Soy
joven, tengo veinte años, pero no conozco de la vida más que la
desesperación y la muerte, la angustia y el tránsito de una existencia
llena de la más estúpida superficialidad a un abismo de dolor. Veo que
los pueblos son lanzados los unos contra los otros, y se matan sin
rechistar, sin saber nada, locamente, dócilmente, inocentemente. Veo
cómo los más ilustres cerebros inventan armas y frases para hacer
posible todo esto durante más tiempo y con mayor refinamiento. Y como
yo, lo ven todos los hombres de mi edad, aquí y entre los otros, en todo
el mundo; conmigo lo está viviendo toda mi generación. ¿Qué harán
nuestros padres si un día nos levantamos y les exigimos cuentas? ¿Qué
esperan de nosotros cuando la guerra haya terminado? Durante años
enteros, nuestra ocupación ha sido matar; ha sido el primer oficio de
nuestra vida. Nuestro conocimiento de la vida se reduce a la muerte.
¿Qué puede, pues, suceder después de esto? ¿Qué podrán hacer de
nosotros?
( … )
Si hubiéramos regresado a casa en 1916, el dolor y
la fuerza que habíamos vivido hubieran desatado una tormenta. Si
volvemos ahora, estamos débiles, deshechos, calcinados, sin raíces y sin
esperanza. Ya no podremos orientarnos ni encontrarnos a nosotros
mismos.
Tampoco nos comprenderá nadie; tenemos delante una generación
que, ciertamente, ha vivido estos años con nosotros, pero ya tenía
hogar y profesión y regresará ahora a sus antiguas posiciones, en las
que olvidará la guerra; detrás de nosotros sube otra, parecida a la que
formábamos, que nos resultará extraña y nos arrinconará. Estamos de más
incluso para nosotros mismos. Envejeceremos; algunos se adaptarán, otros
se resignarán y la mayoría quedaremos absolutamente desamparados. Se
escurrirán los años y, por fin, sucumbiremos.
Un
clásico de la literatura antimilitarista que narra con excepcional
dramatismo y veracidad la existencia cotidiana de un soldado durante la
primera guerra mundial.
Los
protagonistas de Sin novedad en el frente son muertos vivientes,
conocen esa condición casi desde el inicio de su guerra, la futilidad de
sus días, cómo cada paso es sólo uno más y la muerte espera en cada
rincón, una generación diezmada sin posibilidad de recuperarse de las
vivencias y los horrores de una guerra. Chicos que se alistaron con
apenas 18 años y no tienen un trabajo al que regresar como los de la
generación que le sigue o no alcanzarán a librarse de las trincheras y
las nuevas armas, como los de la generación más joven. Chicos que llevan
dos años en trincheras, con la boca y el cuerpo lleno de barro, heridas
y locura, en un diálogo permanente con la muerte y el abismo y que
dejaron atrás la esperanza a una nueva vida.
Porque esa es una de las
características de esta novela, cómo logra penetrar en el alma de los
soldados, cómo detalla la locura de la convivencia con la muerte que los
convierte en autómatas, matar para no morir, porque no hay otra cosa
que hacer un paisaje siempre repleto de cráteres causados por las
continuas bombas, cada vez más destructivas.
La dureza de una narración que
te detalla lo que fue la primera guerra mundial y las vidas cercenadas
de miles de soldados que no luchan por ideales o patriotismo, sino
porque se encontraron en mitad del conflicto y se acostumbraron a
intentar sobrevivir.
Las páginas se suceden con agudas y dolorosas
reflexiones, Remarque no se detiene en sentimentalismos, no hay héroes o
verdugos, te desnuda el horror, el paulatino descreimiento de los
soldados y, a la vez, la amistad que les une, porque todos son uno, son
lo mismo, muertos prematuros, víctimas de los abusos que seres
invisibles realizan sobre un mapa en un salón.
Hay momentos de luz,
el encuentro con tres mujeres francesas, el regreso de permiso, pero
siempre ese lado sombrío de la muerte, del horror, de estar en el filo
de la navaja y, en cualquier momento, caer en el abismo.
Este es un
libro duro, cruel, porque las guerras son duras y crueles, porque los
protagonistas son chavales que no han terminado de estudiar y lo primero
que conocen de la vida adulta es obedecer y morir.
El protagonista
se pregunta si podrá volver a la vida. En mitad de los bombardeos escapa
a imágenes de paisajes bucólicos, en silencio, un silencio que lleva
dos años sin sentir, siempre roto por las balas y las bombas y los
gritos de los moribundos.
http://despuesdelnaufragio.blogcindario.com/2009/05/00542-sin-novedad-en-el-frente-erich-maria-remarque.html
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