Se puede apreciar una cruz celtica nazi y un 14 88 en rojo en el escudo de uno de los manifestantes
Sería imposible desligar hoy cualquier
revuelta del descontento generalizado hacia las instituciones, del
descredito hacia partidos y políticos y de la respuesta popular hacia
la corrupción y manipulación que inunda estados y países a nivel
internacional. Y el caso de Ucrania, en la palestra por los
acontecimientos recientes, no podría ser distinto.
Sin
embargo, una vez alejados de esas primeras sensaciones de afinidad ante
cualquier levantamiento contra gobiernos, recortes, imposiciones y
mentiras, conviene reflexionar sobre lo que hay detrás de cada una de
ellas, máxime cuando estás se hacen fuertes, resistentes y perduran en
el tiempo hasta el punto de hacer tambalearse al propio Estado.
Independientemente de donde surjan las protestas, habitualmente sinceras
y populares, el hecho es que tradicionalmente en la historia el que
más hábilmente sabe aprovechar la situación o el descontento es quien
consigue influir, representar y finalmente dirigir esas demandas, y
normalmente en su beneficio propio. Por ejemplo, las ejemplarizantes
primaveras árabes finalmente han quedado muy atrás en esa búsqueda de
las libertades que parecían suponer, convirtiéndose en títeres del
neoliberalismo internacional, léase USA o EU, o en el peor de los casos
un retroceso hacia la religiosidad más arcaica y retrograda, como el
caso de Egipto. En cualquier caso, un sospechoso interés de apertura no
hacia las personas, pero sí hacia el mercado y la economía
internacional.
Del
mismo modo, el caso ucraniano responde sobre todo a un inmoral
conflicto de intereses económicos de carácter internacional, al que nada
le importan los muertos, los sublevados o las libertades. Unas
protestas, hábilmente reorganizadas y dirigidas por la extrema derecha y
los ultranacionalistas, que han encontrado en la situación, pero sobre
todo en la propia oposición antigubernamental, un cómplice de su
propaganda y su acción.
Recopilemos
en un primer momento los orígenes del conflicto antes de ponernos
plenamente a comprender a sus protagonistas. La política externa
ucraniana, frente a su tradicional dependencia rusa, se había orientado
en los últimos años hacia una apertura a Europa, asentándose en buena
parte de la sociedad el codicioso y especulativo “bienestar” de la
sociedad de consumo. El actual presidente, Víctor Yanukovich, por el
Partido de las Regiones, centrista y pro ruso, fue elegido anteriormente
en 2004 en unas elecciones manifiestamente fraudulentas, lo que
desencadenó la llamada Revolución Naranja pro europea. Sin embargo,
obtuvo de nuevo el cargo en las elecciones del 2009. Pronto la decisión
de una Ucrania cuya economía se dirigía hacia Europa o Rusia se
convertiría en un asunto internacional.
Yanukovich,
que acercaría en su segunda elección su postura a la Unión Europea,
abortaría su decisión finalmente el pasado 21 de noviembre tras recibir
presiones rusas , paralizando el Acuerdo de Libre Comercio suscrito con
anterioridad. Este hecho desencadenaría el conflicto al día siguiente,
inicialmente protagonizado por universitarios, pero a los que
posteriormente se unirían la oposición en bloque, parte de la iglesia
ortodoxa y otras organizaciones. Si bien existía en Ucrania una
desmoralización de la política generalizada, la protesta convocada ya de
forma oficial por la oposición, conseguiría generalizarse. El sector
más radical, mantenedores reales de los enfrentamientos y la protesta,
han sido consolidados en la calle por unos representantes oficiales que,
aún alejándose oficialmente de ellos, se han aprovechado de su
presencia.
El
creciente autoritarismo de Yanukovich desde su reelección, modificando
la constitución del país para acumular mayor poder en su propia persona
y encarcelando a su rival y anterior líder de la oposición
Y.Timoshenko, también han alimentado de forma significativa esas
protestas. Finalmente, el conflicto, más allá del discurso pro europeo,
se ha convertido en una movilización de carácter identitario, en un país
ya de por sí dividido entre un Sur y un Este tradicionalmente
rusoparlante y un Oeste y Norte más ambicioso y rico pro UE que pretende
reivindicar un nacionalismo ucraniano, sobre todo en Kiev, la capital
económica y política del país. El hecho de que Rusia sea responsable del
mantenimiento del gas en el país, y la amenaza de un bloqueo industrial
que pondría en peligro la economía y el comercio ucraniano, junto con
el peligro que supone la anulación de la reciente ayuda rusa de 11.000
millones de euros negados con anterioridad por el FMI, han sido lo que
ha frenado el viraje hacia la UE de Yanukovich. Sin obviar la
importancia que aún mantiene en el país una oligarquía a la que la
reconversión industrial necesaria no beneficiaría. El interés de Rusia
en la zona radica en proteger el control de la producción y distribución
del gas, no olvidemos que los gaseoductos con los que Rusia comercia
pasan por Ucrania, además del mantenimiento de la base militar conjunta
de Crimea en el puerto de Sebastopol. Por otra parte, la apuesta de
Rusia por la creación de una zona de libre comercio, la unión aduanera a
la que pertenece junto con Bielorrusia y Kazajistán, pasaría por una
ampliación en la que Ucrania sería decisiva para los planes del Kremlin.
Mientras, la UE ve en Ucrania un nuevo mercado donde comerciar y los
Estados Unidos contemplan la eliminación de un estado intermedio entre
Rusia y el brazo armado del capitalismo internacional, la OTAN. El caso
ucraniano se ha convertido en un conflicto de intereses visto con lupa
por las potencias económicas internacionales que, de forma más o menos
sutil, alientan una u otra reforma en el país, y son, en primera
instancia, la causa de la desestabilización de Ucrania y todo lo que
está ocurriendo.
Desde diciembre, como respuesta a la
paralización de las negociaciones con la UE, la oposición en bloque ha
alentado la creación del llamado Euromaidán, o Éuroplaza, organizado
alrededor de la Plaza de la Independencia, desde la que se han
protagonizado los episodios de resistencia y enfrentamiento contra el
gobierno de Yanukovich. Como hecho simbólico de su rusofobia, el 8 de
diciembre, los manifestantes derribarían la estatua de Lenin en
Zhitomir, al noroeste del país. Para enfrentarse a las protestas, cada
vez más extendidas, el gobierno acudió una vez más a los “Titushki”,
organizaciones ilegales de militares, policías, deportistas y
criminales, usados para enfrentarse a manifestantes en cualquier
contexto que, en los últimos años, han protagonizado numerosos ataques a
locales y personas contrarias al gobierno o a miembros de la prensa con
el fin de crear pánico y provocar. Estos ataques, junto con la
promulgación el 16 de enero de una nueva ley que imponía duras penas
contra los manifestantes, generalizarían las protestas que, además, se
radicalizarían, organizándose ya permanentemente alrededor de la
céntrica plaza de Kiev.
Senadores derechistas como John McCain y otros, así como líderes de las movilizaciones georgianas y serbias, títeres de Estados Unidos, han apoyado abiertamente a los manifestantes. De hecho, resulta verdaderamente impactante el apoyo manifestado, de forma más o menos explícita, por gobiernos y líderes políticos internacionales hacia los protagonistas de las protestas a pesar de los vínculos evidentes con la extrema derecha y el cáliz violento de las protestas. En esta ocasión, los demócratas defensores de la pacificación y la antiviolencia no han vertido apenas críticas o llamamientos a la moderación, y si lo han hecho han sido más bien encaminadas a criticar la actitud del gobierno. Una vez más, un bochornoso ejemplo de la política internacional imperante para la que lo único importante es la geoestrategia militar y económica por encima de las personas.
Mientras,
el denominado Consejo Regional de Ivano-Frankivsk constituidos por
manifestantes, al igual que en la región de Ternopil, han prohibido
cualquier actividad del Partido de las Regiones gobernante, y también
del Partido Comunista Ucraniano, PCU. Éste, a su vez, aun cuando también
opositor a Yanokovich, se ha posicionado drásticamente contrario a los
partidos pro ucranianos y a todas las movilizaciones de Kiev, a quienes
han acusado de filonazis, movilizando a sus bases en Odessa, Stakhanov,
Simferopol, Dnipropetrovsk, Louhansk y Zaporizhia, al este del país
donde tienen mayores simpatías, para organizar milicias populares con la
capacidad de enfrentarse a la amenaza fascista.
Pronto,
la protesta sería hábilmente institucionalizada por los partidos de la
oposición en bloque, cuyos principales representantes son Batkivshina, Patria, principal partido de la oposición y agrupación de varios partidos pro europeros, UDAR,
Golpe, liderado por el ex boxeador V.Klitschko y apadrinado y
financiado por la Unión Demócrata Cristiana alemána de Angela Merkel y
el populista y anticomunista Svodoba, Libertad, quizás el gran
beneficiado políticamente del conflicto al representar, también, la
oposición a la anquilosada política de los partidos tradicionales.
Svodoba
es el nombre que, en un intento de moderar su imagen, adquirió en 2004
el Partido Social Nacional de Ucrania, fundado en 1991, cuyo nombre
original hace referencia de forma evidente al Partido Nacionalsocialista
Alemán. Anticomunista visceral, su símbolo, la runa Wolfsangel, sería
sustituida por una bandera azul con una mano con tres dedos en alusión
al tridente de Volodymyr del escudo de Ucrania. En 1999 constituirían la
organización paramilitar “Patriotas de Ucrania”, desarticulada en 2007.
Svodoba y su discurso ultranacionalista y antisemita han encontrado sus
principales apoyos en Liviv y Ternopil, esta última desde donde se
crearon los primeros grupos de autodefensa. También desde 2010 la región
de Galitzia y desde 2012 la propia Kiev, llegando a alcanzar un 10% de
los votos en las últimas elecciones. Vinculado también a parte de la
Iglesia Ortodoxa, forma parte desde 2009 de la Alianza de los
Movimientos Nacionales, junto al Frente Nacional francés de Le Pen, el
Partido Nacional Británico, PNB, el Movimiento Social Republicano de
España y otras organizaciones de extrema derecha. Tras el acuerdo con la
oposición para participar en las protestas en bloque, se ha convertido
en el partido de acogida del voto de protesta, con un mensaje populista
que ha aprovechado la corrupción gubernamental. Pero sobre todo, se ha
convertido en el bastión de un renacido nacionalismo ucraniano con
claros tintes xenófobos y raciales que ha terminado por inundar todo el
conflicto a cuenta de su origen anti ruso, a quienes se considera
tradicionales ocupantes y represores de las tradiciones y cultura
ucraniana.
Manifestantes con el brazalete con la runa símbolo del Partido Nacional Social Ucraniano. Ahora Svodoba
Por su parte, muchos de los grupos
organizados alrededor de la Euromaiden provienen de los Escuadrones de
Autodefensa Ucraniana, formación paramilitar formada en 1990 por
veteranos de la guerra de Afganistán y entrenados durante años por la
propia OTAN en su base de Estonia, participando incluso en recientes
conflictos bélicos como el de Osetia del Sur. Vinculados con neonazis
ucranianos y alemanes, como el propio NPD germano, abogan por un
nacionalismo ucraniano, antisemita y controlado por el Estado.
Miembros
de ellos se han agrupado desde hace dos meses en el llamado Pravy
Sektor, Sector de Derechas, que, a pesar de estar también alejados del
sector europeísta, incluso de la propia Svodoba, han terminado por
convertirse en el autentico motor de la protestas, alentado bajo el lema
“Ucrania para los ucranianos”. Entre ellos, ultras de equipos de
futbol, neonazis, ultranacionalistas y demás han encontrado la forma de
crear una autentica fuerza de choque capaz de dirigir las protestas y de
sobrepasar los intentos de control de los partidos mayoritarios. Ese
ultranacionalismo ucraniano tiene en Stephan Bandera y otros líderes de
la guerrilla nacional surgida en la Segunda Guerra Mundial, el Ejercito
Insurgente Ucraniano, sus grandes iconos. Convertidos en símbolos de la
lucha contra la invasión rusa, tienen sus primeros antecedentes en la
Organización Nacional de Ucrania nacida en 1929 para combatir a polacos y
soviéticos y conseguir un estado independiente. Apoyado en los primeros
años de guerra por el ejército alemán, Bandera aprovecharía la cruzada
nazi antisoviética iniciada en 1941 para proclamar la independencia de
Ucrania arrebatada por Alemania a la URSS, algo que no sentaría
demasiado bien a los alemanes que lo detendrían. Encarcelado entre el 41
y el 45, sería liberado finalmente por Hitler quien reconocería en los
nacionalistas ucranianos unos valiosos aliados constituyendo en 1945 la
división de las Waffen SS Galitzien con sus miembros. En las imágenes de
las protestas son habituales las fotos de Bandera y la bandera
rojinegra horizontal, emblema de su movimiento. En definitiva, Bandera y
los nacionalistas ucranianos son los representantes locales de los
innumerables totalitarismo surgidos en el periodo de entreguerras en
Europa, a veces incluso enfrentados entre sí, pero similares en actitud,
cuyos máximos representantes serían el fascismo italiano y el nazismo
alemán, pero no únicos, entre los que estarían, por ejmemplo, la
creación de la III Civilización Helénica de Metaxas en Grecia, el Estado
Nacional Legionario de Horia Sima en Rumanía, el criminal Estado
Independiente de Croacia de Pavelic y movimientos nacionalistas como el
del propio Bandera, todos ellos aliados en algún momento de la Alemania
nazi.
Miembros de Svodoba con Stephan Bandera a la cabeza
Senadores derechistas como John McCain y otros, así como líderes de las movilizaciones georgianas y serbias, títeres de Estados Unidos, han apoyado abiertamente a los manifestantes. De hecho, resulta verdaderamente impactante el apoyo manifestado, de forma más o menos explícita, por gobiernos y líderes políticos internacionales hacia los protagonistas de las protestas a pesar de los vínculos evidentes con la extrema derecha y el cáliz violento de las protestas. En esta ocasión, los demócratas defensores de la pacificación y la antiviolencia no han vertido apenas críticas o llamamientos a la moderación, y si lo han hecho han sido más bien encaminadas a criticar la actitud del gobierno. Una vez más, un bochornoso ejemplo de la política internacional imperante para la que lo único importante es la geoestrategia militar y económica por encima de las personas.
Es,
por tanto, el conflicto surgido en Ucrania, de un carácter altamente
complicado, pues, si bien hubiera podido surgir a través de una
autentica movilización popular, e incluso de clase, más allá de
europeísmos y rusofilias, no sólo ha demostrado ser manipulado
internamente por extremistas y oposición interesada, sino por todo tipo
de injerencias internacionales a las que una decena más o menos de
muertos resulta asumible frente a su plan de expansión económica.
Banderas rojinegras de la Organización Nacional de Ucrania durante las protestas
En resumidas cuentas, una vez más a la
hora de tratar cualquier conflicto deberíamos de acostumbrarnos a
diferenciar entre esas cada vez más aparentemente realidades
diferenciadas que surgen de él. Por un lado todo lo relacionado con la
política internacional, las relaciones económicas, la propagación de la
noticia a través de los medios de comunicación oficial y toda esa
relación de poderes e intereses escrita con mayúsculas y a menudo
reinterpretada como versión oficial. Y por otra parte, esa visión de la
calle, del día a día en la que el por qué, el cómo, o el quien parece
evidenciar, a veces, una realidad más autentica y visceral pero menos
mediática. No todos en el conflicto ucraniano son de extrema derecha, ni
europeístas o naranjas, ni pro rusos o azules. En buena medida, sin
duda, sobre todo en su origen, la movilización de la ciudadanía en
general responde a convicciones más sociales que políticas. A rebelarse
contra algo que no les gusta, contra la mentira y la resignación, y
quizás esa sea la palabra clave a la hora de analizar los conflictos
contemporáneos propios del ya más que nuevo siglo XXI: resignación.
Parece que ese es el nexo entre determinados levantamientos
aparentemente ajenos entre sí, el cansancio y la rebelión contra la
resignación. No es nada nuevo la aparición del discurso populista, el
aprovechamiento de esas circunstancias de descontento, hoy representadas
en buena medida en el llamado “problema de la inmigración” o la
seguridad, representados como amenazas de nuestro orden y tradición. Con
ellos, el espíritu nacionalista, en su expresión más xenófoba,
colonialista, clasista e incluso racial cobra de nuevo especial
relevancia a la hora de la aparición de esos totalitarismo que, más allá
de reducirlos a simples nazismos o fascismos, contienen un discurso
social y político mucho más elaborado y capaz de acceder a una buena
parte de las capas sociales actuales. Ucrania viene siendo denunciado
desde hace tiempo por colectivos y organizaciones antifascistas,
libertarias y revolucionarias como un autentico embrión del renacimiento
de una nueva amenaza fascista, ni nazi ni musoliniana, pero sí
patriota, racista, xenófoba y totalitaria, representada en buena medida
en todos esos nacionalismos polacos, serbios, checos, húngaros y demás
cada vez activos incluso en la política oficial, pero desapercibidos a
veces por no rodearse de parafernalia fascista tradicional.
El
hecho de que lo que ocurre en Ucrania surja directamente de la
oposición entre el neocorporativismo liberal occidental y el
imperialismo ruso demuestra la confrontación existencial entre bloques
económicos, culpables en buena medida de crisis y guerras y que empieza a
parecerse demasiado a ese concepto prefabricado históricamente que se
llamo Guerra Fría. También demuestra la utilización por parte de la
reacción de los momentos de conflicto en beneficio de su propaganda,
incluso superando a los representantes oficiales. El hecho es que, por
muy lejano que pueda parecernos culturalmente el conflicto, no podemos
pasar por encima de ello sin hacer un autentico análisis más allá de
imágenes espectaculares y noticias oficiales. Y esa es quizás la labor
de los revolucionarios aquí y allí, conseguir que los intereses
políticos y la manipulación informativa no terminen por redirigir y
desvirtuar conflictos. En cualquier caso, el desconocimiento, fruto de
la desinformación de unos y otros, se hace un obstáculo para conocer el
verdadero origen, alcance y repercusión social de las movilizaciones
ucranianas, más allá de ultranacionalistas, naranjas pro europeos,
azules pro rusos, o liberales capitalistas. Por ello se haría necesario
el contacto con organizaciones ucranianas de carácter antiautoriatario
que, por ejemplo, en los últimos años han sido visibles en el aspecto
antifascista o barrial en varias partes del país, y que desde aquí no
hemos conseguido contactar. Y es que, hoy más que nunca se evidencia que
nada pasa ya por azar, y que aprender y saber ver entrelineas las
protestas es fundamental para no permitir redirigir el descontento y la
luchas populares hacia intereses externos.
Ucrania se ha convertido en un escaparate de la extrema derecha en Europa y ahora que parece que todo se ha acabado con la orden de detención de Yanokovich, Timoshenko liberada y convertida en heroína del nuevo populismo, y el nacionalismo sentado en el parlamento pidiendo la expulsión de rusos, comunistas y judíos del país habrá que estar muy pendiente de ver que sale de esta caotica situación y que ocurrira cuando el país evidencie el colapso económico al que se dirige desde hace tiempo.
Ucrania se ha convertido en un escaparate de la extrema derecha en Europa y ahora que parece que todo se ha acabado con la orden de detención de Yanokovich, Timoshenko liberada y convertida en heroína del nuevo populismo, y el nacionalismo sentado en el parlamento pidiendo la expulsión de rusos, comunistas y judíos del país habrá que estar muy pendiente de ver que sale de esta caotica situación y que ocurrira cuando el país evidencie el colapso económico al que se dirige desde hace tiempo.
Extraído de http://revistacontrahistoria.blogspot.com.es/
Cada vez mas alejados de la realidad y de la gente asi nos va.
ResponderEliminarsiempre en las guerras mueren los títeres y nunca los cabecillas, los que realmente tienen otro interés que no sea el del bien estar de las personas y del pueblo.
ResponderEliminaruna lástima de intereses, y todos teñidos de sangre, de corrupción, y de bazofias gubernamentales.
En Ucrania nada es lo que parece o lo que quieren hacernos creer. Los medios no reflejan, ni de lejos, lo que está realmente sucediendo y las consecuencias de lo que allí se está dirimiendo.
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