Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, septiembre 30

Bulos


No me resulta tan preocupante la cantidad de información falsa que anda circulando, en tiempos donde más medios hay para acceder a ella, como la cantidad de bodoques que están dispuestas a tragarse cualquier cosa que se adecúe a su estrecha concepción del mundo. Desgraciadamente, existen no pocos botarates reaccionarios que aplauden cada vez que un medio difunde, en un titular repulsivamente amarillista, la nacionalidad extranjera de algún supuesto criminal. Los magrebíes, teníamos ya esa sensación, son el grupo más jugoso a la hora de publicar cualquier tipo de delito. Ahora, se evidencia que gran parte de estas noticias repulsivas, especialmente protagonizadas por inmigrantes marroquíes, son sencillamente falsas. De toda la vida, los informativos, incluso en aquellos medios considerados más serios, suelen dar una imagen del mundo mucho más peligrosa y violenta de los que es, al primar el espectáculo sobre cualquier asomo de honestidad. Sin embargo, ahora, en el tiempo de las nuevas tecnologías, en un mundo posmoderno etéreo, fluye la mentira sin ningún escrúpulo. Y, desgraciadamente, falsedades que suelen apuntalar un mundo inicuo, globalizado en algunos aspectos y plagado de fronteras en muchos otros.

Parece mentira que haya, no hace tanto, quien haya podido soñar que la tecnología podía favorecer el progreso hacia algo mejor. Dicho esto, volvamos a los bulos. No quiero ser maniqueo, sé que la estupidez crédula se difunde de izquierda a derecha. Sin embargo, que los dioses me libren siempre de la maldita equidistancia vital y política. Así, no puedo evitar un asco mayor hacia todos aquellos que difunden falsedades sobre los colectivos más débiles y que, desgraciadamente, calan en la población más papanatas. De esta manera, hace mucho tiempo que circula la delirante afirmación de que los inmigrantes, legales, ilegales o extraterrestres, van a acceder a privilegios de los que carecen los propios españolitos. Por supuesto, no es casualidad que todo ello se exacerba, hasta la nausea, con el constante blanqueamiento de una extrema derecha que siempre estuvo ahí. De hecho, el repulsivo partido Vox ha usado en campaña electoral mentiras flagrantes sobre los llamados menas, denominación despectiva que ya suena a bandas de delincuentes, sin que la justicia haya hecho nada al respecto. Todo vale.

Hay que lidiar con el hecho de que ciertas fuerzas políticas y mediáticas sacan lo peor de una gran parte la de población con afirmaciones tan delirantes como que «los extranjeros no quieren integrarse», que sufren además un «trato de favor por parte del Estado», cuando no son directamente «un peligro para la integridad de los españoles de bien». Latrocinios y violencia a mansalva quieren vincularse con gente que, sencillamente, viene huyendo del horror. Latrocinio y violencia es lo que yo observo en nuestro sistema político y económico, mientras que la peor cara del mismo juega constantemente con el miedo al diferente. La considerable llegada de inmigrantes, de manera periódica, a través de Ceuta o por mar, tanto a la Península como a Canarias, lejos de despertar la conciencia y activar la solidaridad sobre el desigualitario mundo en que vivimos, supone un caldo de cultivo para alimentar los discursos más abiertamente xenófobos. Supongo que el ser humano, una parte de él al menos, puede ser auténticamente despreciable; tal y como empecé este texto, lo más alarmante es su abierta desidia moral e intelectual.

 

Juan Cáspar

 

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