Una autoentrevista de los Amigos de Ludd
Este texto sirvió de base para animar un debate sobre tecnología y sociología
industrial dentro de las actividades de la acampada organizada por la
Asamblea contra el TAV en Arribe (Navarra, julio de 2002).
Pregunta: ¿Qué implica para ustedes la referencia a Ludd y a los ludditas?
Respuesta: Los ludditas fueron trabajadores y trabajadoras
inglesas que en un período comprendido principalmente entre 1811 y 1813
protagonizaron un movimiento insurreccional y actuaron destruyendo la
maquinaria industrial. Se daban así mismos el nombre colectivo de
General Ludd o Rey Ludd (o nombres similares). En el mundo anglosajón de
hoy es corriente que alguien que se oponga al progreso tecnológico sea
tachado peyorativamente de luddita, pero son muchos, desde los años 80 y
90, que en América han enarbolado la bandera del luddismo (con desigual
rigor, desde luego). Las acciones contra cultivos transgénicos en
Francia, Bélgica o Reino Unido, los sabotajes al tren de alta velocidad
en Italia, la ocupación rural en el estado español, los movimientos
campesinos de resistencia en Brasil o India, todo ello son también
muestras de una rebelión contra un progreso tecnocientífico que cada vez
se desvela más como lo que es: la estrategia planificada de una
explotación sin fin. Concretando más podemos decir que para nosotros el
luddismo es un ejemplo de oposición popular activa a una tecnología que
se quiere imponer desde la tiranía industrial del capitalismo.
Pregunta: Sin embargo, me consta que el nivel operativo de ustedes no es muy alto.
Respuesta: No somos precisamente un movimiento de masas. Por
el momento nos limitamos a extender un saludable descrédito hacia la
sociedad industrial.
Pregunta: ¿Pero en qué medida piensan que el luddismo es transplantable a nuestro presente?
Respuesta: Los trasplantes no son nuestra pasión. La cuestión
es otra. Hay que ver que los ludditas reaccionaron contra un tipo de
tecnología que era la manifestación evidente de la destrucción acelerada
de sus comunidades y sus formas de vida. Los ludditas no sólo
reaccionaron contra los dueños de las máquinas sino contra el sistema
maquinista en sí y el tipo de producción que implicaba. Este punto es
importante. De algún modo advirtieron que el mal estaba tanto en la
posesión y la explotación privada de la maquinaria como en un tipo de
organización maquinizada de la producción y del trabajo, que a sus ojos
suponía la irrupción de una nueva vida con leyes antisociales. O dicho
de otra manera, intuyeron que la tecnología industrial sólo podía
corresponder a una cierta forma de explotar la naturaleza humana dentro
de su hábitat de convivencia: la forma capitalista, que necesita
destruir los lazos comunitarios, aislar a los individuos y despojarles
de todo medio que pueda ofrecerles una posibilidad de autonomía
material.
Pregunta: ¿Pero no sería esto una manera demasiado benevolente e idealista de enjuiciar el pasado preindustrial y sus comunidades?
Respuesta: Nuestra época necesita críticos más severos. Hoy la
mayor idealización está del lado del presente. Nosotros no proponemos
una insospechada vuelta al pasado. Lo que intentamos poner de manifiesto
es que la sociedad industrial con su ideal de progreso- ha falseado
toda nuestra visión del pasado. Hoy sabemos que la creación a escala
universal de un Mercado y un Estado antaño ceñidos más o menos a marcos
nacionales, hoy planetarios- ha ocultado la historia a pequeña escala
de formas de organización social y comunal más justas y racionales, y
menos dañinas para el medio natural, que convivieron con formas de poder
o con sistemas religiosos que, aunque inaceptables, no ahogaban por
completo, o no siempre o no en todos los lugares como hoy sucede, la
autonomía social de la comunidad. Esto parecerá una verdad sospechosa a
las mentes progresistas de hoy, que tienden a ver el pasado como una
época oscura y superada. Cuando en épocas pretéritas las poblaciones se
rebelaban contra la iniquidad y la justicia arbitraria de los poderosos
(nobleza, burguesía acaudalada, clero o Corona) al menos sabían que eran
sus medios de vida la tierra, la leña, el cereal o los pastos- lo que
estaba en juego. Jamás separaron sus ideales sociales por pobres que
fueran- de sus medios directos de existencia (que, por entonces, aún
estaban en sus manos). Tampoco de sus medios directos de autogobierno
(la asamblea o el concejo). Hoy cualquier reivindicación social ha de
pasar por el dominio abstracto del mercado, por la burocracia de Estado o
del reformismo sindical. Todo conflicto se juega en torno a mediocres
exigencias que obedecen a la lógica económica de los poderosos (sea el
poder adquisitivo o los derechos civiles). La identificación de la
riqueza con el “dinero” es hoy ya algo tan trivial, y lo es desde los
tiempos de Balzac, que casi nadie se pregunta si existe forma de vida
que no sea mercancía comprable. Se trabaja sin descanso durante once
meses para poder ver o comer una trucha de río, bañarse en el mar o huir
del ruido feroz de las ciudades. El descanso vacacional es la burla
siniestra del poder para con sus esclavos. En la sociedad del
capitalismo industrial la mayor parte de las luchas se centran en
regateos sobre condiciones de vida que ya están de por sí deterioradas:
se pide una mejor distribución de la renta, pero no se cuestiona que es
lo que en verdad se puede conseguir a través de esa renta (¿una
infravivienda en un suburbio urbano? ¿mejores autovías en las que morir
más deprisa? ¿más polideportivos? ¿más consumo de sucedáneos?); se
disputa el salario, pero no la misma naturaleza del trabajo asalariado;
se exige una mayor protección social frente al Mercado, pero no se pone
en tela de juicio la misma existencia antisocial del Mercado; se busca
refugio en el Estado, y se olvida que ha sido éste el que ha hecho
posible que el terreno social sea el campo de batalla de la guerra
económica del capitalismo. Mientras, la biosfera se va derrumbado ante
un asalto dilapidador cada vez mayor. La explotación capitalista jamás
habría sido posible si no se hubieran industrializado las naciones y los
pueblos. La oposición campo-ciudad no puede ser una elección de fin de
semana: en la destrucción de toda vida rural y comunitaria bien
entendida está el origen de la dominación total que hoy padecemos.
Pregunta: Si he entendido bien ustedes critican la sociedad
industrial que está en manos del poder capitalista, pero aceptarían un
tipo de sociedad industrial dirigida por el poder autoorganizativo de la
gente.
Respuesta: Ha entendido bastante mal. Para nosotros la
sociedad industrial, su organización del tiempo y del trabajo, su
nocividad y la utilización abusiva de sus tecnologías, es consustancial
al modelo económico del capitalismo. Ambas cosas son inseparables.
Pregunta: Pero si están tan interesados en criticar la
sociedad capitalista ¿no deberían volver al análisis marxista de la
economía política y dejarse de críticas efectistas a la tecnología y al
progreso científico?
Respuesta: Pensamos que la mayor parte de la escuela marxista
ha caído fascinada por la revolución capitalista de la producción, así
como por el maquinismo o la clase trabajadora urbana. Ahí empieza el
problema. Marx saludó el nacimiento de la clase proletaria como algo
benéfico: creía que de lo negativo la miseria total de la clase
trabajadora industrial- saldría lo positivo el comunismo. Por eso veía
la revolución capitalista y la economía burguesa como un momento crítico
pero necesario, el momento donde se gestaría la clase revolucionaria
que tomaría el poder. La economía burguesa habría impuesto las
condiciones objetivas para este cambio fundamental: la destrucción de
todos los viejos lazos comunitarios y el despojamiento total de los
individuos. Se trataba en fin de que la clase trabajadora tomara las
riendas del movimiento progresivo de la Historia y dejara atrás el viejo
mundo. Nosotros creemos que esta visión del antagonismo social es
pobre, e históricamente engañosa. De por sí, no consideramos que haya
ningún progreso en la Historia, ni tampoco que de lo negativo extremo
tenga que salir lo extremo positivo. El proceso de degradación social
impulsado por la revolución industrial capitalista destruyó,
ciertamente, los lazos con un pasado lleno de sombras y luces, pero no
ayudó en mucho a que se forjara una clase con una conciencia clara de
emancipación. Principalmente porque las generaciones nacidas de la
ruptura habían perdido el punto de unión con prácticas de sociabilidad
directa, saberes no fragmentados, bienes comunitarios, técnicas de
producción sencillas, apoyo mutuo, etc. El marxismo más ortodoxo aceptó
como buena la visión progresista de la historia, heredada del
pensamiento liberal capitalista. Bendijo la Ciencia y su aplicación
industrial.
Pregunta: ¿Consideran también la Ciencia como un aliado objetivo del poder capitalista?
Respuesta: La mera formulación de esa pregunta es ya su
respuesta. En la Edad moderna la Ciencia necesita grandes cantidades de
medios y un gigantesco campo de experimentación para desarrollar sus
investigaciones; las empresas y el Estado les proporcionan ambas cosas:
dinero, y todo el cuerpo social sobre el que experimentar con sus
novedosos hallazgos. A cambio la Ciencia tiene que aceptar criterios de
productividad altos, especialización, división del trabajo y disciplina
industrial, ¡ah! y un riguroso silencio cómplice cuando algún
experimento se va de las manos y produce la catástrofe, lo que no es
infrecuente.
Pregunta: Ustedes, me parece, juegan a aterrorizar a la gente
presentando una idea de la tecnología y la ciencia como productos de una
pesadilla totalitaria. Quizá sus valoraciones sirvieran para una época
la más oscura- de la civilización industrial. Pero hoy, no lo pueden
negar, la moderna tecnología se pone al servicio de la comodidad de la
gente, no les despoja de sus modos de vida, sino que crea las
condiciones de un bienestar siempre renovado.
Respuesta: Quizá usted vaya a ganar un buen sueldo durante
toda su vida publicando esas memeces. Por nuestra parte, pensamos que es
natural que la tecnología de consumo aparezca hoy como una compensación
milagrosa en un mundo donde todos los verdaderos valores que sirven a
lo humano son prohibidos. En la sociedad dividida cualquier ofrenda
tecnológica cae como una bendición; a los modernos esclavos que han
perdido hasta la capacidad de reunirse, sólo les queda reforzar su
aislamiento con equipos técnicos cada vez más perfeccionados. Así su
encierro se hace todavía soportable.
Pregunta: Realmente exageran
Respuesta: La nueva sociedad que quieren imponer se prepara
para sobrellevar alegremente su creciente deshumanización. En el ámbito
de la conciencia, será necesario hacerse insensible a la degradación de
las relaciones humanas degradación en estado ya muy avanzado-, perder
toda perspectiva de autonomía personal y colectiva. En el ámbito de las
conquistas materiales, será necesario aceptar que es posible reconstruir
técnicamente la biosfera y la sustancia humana- para preparar ambas
para una explotación económica de dimensiones jamás vistas. A partir de
aquí muchos elegirán su modo de supervivencia o de adaptación. Nosotros,
en la medida de nuestras posibilidades, buscaremos aliados que no
acepten las condiciones de esta rendición de la conciencia.
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