Hace escasos días, el escritor Salman Rushdie fue apuñalado repetidas veces por uno de esos fanáticos dispuestos a hacer cualquier cosa en nombre de sus creencias. Hacía ya más de tres décadas que el ayatollah Jomeiní lanzó una fatwa (o como se diga eso) en la que pedía nada menos que el asesinato para el autor del libro Los versos satánicos; al parecer, por haber provocado la ofensa para los musulmanes, pero que dudo mucho que haya leído cualquiera de esos cretinos fundamentalistas. Son las cosas de la religión, mezcladas en este caso con la opresión política para mayor inri. Era yo muy jovencito cuando aquella situación se produjo, que obligo a Rushdie a vivir oculto y protegido durante años; tiene bemoles que el agresor homicida actual ni siquiera había nacido. El bueno de Rushdie, al pasar tanto tiempo, debía haberse relajado en su protección y estas son las consecuencias sangrientas, que deberían reforzarnos en nuestra condena del fundamentalismo religioso, que viene a ser una suerte de pleonasmo; la realidad es que durante esos años no pocos políticos y clérigos habían ratificado la sentencia iniciada por el inicuo Jomeiní, que por cierto murió al poco de lanzar su repulsiva fatwa, e incluso se había aumentado la recompensa económica por servir la cabeza de Rushdie. Una de las grandes vergüenzas de la humanidad, que no son pocas. Por supuesto, hubo numerosas voces de figuras públicas que dieron todo su apoyo al escritor en su momento, aunque la sensación es que no se produjo una condena unánime por gran parte de las instituciones que forman esta civilización tan cuestionable que hemos creado. Valga como ejemplo qe la Academia Sueca, que concede el premio Nobel, no acabó condenando la fatwa hasta hace pocos años.
En el momento de producirse, cuando había que repudiarla tajantemente, se quiso justificar de una u otra manera la persecución, no solo en nombre de esa ofensa a los sentimientos religiosos que tan bien conocemos en este inefable país, también por considerarse que el discurso de Los versos satánicos caía en la apostasía. Es curioso que, al parecer, un concepto que resulta un pecado para el fanatismo religioso a otros nos resulte de lo más saludable intelectual y moralmente. Las voces más honestas ya dijeron en su momento que la humanidad parecía haber vuelto a la Edad Media mientras que otros nos preguntamos si habríamos alcanzado de verdad la Modernidad mientras ciertas situaciones se toleraran de una u otra manera. Hay quien insistirá en lo pernicioso de la religión musulmana, la verdadera culpable para ellos de esta situación de persecución, algo que requiere de no pocos matices. No puede negarse que perviven repulsivos regímenes teocráticos, totalmente culpables de que se acuda a la nefasta ley islámica para condenar a una persona a la muerte; también hay que destacar que otras religiones, como el propio cristianismo, han sabido adaptarse de modo hipócrita a los nuevos tiempos en nombre de su propia supervivencia. Ello no quita que, no pocas veces, aparezca en ellas su verdadera faz fundamentalista e incluso, vaya más allá de su comunidad de fieles, para inmiscuirse en los asuntos políticos.
Pondremos como ilustrador ejemplo un comentario que realizó el tremendamente progresista papa Francisco a raíz del atentado hace unos años contra el semanario francés Charlie Hebdo, en el que murieron una docena de personas y varias resultaron heridas. Recordaremos que estos asesinatos, de nuevo en nombre de sagradas creencias, se produjeron por haber realizado la publicación una ofensa a los sentimientos religiosos con una caricatura del profeta Mahoma. La solidaridad masiva internacional no se hizo esperar, aunque es un hecho bien poco recordado que el inefable sumo pontífice católico no tardó en recordar los límites de la libertad de expresion y decir lo siguiente: «Si alguien insulta a mi madre, le espera un puñetazo. ¡Es lo normal!». Bergoglio mostró, tal vez, la verdadera esencia del fanático cuando alguien le preguntó sobre la libertad religiosa frente a la libertad de expresion: «No se pude provocar, no se puede insultar la fe de los demás. No puede burlarse de la fe. No se puede», insistió el Papa. Resulta significativo que alguien que se dice cristiano haga una defensa tan atroz de la violencia en nombre de algo tan etereo como es una ofensa a las creencias religiosas; particularmente, no sé qué tendríamos que hacer los ateos cuando se relaciona la ausencia de fe con falta de moral y con las mayores barbaridades que ha realizado la humanidad en la historia. Los ateos, por lo general mucho más razonables, dejan a un lado toda agresión física e inician el debate esforzándose en evidenciar que es justo lo contrario, como bien siguen demostrando los fanáticos religosos con la justificación de sus líderes; es en nombre de creencias sagradas, dogmáticas, absolutistas, cuando el ser humano aparece dispuesto a realizar cualquier aberración que agrede a la ética más elemental. Una pronta recuperación al amigo Salman Rushdie y, al menos, que valga su agresión homicida para preguntarnos de verdad si la creencia religiosa, ya acabando el primer cuarto del siglo XXI, es verdaderamente benefactora o más bien perniciosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario