Realizamos un somero repaso al ateísmo
moderno, vinculado inevitablemente con la tradición antiautoritaria.
Desde las sorprendentes memorias del párroco Meslier hasta la apuesta
radical por el conocimiento de un Bertrand Russell, pasando por los
anarquistas, incapaces de compatibilizar a Dios con la emancipación
humana, o por un Stirner, que no concibe a ninguna abstracción que
doblegue al individuo, tenga el nombre que tenga.
Michel Onfray considera que la historia del ateísmo moderno empieza
verdaderamente con la peculiar figura de Jean Meslier (1664-1729). Al
poco de su fallecimiento, y después de una vida dedicada al sacerdocio,
se encontró un manuscrito impresionante en el que Meslier mostraba un
materialismo ateo y una crítica feroz a la moral cristiana, y religiosa
en general, que le acaba conduciendo a la cuestión social y política.
Hay que recordar que esta obra de Meslier, llamada Memoria contra la religión,
sería difundida por Voltaire, aunque desprendida de sus elementos más
filosóficos y sociopolíticos, permaneciendo únicamente la visión más
anticlerical. No sería hasta finales del siglo XIX que vería la luz la
versión completa de una obra radical, tremendamente devastadora respecto
a la religión y cualquier creencia sobrenatural, en la que Meslier
asocia el ateísmo con una república libre e igualitaria.
Max Stirner, autor de la espectacular El único y su propiedad,
realiza una severa crítica a ese ateísmo que pretende sustituir a Dios
por una supuesta divinidad inmanente al hombre. Para el filósofo alemán,
lo sagrado es algo ajeno al individuo, al yo, y es por eso que resulta
inconcebible que la absurda idea divina adopte en nuevas épocas otra más
popular y atractiva como puede ser la de humanidad o la de "todos los
hombres". Así, Stirner critica la subordinación del individuo concreto a
abstracciones que esconden la idea divina y la dependencia de "algo
superior"; todo el edificio filosófico estirneriano se esfuerza en
demoler cualquier tipo de obsesión idealista, la cual llega a
identificarse con una enfermedad mental, y denuncia toda idea inmutable,
estrechamente vinculada a lo sacro, que no esté sometida al escalpelo
de la crítica. En definitiva, el ateísmo auténtico para Stirner sería
negar, no únicamente a Dios, también a cualquier idea sacralizada; ello
se hace en nombre de lo que considera la verdadera realidad y el
auténtico valor: el individuo. Éste, el yo, el "único", no puede ser
esclavizado por ninguna idea abstracta, ya que funda su causa sobre sí
mismo. Resulta lógico que Stirner haya sido reivindicado, una y otra
vez, y a pesar de las fuertes controversias, por la tradición
anarquista; su pensamiento antiautoritario y antiesencialista se muestra
contrario a todo idealismo y a toda metafísica, de tal manera que llega
a considerar al Estado un sustituto más de Dios, de ese ser supremo o
idea inmutable.
Un autor como Proudhon, primero en concebir una sociedad anarquista,
aporta una visión muy original, incluso de una actualidad innnegable al
encuadrar su crítica a la religión dentro de su visión global
antiautoritaria en la que se rechaza toda fundamentación absoluta de una
idea en beneficio de una concepción pluralista de la sociedad. Más que
de ateísmo, hay que hablar de antiteísmo en la obra de Proudhon, como
corresponde a una filosofía basada en los conflictos, que pretende
combatir todo concepto autoritario. La enajenación del yo, propia del
sentimiento religioso, se produce al otorgar un sentido trascendente a
la conciencia y convertirla en un ser supremo, exteriorización de una
idea anterior a toda inducción del entendimiento, que acaba
fundamentando la autoridad. Donde Proudhon difiere con la visión
humanista de Feuerbach es en no pretender invertir los papeles y que el
hombre no ocupe el lugar de Dios. Las rasgos absolutos, de perfección,
infinitud o inmutabilidad, no son propios del ser humano, que se
caracteriza por ser perfectible, móvil y cambiante. La crítica a Dios y a
la religión no se quedan en Proudhon en una simple negación, y hay que
recordar una demoledora frase suya: "Dios es el mal". Así es, hay que
esforzarse en combatir y superar una creencia solo sustentada en su
antigüedad y muy difícil de desterrar. La confianza en el progreso de
Proudhon le condujo a pensar que sería la revolución social la que
acabará desdeificando el mundo. La libre iniciativa del hombre,
la soberanía del pueblo y el derecho al trabajo apartarán lo misterioso e
innacesible y propiciarán la conquista de la libertad. Insistiremos en
que la visión proudhoniana sobre Dios forma parte de su filosofía
antiautoritaria, y su crítica a la religión solo puede verse dentro de
la crítica también a los poderes político y económico, como deja ver en
su frase: "Para oprimir eficazmente al pueblo, es preciso encadenar a la
vez su cuerpo, su voluntad y su razón". A modo de curiosidad, diremos
que Proudhon fue objeto de la crítica de Stirner, el cual denuncia
inmediatamente todo peligro dogmático, debido al siguiente aserto: "Los
hombres están destinados a vivir sin religión, pero la moral es eterna y
absoluta". Dos autores muy diferentes reivindicados por las ideas
antiautoritarias.
El ateísmo de Bakunin es heredero claramente de Feuerbach. El hombre
habría atribuido a Dios, en cuestiones de moralidad, lo que solo tiene
un origen social, histórico y evolutivo. Para el filósofo anarquista
ruso, la creencia religiosa es una ficción producto de la ignorancia,
desarrollada y dogmatizada gracias a teólogos y metafísicos. La critica a
Dios y a la religión en Bakunin aparece estrechamente vinculada con su
original filosofía materialista y antiautoritaria así como con sus ideas
sociales, ya que la relación que establece el hombre con la divinidad
solo puede compararse a la que tiene un esclavo con su amo. Del mismo
modo, la jerarquización social y política es una consecuencia lógica de
esa relación de subordinación a Dios y a una clase privilegiada que hace
de intermediaria. La auténtica moralidad, el verdadero amor, solo puede
producirse entre iguales. Bakunin dirige sus críticas a los que tal vez
son los tres pilares del pensamiento religioso, al menos monoteísta,
que son Dios, la inmortalidad del alma y el libre albedrío, por lo que
su aportación al ateísmo moderno es incuestionable. Dios, denominado ser
supremo, es sin embargo para el ruso una abstracción, un ser inmóvil y
vacío. A esa abstracción se condujo el hombre al establecer una
diferencia, e incluso conflicto, entre cuerpo y alma. Por supuesto, el
alma solo es un producto o expresión del cerebro y de otros factores
relaciones con el cuerpo. Bakunin es obviamente monista, niega la
posibilidad de una entidad, moral o espiritual, independiente del
cuerpo. El hombre religioso, incapaz de comprender esto, acabó
atribuyendo también al universo un alma que llamó Dios y acabó adorando
su propia creación, producto de su facultad abstractiva. El desarrollo
histórico de la teología terminó convirtiendo una ficción en un ser
omnipotente y absoluto aparentemente real. En lugar de tratar de
desarrollar las cualidades, potencias y virtudes que iba descubriendo en
sí mismo, el hombre se las atribuía a Dios. En cuanto al llamado libre
albedrío, o voluntad libre, no es para Bakunin más que otra
mistificación histórica de origen religioso que habría alcanzado también
a lo jurídico. Deducimos tal cosa si comprendemos que existen infinidad
de causas precedentes al individuo, el cual es consecuencia de siglos
de desarrollo físico y social de su especie, pueblo y familia
transmitido mediante herencia y determinante de su naturaleza
particular. En definitiva, para el autor de Dios y el Estado, la
creencia en la divinidad es la abdicación de la razón humana y de la
justicia, la negación de la libertad en un sentido amplio y a todos los
niveles, tal y como muestran estas palabras que dan la vuelta a la
conocida máxima de Voltaire: "Si Dios existe, el hombre es esclavo;
ahora bien, el hombre puede y debe ser libre: por consiguiente, Dios no
existe". Toda sumisión del ser humano a una fuerza externa es una
pérdida de libertad y de dignidad.
Emma Goldman recogerá el legado de Bakunin, en el que las ideas de amor y
justicia elevadas al terreno ideal del Más Allá han supuesto su
empobrecimiento en el mundo terrenal, señalando al mismo tiempo que la
idea de Dios ha ido evolucionando hacia algo más impersonal: "una
especie de estimulo espiritualista para satisfacer los caprichos y
manías de todo el abanico de flaquezas humanas". La idea de Dios se ha
ido adaptando y revitalizando según las necesidades del momento
histórico, la posibilidad de que el ser humano sea libre dependerá de su
abandono. Si el teísmo es la teoría de la especulación, estática e
inamovible, el ateísmo es la ciencia de la demostración, que debe
producir una imparable marcha hacia el conocimiento y la vida. La
filosofía del ateísmo para Goldman supone un concepto del mundo real,
contingente, con sus posibilidades de liberación, crecimiento y
perfección, mientras que la religión es uno de los sistemas
absolutistas, enemigos de la libertad, creados por el hombre.
Sébastien Faure publica en 1926 un texto filosófico cuyo título lo expresa todo: Doce pruebas de la inexistencia de Dios.
Por la importancia para el ateísmo moderno, nos detendremos en la obra
de Faure, el cual establece tres grupos en sus argumentos que aluden a
los rasgos atribuibles a la divinidad: Contra el Dios creador, Contra el
Dios gobernador o Providencia y Contra el Dios justiciero. En el primer
grupo, son seis los argumentos: la razón solo puede rechazar la
hipótesis de un ser verdaderamente creador, como recuerda el aforismo ex nihilo nihil fit
(de la nada, nada adviene) en contraste con la posterior teología
cristiana; incluso aceptando lo anterior, Dios (lo inmaterial, el
espíritu puro) no puede haber creado lo material al existir una
diferencia cualitativa obvia; del mismo modo, no puede haber una
relación causal entre lo perfecto (lo absoluto) y lo imperfecto (lo
relativo, lo contingente), por lo que resulta imposible una
determinación entre ambos (Dios no existe o no es el creador o no es
perfecto); un ser supuestamente eterno, activo y necesario no pudo
entonces estar inactivo o ser innecesario, lo que se deduce de un acto
de creación que implica un principio u origen (en caso contrario, no hay
acto de creación al entender que el universo es también eterno); la
idea de inmutabilidad de Dios también se trastoca al comprender que ha
sufrido dos cambios: ha deseado realizar una cosa, la creación, y
posteriormente la ha ejecutado (el deseo de querer es ya una
modificación, como lo es la acción o determinación); se entiende que hay
un propósito divino en la creación, mas resulta imposible para el
hombre indagar en él, por lo que tal vez dicho propósito no existe
(aquí, la apelación al misterio por parte de la religión evitará
cualquier complicación).
Son cuatro los argumentos presentes en el segundo grupo. El primero de
ellos sostiene que no puede creerse en un creador perfecto al no ser
compatible con un gobernador de las mismas características, ya que ambos
seres se excluyen categóricamente; la creación en origen de un ser
genial no puede haber dado lugar a una obra que demanda la mano de un
gobernador, ya que su necesidad significa el desconocimiento, la
incapacidad y la impotencia del creador. El segundo argumento de esta
serie dice que la diversidad de dioses atestigua que no existe ninguno,
ya que si existiera un Dios verdadero carecería de omnipotencia o de
bondad para revelarse a todos por igual, dos de los atributos que se le
atribuyen. El tercer argumento hace mención a la existencia del infierno
como prueba de que Dios no es infinitamente justo ni misericordioso,
sino un feroz e implacable inquisidor. El cuarto y último argumento de
este grupo insiste en el problema del mal, cuya existencia en el mundo
demuestra que, o bien Dios no es omnipotente al no poder erradicarlo, o
no es infinitamente bueno al no querer erradicarlo.
El último grupo de argumentos, dirigidos contra un Dios justiciero,
recuerda que la existencia del hombre está determinada por sus
condiciones de vida, las cuales habrían sido establecidas por la
divinidad. El hombre es, en definitiva, un esclavo de Dios y dependiente
de él, por lo que difícilmente se le puede achacar ninguna
responsabilidad. Por lo tanto, no puede existir juicio, castigo ni
recompensa, para alguien que no es verdadero responsable. Al erigirse en
justiciero, Dios no es más que un usurpador que se apropia de un
derecho arbitrario y lo emplea contra toda justicia. Hilvanando con el
último argumento de la serie anterior, Faure considera que Dios es
responsable de los dos tipos de males; el segundo argumento de esta
serie, y último de los doce, considera que Dios viola las reglas
fundamentales de la equidad. Para concluir tal cosa, se admite por un
instante que el hombre es responsable, pero situando esa responsabilidad
dentro de los evidentes límites humanos. El mérito o la culpa que pueda
tener el hombre, siempre limitada y contingente, no resulta acorde con
la sanción y la recompensa, ya que ambas son eternas (cielo e infierno).
En la conclusión a sus argumentos, los cuales son un buen compendio de
lo que es la visión antiautoritaria sobre Dios, Faure invista a todo ser
humano a que declare la guerra a esa idea sobrenatural y absolutista
que le mantiene sumiso.
Dentro de este repaso al ateísmo entendido desde una visión
antiautoritaria, merece la pena recordar las palabras de Bertrand
Russell: "En cuanto abandonamos nuestra propia razon y nos limitamos a
confiar en la autoridad, nuestras dificultades no tienen fin". El
ateísmo de este autor, aunque desde un punto de vista científico habría
que denominarlo agnosticismo, asocia la creencia religiosa con cierto
engreimiento del ser humano al considerarse el centro del universo.
Russell invita a superar todos los mitos creados en torno a la religión
iniciando un camino de conocimiento que comienza con admitir los temores
propios y reflexionar siempre de manera racional. La religión se
muestra inequívocamente asociada al poder a lo largo de la historia, de
tal manera que los gobiernos necesitan de una población ignorante que
abrace cualquier credo irracional.
Extracto del artículo "El ateísmo contra el pensamiento religioso: la desacralización como libertad de indagación", en Germinal. Revista de Estudios Libertarios núm.10.
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