Si bien hay algo de lo que no andamos escasas en el siglo XXI, es de saturación de información. El periodismo ha tendido a convertirse en puro marketing para envolver un caramelo envenenado. La búsqueda de sensacionalismo, de morbo social, del relato personalizado de confortable digestión, la microhistoria, y la tendencia a convertir en meme toda información, han conseguido hacer de la crítica informativa una pieza de ajedrez fundamental completamente eliminada. La proliferación de informaciones debido al crecimiento de las redes sociales, han convertido escenarios bélicos como la Guerra en Ucrania en un campo de batalla de fake news que, como misiles, pretenden generar un relato dominante donde es muy complicado introducir una vía de antibelicismo activo, de apoyo mutuo militante y una voz contra la violencia del imperialismo.
No todas las guerras importan mediáticamente lo mismo
Los medios de comunicación han estado antes (la guerra en realidad comenzó en el 2014) y durante este conflicto actual intoxicando mediáticamente, y se han expuesto las contradicciones de estos grandes medios sobre el tratamiento informativo de este conflicto bélico respecto de otros anteriores. Tanto en su lenguaje comunicativo, como en las sanciones sociales y culturales contra Rusia, o el tratamiento a las personas refugiadas a diferencia de otras guerras. Y es que el lema No a la Guerra, actualmente llega muy tarde a este conflicto y desprovisto de contenido. A veces, incluso los colectivos sociales, plataformas anticapitalistas o algunas individualidades a la izquierda, vemos que nos acercamos a la información con una mirada muy panfletarista. No tenemos que estar completamente de acuerdo con lo mencionado en un texto como si se tratase de un catecismo, ni tampoco rechazar sistemáticamente noticias de grupos activistas sobre el propio terreno y que quieren dotarnos de ciertas claves de contexto. Es interesante revisar otras estrategias comunicativas y textos en otras latitudes, como la Red Antimilitarista de América Latina y el Caribe, o un comunicado de las zapatistas del sureste mexicano sobre el conflicto en Ucrania; una apuesta por poner un poco de cordura sobre la guerra.
Numerosas guerras o agresiones militares de la pasada década (actualmente están activos una veintena de conflictos abiertos ante el olvido de la comunidad internacional, principalmente en África y en Asia), no han ocupado de manera tan enérgica tanto espacio mediático como la actual Guerra en Ucrania. Obviamente este hecho no solo esconde una hipocresía moral que a estas alturas es demasiado evidente, sino que atesora motivos de carácter estratégico, geopolítico e ideológico en el bloque internacional de la OTAN, del que forma parte el propio Estado español, alineado con la Unión Europea y EEUU. Sin ir más lejos, la industria armamentística española vendió más de 2.800 € millones en armas a los países involucrados en la guerra de Yemen, pero eso poco importaba. Actualmente los medios de comunicación han lanzado una campaña sensacionalista, que lejos de tener como objetivo informar convenientemente, ha continuado la estela marcada en estos últimos años respecto de la situación bélica creada en Ucrania y que supusieron el germen del conflicto, su invisibilización sistemática.
Estos intereses muchas veces no son solo materiales, y no se pueden reducir a cuestiones energéticas o mercados concretos, sino a múltiples factores; y por supuesto, también son un pulso geopolítico a muchos niveles contradictorios y complejos entre sí, y que hacen complicado sintetizarlos. En un mundo multipolar como el que vivimos ya no podemos hablar de bloques ideológicos enfrentados como en tiempos de la Guerra Fría del siglo pasado, sino de diversas versiones distintas de imperialismo y autoritarismo, bajo el marco de un mismo sistema económico neoliberal. Ese sensacionalismo del que hablamos reduce los conflictos armados a historias individuales, y sin embargo, algunos periodistas que cubren conflictos bélicos nos advierten que no hay nada más colectivo que una guerra, y hay que situarlos en la historia y en el análisis geopolítico. Además, con toda esta intoxicación mediática actual, se pone de relieve la dificultad con la que en el futuro nos encontraremos para construir una digna memoria del conflicto y la violencia bélica.
Algunos periodistas, que a día de hoy trabajan como freelance, se exponen a enormes peligros. Se ha reportado la muerte de al menos cinco periodistas en Ucrania, y 35 heridos por el conflicto bélico. En el Estado español lleva semanas denunciándose el caso del periodista vasco Pablo González, detenido en la frontera polaca, y acusado de espionaje por este país. Las investigaciones de su detención han sido en colaboración con los servicios de inteligencia ucranianos, y el CNI español, que llegó a interrogar a su familia en Euskadi. Este periodista ha sido incomunicado en una prisión de Polonia, exigiéndose al Estado español tome cartas en el asunto y permita que se entreviste con su familia y con su abogado libremente. Un caso represivo al periodismo que vulnera hasta 18 artículos de la Carta de Derechos Fundamentales de la propia Unión Europea. Por otro lado, se han puesto sobre la mesa algunos debates que ya estaban sentenciados previamente y dirigidos, como el de la censura a medios rusos como Sputnik o Russian Today, así como la excepcionalidad en Facebook de enaltecer apoyos y violencias si son dirigidas contra objetivos rusos. El incremento de la rusofobia y la profundización del cliché de lo ruso como el enemigo, ha alcanzado peligrosas líneas rojas.
La guerra permanente que el capitalismo alimenta
La propaganda, la diplomacia, las acusaciones cruzadas, los bulos… son otra manera de hacer la guerra. Algunas plataformas como Newtral (periodismo tecnológico y verificación de fake news), Maldito Bulo (periodismo para que no te la cuelen), o Al Descubierto (medio especializado en desenmascarar la ultraderecha), han venido haciendo una intensa labor en el sentido de destapar fake news. También desde Descifrando la Guerra, plataforma especializada en conflictos internacionales y geopolítica, han tratado de poner luz sobre la desinformación de la Guerra en Ucrania. Estas informaciones con fines propagandísticos son un factor determinante para legitimar socialmente ciertas políticas de restricción de libertades colectivas o dar pasos adelante en el incremento generalizado de los presupuestos militares, como está pasando en todos los países de la Unión Europea respecto de la OTAN, organización que debería haberse disuelto hace ya varias décadas.
Esta guerra comunicativa no es selectiva, es una guerra que va dirigida a todo el mundo, pues anula nuestra capacidad de sensibilizarnos, esas informaciones deciden por nosotras lo que debemos pensar o de qué manera debemos sentir. Se fomenta una infantilización de las personas civiles que sufren esas violencias, les tratamos de marionetas como los trata el poder. No sabemos gestionar la rabia que supone hacia dónde dirigir la resistencia sin apoyar estructuras oligárquicas y autoritarias a un lado u otro de la trinchera; y es difícil porque la guerra en el mundo capitalista es eso, apoyar la barbarie. La guerra permanente, mencionada recientemente en una publicación de Daniel Treviño, hace referencia a un concepto real, y es que el propio capitalismo genera explícitamente guerras, y narra su relato sobre ellas. Un conflicto entre intereses privados e intereses colectivos. Este conflicto en Ucrania lo han relatado como algo genuino, inesperado y aparecido de la nada, obviando los muchos niveles de autoritarismo y guerra previa de intereses privados y sesgados. De esta manera se justifica el conflicto y lleva a una reducir a los sujetos en liza en buenos o malos, y el discurso a un mero enfrentamiento entre ideologías morales. Y no está vacío de ideología, por supuesto, pero responde a cuestiones económicas y a intereses materiales de dominadores que desean seguir dominando, y los vencidos siempre somos las poblaciones. La mejor representación de esto es ver a mandatarios enemigos ante una mesa escenificando un teatro de tregua, mientras sus ejércitos privados, compuestos por máquinas de matar, que algún día fueron jóvenes expuestos a violencias sociales, están coordinadamente educados para matar al enemigo.
Sumarse a la resistencia no solamente es empuñar un arma, eso es quizá la respuesta fácil, matar al de enfrente, sobre todo cuando las armas llevan la huella del autoritarismo ruso o del imperialismo de la OTAN. Hay quienes se suben al carro del relato de las guerras como conflictos genuinos desprovistos de contexto y acciones previas que llevan a esa enajenación militarista. Hay quienes denunciamos día tras día la guerra permanente del capital contra los pueblos de todo el mundo. Una tercera vía es necesaria, no solamente en lo político, también en lo intelectual y sensiblemente, que confronte los discursos hegemónicos.
El miedo instaurado sobre guerra nuclear, es un miedo con el que juegan, porque es el perfecto aliado de la irracionalidad y del estado de shock que el capitalismo necesita. Por ello mismo, se necesita de cierta frialdad mental sin inconsciencia para tratar de separar el grano de la paja. No todas las guerras valen lo mismo, ni todos los muertos, ni todas las personas refugiadas, y esa es la conclusión de un relato escrito desde la clase dominante para continuar controlando la narrativa de lo que podemos conocer. Se evidencia nuevamente, igual que como con la pandemia del Covid-19, quién tienen el control sobre los relatos; y si nos roban la capacidad de crear narrativa de la realidad, nos roban todo.
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