La muerte de Isabel II el pasado 8 de septiembre, tras más de setenta años reinando, y la sucesión al trono de Carlos III, el rey que nunca ha querido reinar, ha abierto nuevamente un incendiado debate social sobre la monarquía, no solamente en la sociedad británica, sino sobre las monarquías europeas. Y es que junto al Reino Unido existen otras nueve monarquías en Europa: España, Luxemburgo, Bélgica, Países Bajos, Dinamarca, Suecia, Noruega, Mónaco y Liechtenstein. La familia real británica concretamente, es el símbolo que ha mantenido unido en los dos últimos siglos no solamente un privilegio de clase, sino también colonial, y que ha perpetuado ese poder intocable. A lo largo del siglo XIX, en la ultraconservadora época victoriana, periodo en que reinó la Reina Victoria, se perfiló la construcción de ese poder monárquico aliado con una tradición política liberal en el Reino Unido, y que junto con el mercantilismo esclavista, también tradicionalmente inglés, afianzaba la brutal explotación colonial a lo largo del mundo.
Ya en el siglo XX, se le ha cambiado la vitrina de oro a la monarquía británica por una de diamantes, fabricada sobre la sangre derramada en los territorios del Imperio Británico, y reconvirtiendo ese sistema en un neocolonialismo adaptado a los tiempos. Irrumpiendo el capitalismo globalizado a finales del siglo pasado, se podía ver a la reina Isabel II en fotografías junto a Margaret Thatcher, consolidando un sistema político y económico parasitario que se necesitan mutuamente. La abolición de las monarquías, debe venir de la mano de la abolición del capitalismo.
Decía este pasado mes Daniel Treviño en su cuenta de Twitter en torno a esta idea: «La monarquía es una humillación porque nos recuerda que nuestra existencia se limita a luchar por ser alguien esclavizándonos al trabajo asalariado para sobrevivir, mientras que a un número selecto de familias se les permite vivir por encima del resto por gracia del estado. Es la monarquía lo que a lo largo de la historia se ha utilizado para justificar barbaridades como el colonialismo o las guerras y lo que ha desposeído a los pueblos y a las gentes de su poder de decisión y soberanía, como ha sucedido en España desde hace cientos de años».
Las actuales monarquías parlamentarias encierran contradicciones en sí mismas, siendo una institución completamente anacrónica en pleno siglo XXI. Si bien es cierto que no será tan fácil como sacar la guillotina a las plazas y proclamar la abolición de la monarquía, ya que cuentan con una protección de primer nivel. También es cierto que en este sistema neoliberal los peones somos la clase explotada siempre reemplazable, pero en ocasiones también se permiten caer torres, caballos y alfiles; y por supuesto incluso se podría sacrificar a la dama o al rey, pero lo importante es que nunca se desdibuje el tablero de juego. Este sistema económico brutal se ha construido en la vieja Europa sobre la base de monarquías con un poder autoritario de herencia medieval que simbólicamente han servido para perpetuar el resto de desigualdades jurídicas y sociales.
Si bien la abolición de la monarquía en un escenario como el español es siempre una justa y digna reivindicación de izquierdas con el horizonte de instaurar una república, la lectura que debemos hacer de las estructuras políticas no puede ser tan simple. Ningún régimen republicano en Europa ni América ha venido nunca junto a la abolición de las desigualdades sociales, ciertamente la monarquía es antidemocrática, pero una república burguesa y autoritaria no es el horizonte al que aspirar desde la lucha popular. No queremos reyes o reinas déspotas que mueran tranquilamente en la cama sin rendir cuentas ante una justicia social, pero tampoco deseamos una monarquía que muera pacíficamente como institución en los brazos de una república que mantenga intactos los privilegios de clase.
Nuevamente el compañero Daniel Treviño apuntaba: «En España la monarquía ha reinado durante siglos provocando todo tipo de desgracias. Y actualmente es heredera del franquismo, como reza el eslogan “atado y bien atado”. Luchar por ponerle fin a este símbolo caduco de un pasado oscuro e ignorante es un ejercicio de pura dignidad. La monarquía es la personificación de la ignorancia porque un poder basado en la dinastía y la superstición es un poder que escapa no solo a la voluntad popular, si no a cualquier forma racional de decisión. Y es además un poder que parasita de la sociedad para existir. Para justificar su existencia completamente fuera de lugar y contexto, a la monarquía se le ha inventado un glamour y una esencia que maquillan lo que verdaderamente es: la institución de parásitos sociales más antiguos de la historia».
En mitad de todos estos actos del eterno tour que ha hecho la reina muerta por el Reino Unido, varias personas fueron detenidas por protestar contra Carlos III, o el resto de la familia real. Algunas individualidades con pancartas que decían: ‘No es mi rey’, o ‘Abolición de la monarquía’, fueron detenidas por alteración de la paz social. La sociedad británica siempre ha apoyado de manera pública a la monarquía, pero fundamentalmente entre la juventud esa expresión de afecto está decayendo de manera sostenida. También en Escocia hay una fuerte brecha antimonárquica, de hecho la afición de fútbol del Celtic Glasgow fue sancionada por desplegar una pancarta de Champions League donde se leía: ‘Fuck the Crown’ (‘Que le jodan a La Corona’) y en la liga de fútbol escocesa en el partido del Dundee United se escuchó durante el minuto de silencio: ‘Lizzie´s in a box’ (‘Isa está en una caja’). Un joven escocés de 22 años de edad fue detenido por gritar al príncipe Andrés «¡eres un viejo enfermo!» en pleno cortejo fúnebre en las calles de Edimburgo, recordando los escándalos del miembro de la Corona británica involucrado en abusos de pederastia. Sin embargo, la monarquía inglesa no es la primera ocasión que se ve involucrada en graves delitos, y tampoco ha estado libre de escándalos Isabel II, retomando nuevamente unas históricas fotografías en las que se la ve de niña haciendo el saludo nazi por imitación a su madre y su tío Eduardo VIII en el año 1933.
Explotación y colonialismo se unen en el pasado y presente de la monarquía británica, y en la actualidad se enmarca en un contexto de inflación histórica en el país, con una oleada de huelgas en proceso que reclama un aumento de los salarios para hacer frente a la pauperización de la vida. Además, está creciendo el malestar e indignación por las impagables tarifas energéticas, que está animando a la sociedad a movilizarse contra esta situación, y poniendo en tela de juicio a todos los poderes, incluida a una monarquía completamente alejada de las realidades de la clase trabajadora británica. Es buen momento para reivindicar ‘Anarchy in the U.K.’, son tiempos de relucir las miserias de las monarquías europeas, y su fin deberá venir de nuestras manos y nuestra lucha, junto con el fin del sistema capitalista que las sostiene.
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