no son
femeninas, sino andróginas.
La agricultura y la civilización no
crearon la jerarquía en los grupos humanos, ni tampoco la jerarquía
condujo a la creación de la civilización, como es evidenciado en la
existencia de sociedades igualitarias hortícolas y agrícolas. En vez, la
jerarquía es el resultado de las estrategias sociales de un pueblo,
pero la agricultura y otros progresos tecnológicos permiten que las
jerarquías nacientes se vuelvan mucho más complejas, autoritarias, y
violentas. Aún peor, las ventajas militares inherentes a la agricultura —
como una mayor densidad de población, resistencia a la enfermedad por
vivir con animales en comunidades sedentarias, y herramientas de metal —
permiten que las jerarquías más desarrolladas de la civilización se
extiendan expandiendo naciones y conquistando ejércitos.
Para aumentar nuestra comprensión, sería
útil saber cómo se desarrolló la agricultura. Es importante comprender
que el desarrollo de la agricultura no fue inevitable ni universal.
Aunque la vasta mayoría de las sociedades
hoy se sustentan por medio de alguna forma de agricultura, la
preeminencia de ésta es en gran parte resultado de la expansión de la
población y de la dominación militar por parte de sociedades agrícolas.
Quizás tan pocas como cinco sociedades desarrollaron independientemente
la agricultura en toda la historia humana (en el Oriente Medio, en
China, en el África sub-Sahariana, en Yucatán, y en los Andes). Esto no
quiere decir que la agricultura es una invención poco probable; muchos
grupos cazadores-recolectores demuestran un conocimiento de la
agricultura pero eligen no practicarla. Compensando sus ventajas
militares, la agricultura se acompañó de un marcado declive en la salud
humana, lo que ha sido descrito suficientemente en otras fuentes. La
agricultura fue con frecuencia un invento impopular, extendiéndose por
gran parte de Europa a menos de una milla por año (Diamond, 1992).
En el ejemplo mejor estudiado, el Oriente
Medio, la agricultura se desarrolló antes en las alturas del Levante,
al este del Mediterráneo. El proceso parece haber comenzado 12.500 años
atrás, cuando cambios climáticos a fines de la Era del Hielo condujeron a
un significativo incremento de cereales y frutos secos silvestres. Los
cazadores-recolectores Natufienses en la región practicaron una
estrategia recolectora simple, especializándose en granos y frutos secos
de alta energía y fáciles de recolectar (Henry, 1989). En consecuencia,
pasaron de ser nómades a semi-sedentarios, con moradas más permanentes
donde el alimento podía almacenarse y las abundancias estacionales
podían ser explotadas. Fue un simple asunto económico: tuvieron la
oportunidad de vivir con menos esfuerzo, de modo que la tomaron.
Sin embargo, los recolectores complejos
son poco comunes comparados con los recolectores simples, pues la
estrategia recolectora compleja es menos adaptativa. Los recolectores
complejos son más dependientes de un rango pequeño de alimentos, y por
ende vulnerables a los caprichos del clima y a otros cambios naturales, y
también son más sedentarios, y por ende no pueden extender su impacto
ecológico. Hace 10.000 años, el clima cambió nuevamente, y el territorio
de las poblaciones de cereales y frutos secos comenzó a reducirse.
Los
recolectores complejos se enfrentaron a una elección: adaptarse a los
cambios en el ambiente revirtiéndose a una estrategia recolectora
simple, o preservar artificialmente la abundancia de sus alimentos clave
guardando y plantando las semillas. Algunos grupos escogieron volverse
recolectores simples nuevamente, mientras otros desarrollaron la
horticultura y la agricultura.
A estos primeros agricultores se les
presentaron nuevas oportunidades. En las comunidades sedentarias,
pudieron domesticar animales con mayor facilidad, desarrollar
herramientas más grandes y complejas, y crear moradas y propiedades
permanentes. Pudieron domesticar y manejar especies de cultivo
almacenando y volviendo a plantar semillas con características
favorables.
Pudieron desarrollar el riego para cultivar y cosechar más
allá de las capacidades del clima loca. Pudieron almacenar alimentos
para tiempos en que sus cosechas básicas no estaban en temporada,
reduciendo su necesidad de recolectar. Pudieron usar sus excedentes para
sustentar a artesanos y a otros que no tomaran parte en la labranza.
Pudieron saquear los almacenes de comunidades vecinas en tiempos de
escasez, creando la guerra como la conocemos.
Las elecciones críticas de estos primeros
agricultores, que han afectado a toda la historia humana desde
entonces, habrían sido profundamente influenciadas por las estrategias
sociales practicadas por cada grupo particular. Con toda probabilidad,
algunas de las bandas y comunidades involucradas en el desarrollo
temprano de la horticultura y la agricultura eran igualitarias, como los
Mbuti, y otras probablemente practicaban el patriarcado, o la
gerontocracia, o ambos.
Habría sido más probable que los grupos
patriarcales, que viven en hogares monógamos, desarrollasen nociones de
propiedad individual. Los grupos gerontocráticos, al desalentar el rol
de la juventud de desafiar el status quo, habrían tolerado y
tradicionalizado con mayor probabilidad la desigualdad social. Los
grupos con una elite de hombres ancianos habrían probablemente
desarrollado disparidades económicas, porque en tales grupos la mayoría
hacía más trabajo y disfrutaba de menor salud que sus ancestros
recolectores u horticultores, pero aquellos con autoridad de toma de
decisiones, la elite, disfrutaba de los frutos de los excedentes.
Aunque las jerarquías que existían antes
del desarrollo de la agricultura eran insustanciales, e incluso los
grupos con jerarquías dinámicas, como los Aranda, aún exhiben una
cultura de anti-autoritarismo, estas opciones tomaron lugar a través de
siglos, y nadie en aquel momento hubiese sabido las desastrosas
consecuencias de escoger estrategias levemente más autoritarias,
capitalistas, o de guerra. Sin embargo, con el tiempo las grandes
ventajas militares que correspondieron a sociedades practicantes de
formas más complejas de agricultura (tener armas, soldados, el doble de
población que tus vecinos) resultaron en que solo una comunidad que
siguiese una estrategia agresiva pudo forzar a sus vecinos a una especie
de carrera armamentista, presentándoles la opción de desarrollar sus
tecnologías para seguir en competencia, o abandonar la zona, o ser
invadidos, y asesinados o hechos esclavos.
Las comunidades ya lideradas por una
elite, que perderían lo menos y se beneficiarían lo más de la guerra y
de una producción incrementada, eran por cierto más prestas a intentar
vencer o dominar a sus vecinos. No era contradictorio que una comunidad
practicase la horticultura o la agricultura y aún retuviera una cultura
de consenso, comunalismo, y ecocentrismo, pero tales comunidades no
habrían participado en la carrera por las armas, y habrían sido
conquistadas, dando paso al ascenso de la cultura de dominación y
acumulación, y a la proliferación de la carrera armamentista. Es lo que
ha estado ocurriendo desde entonces.
La importancia de esta historia para los
anti-autoritarios hoy es que las civilizaciones basadas en la dominación
y la acumulación no se extendieron por ningún aseguramiento de mejoría
material libremente escogido, sino por las ventajas militares, y el
imperativo por dominar, instalados en tales civilizaciones.
Aunque fue
fácil para las civilizaciones basadas en la dominación subyugar a
sociedades a su alrededor, otro sondeo histórico podría claramente
mostrar que estas civilizaciones son bastante vulnerables a la tensión
interna que surge desde el antagonismo que desarrollan razonablemente
los sujetos hacia las estructuras de poder que les dominan. La historia
reciente muestra con claridad suficiente que las ventajas militares
inherentes en las civilizaciones basadas en la dominación no aplican a
las rebeliones internas (siempre y cuando los rebeldes tengan un mínimo
acceso a amplio apoyo y tecnologías en el rango de armas de fuego y
explosivos). Lo que sea que ocurra tras la caída de la autoridad, un
amplio recuerdo cultural de los peligros de permitir que jerarquías
opresoras se arraiguen puede ayudar a prevenir una recurrencia de los
errores cometidos por grupos humanos 10.000 años atrás, en un tiempo en
que no podían saber las ramificaciones totales de sus actos. Las
jerarquías opresoras no son inherentes a ningún modo material de
existencia que los seres humanos escogiesen habitar (haciendo la
distinción con modos que fueron implementados a la fuerza desde arriba,
como parece ser universalmente en el caso del industrialismo de tipo
occidental). En vez, las jerarquías opresoras permiten que las
tecnologías se tornen opresoras, y que las tecnologías definan el rango
de complejidad que aquellas jerarquías pueden desarrollar. Las
jerarquías mismas, que alientan su propia reproducción (en parte a
través del desarrollo de tecnologías que son implícitamente opresoras),
caen dentro del rango de la conducta humana posible, pero pueden ser
prevenidas cuando son comprendidas como una amenaza para la libertad y
el bienestar humanos. Las preguntas sobre qué hacer con esta comprensión
en el presente — qué tecnologías pueden mantenerse, cuáles pueden ser
reformadas, y cuáles deben descartarse, así como también la pregunta de
cómo estos nuevos modos materiales (con mayor probabilidad distintos
modos para distintas bioregiones) interactuarán con nuestros esfuerzos
por prevenir la jerarquía — siguen inexploradas e irresueltas.
Peter Gelderloos (2005)
Traducido por Rebelde Alegre :: Fuente
Obras Citadas
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