Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

viernes, agosto 13

La insurrección ilegible en la metástasis del capitalismo termo-industrial

 


Cuando una civilización está arruinada, le hace falta reventar. No se hace la limpieza de una casa que se derrumba” Tiqqun, en “Y bien…¡la guerra!”,1999

Con los incendios indican que la única solución pasa por la destrucción de todo el entorno opresivo. Así pues, permaneciendo enteramente negativos, impiden que la revuelta sirva a los recuperadores. (…) La cólera nihilista del suburbio es reflejo del nihilismo del sistema dominante” 

Miguel Amorós, en “La cólera del suburbio”, texto escrito a raíz de las revueltas iniciadas en Clichy-sous-Bois en 2005, y que se extendieron por toda Francia

 

Todo lo sólido se desvanece en el aire. El conformismo generalizado en Occidente se agrieta. La lucha de clases se agudiza. El abismo se repuebla. Todo un  sistema energético se va a pique. Los esclavos energéticos per cápita se reducen, y se van distribuyendo de forma cada vez más desigual entre la población. La falsa paz social torna en relación crítica. La ira activa la verdad. La revuelta regresa a la revuelta. La historia permanece. Todo se reinicia.

En las fases finales del capitalismo termo-industrial se va bosquejando un escenario desolador: descomposición social y jerarquización de clases, explotación y exclusión, incremento de la pobreza y la alienación, pandemias cada vez más frecuentes y agresivas, ecocidio y descenso energético forzado… Y en medio del desastre, el misterio de la revuelta inesperada: el insurrecto, no el guerrero; el salvaje, no el cuadro político; el nihilista, no el solidario. Cada vez con más frecuencia, aquí y allá, de forma descoordinada, contenedores ardiendo, escaparates rotos, hogueras inesperadas, pintadas amenazantes, saqueos y destrozos. El espectáculo ya no puede jugar a resignificar más ya lo evidente; se rasga por sus costuras. El aburrimiento ya no sirve para nada, ni siquiera como dispositivo imperial de autocontrol. El pesimismo parece convertirse en una necesidad. Invirtiendo  lo dicho por Marx, podríamos aventurar que las sociedades occidentales actuales parecen no llevar ya  otra sociedad nueva en sus entrañas. El explotado, el excluido, se abre a la nada. Todo lo que se rebela es ya dolor radical.


A finales de octubre de 2020 se produjeron diferentes revueltas por todo el Estado español contra el toque de queda decretado por el gobierno. En otros países como Alemania e Italia se produjeron actos similares. En la mayoría de estas protestas se lanzaron bengalas y c9ohetes, se incendiaron contenedores e incluso se montaron barricadas. En el mismísimo centro de Santander, por ejemplo, desde los enfrentamientos de los trabajadores de Astander con la policía, a finales de los años 90, no se presenciaba algo parec9do. Curiosamente se invirtió la ecuación: de la revuelta que activa los “toques de queda”, se pasó al toque de queda “sanitario” que desencadena las revueltas. Por otro lado, los altercados más intensos se produjeron, casualmente, durante la noche de Halloween, una festividad ya consagrada enteramente al consumismo, lo que podría llevarnos a calificar tales acciones como sabotajes anticapitalistas de no ser por la gran cantidad de saqueos indiscriminados y sin aparente “coherencia revolucionaria” producidos en numerosos establecimientos comerciales. En seguida se comenzó a especular sobre los verdaderos responsables. ¿Jóvenes descontentos? ¿Ninis? ¿Menas? ¿Fascistas? ¿Ultras del fútbol? ¿La ultraizquierda? ¿Independentistas catalanes? ¿Kale borroka? ¿Negacionistas? ¿Policía infiltrada entre los alborotadores? ¿Islamistas radicales? S3e dijo de todo. Los medios de comunicación masivos de uno y otro signo construyeron, como se dice ahora, su relato, es decir, su cuento de hadas, y cada cual según sus intereses. Algunos medios adelantaban que la policía no hallaba conexión entre los grupos que causaron los disturbios: “ Es un batiburrillo y no se puede poner el fondo en ningún grupo o ideología concreta” señala un responsable policial; otros medios afines a la izquierda parlamentaria describían lo sucedido, con gran desconcierto, como un conjunto de “acciones coor4dinadas” de la extrema derecha, y diversos medios conservadores se apresuraban en señalar que algunos miembros conocidos de la extrema izquierda habían sido detenidos. Poco tiempo después, durante los días 24, 25 y 26 de enero, se desencadenaron numerosas protestas en los Países Bajos con motivo de las restricciones asociadas al toque de queda sanitario, el primero que entraba en vigor en aquel país desde la Segunda Guerra Mundial. Se leyó en la prensa; “Desde el pasado sábado, cuando entró en vigor el toque de queda, los agentes han detenido a más de 500 personas y han impuesto miles de multas, aunque también hubo varios policías heridos por los choques contra los participantes en las protestas, que incluyeron quema de contenedores, saqueos y ataques al mobiliario público en unos disturbios que han asombrado a los Países Bajos”. Semanas más tarde, concretamente el fin de semana  del 19 de febrero de 2021, al calor de las manifestaciones organizadas como motivo de la detención e ingreso en prisión del rapero Pablo Hasél se produjeron violentos altercados en Madrid y Cataluña, altercados que en los días posteriores se fueron extendiendo por otras ciudades como Valencia, Granada o Vigo. La prensa de la burguesía explicaba así lo sucedido: “Prácticamente todas las concentraciones de estos días no estaban autorizadas por las respectivas delegaciones del Gobierno central. Habían sido convocadas a través de redes sociales y, tras la mayoría,. Aparecían varios colectivos nacionalistas, independentistas y de izquierdas a lo que añadían: “A estos jóvenes alborotadores se les unen “oportunistas” que “nada tienen que ver con el motivo inicial de las protestas” y que aprovechan para saquear comercios”. En un programa televisivo de La Sexta un periodista los definía como “chavales que se fuman unos porros en el parque, se3 van a pegarse con la policía y cuando acaban se vuelven al parque a seguir fumando porros, son chandaleros sin ningún estrato y sin ningún fondo ideológico”. Estos ejemplos son más que suficientes para a entender el gran desconcierto en el que se hallan los responsables de las grandes maquinarias de expresión de masas, a la hora de etiquetar y clasificar a estos jóvenes descontrolados.

Aunque es cierto que muchos grupos radicales organizados de distinto signo político tratan de monopolizar las protestas callejeras y ganar militancia, no podemo0s negar que estas acciones violentas son , en gran medida, la expresión espontánea del nuevo precariado y los nuevos excluidos; de jóvenes sin futuro que, a diferencia de sus padres o abuelos, ya no son como antaño un ejército de reserva industrial al que pueden recurrir los dueños de los medios de producción para ajustar los salarios a su gusto, sino agentes defensivos que ahora se vuelven contra el propio organismo del que, mal que bien, formaban parte. Y debemos tener muy en cuenta que las revueltas por venir se nutrirán durante los años venideros de este sector de la población, cada vez más crispado y descontento. Se rebelan contra el toque de queda y contra el encarcelamiento de activistas como Pablo Hasel, pero muchos también contra una realidad cada vez más castrante y hostil. Lo que sucede es que su ausencia de discurso, de soflamas unitarias o propuestas concretas hacen que sean difíciles de etiquetar y resignificar. Aquí, el más indignado y sorprendido, sin duda es el militante marxista-leninista ortodoxo que, en seguida, viene a “llamar al orden”. Ni tan siquiera el activismo manipulador de ciudadanistas e izquierdistas radicales sabe qué hacer ante esa “juventud salvaje”. El propio poder burgués, más que derrotarles vía policial o mediante la recuperación del supuesto discurso que impulsa todos estos estallidos sociales- como hiciera décadas atrás con las protestas de Mayo del 1968, las demandas del movimiento obrero o el movimiento antiglobalización- lo que sí que necesita de forma urgente es etiquetarles, clasificarles y asignarles unos líderes ficticios para controlarles más fácilmente, pues esa ininteligibilidad es más preocupante y desconcertante que la violencia misma. Dicho de otro modo: a esas revueltas ocasionales, que se infiltran en otras revueltas, no se opone una sofisticada contrarrevolución sino esporádicas e improvisadas contra-insurrecciones como, por ejemplo, campañas puntuales de difamación por parte de comentaristas televisivos a sueldo y periodistas políticos que, ridiculizando y denigrando a sus autores, apelan al civismo, al pacifismo y al buen comportamiento.

 

Tengamos en cuenta que esos jóvenes despreciados han sido expoliados de su vida por las falsas promesas de promoción del aparato escolar, arrojados después a un sistema laboral de explotación que ni siquiera ya los necesita, ni tan siquiera ya en calidad de consumidores pasivos. Han sido segregados económicamente. Han sido criminalizados como el más perverso e insolidario vector de contagio de la covid-19 y se les ha privado de las únicas formas de socialización que tenían. No les han dejado ser pacifistas; su torpeza, improvisación e inhabilidad en estas algaradas callejeras, así como la gran cantidad de detenciones, dan fe de que la violencia les ha sido negada desde siempre. En relación al mito hegemónico actual –es decir, a la creencia generalizada de que la tecnología de alto nivel podrá resolver cualquier problema- puede decirse que han sido expulsados del Arca; aunque sobre ellos ha recaído de forma despiadada todas las fábulas tecnolátricas de los amos del mundo, saben muy bien que en esa fábula no serán los elegidos para ir a otra galaxia. En ese sentido se les ha dejado bien claro que a ellos, a los nuevos excluidos, hasta la mentira se les niega. Incluso han sido despojados de mitos emancipadores modernos como el ya olvidado, por desgracia, mito poético de la Gran Tarde o de mitos procedentes de otras culturas bien distintas a la nuestra, culturas que propician formas de vida en paz con la naturaleza en el espacio y en el tiempo. Al contrario, han sido instados desde la cuna a “emprender”, es decir, a girar eternamente en la rueda pulverizadora de la movilización global capitalista.

Pero no podemos obviar que muchos de estos jóvenes es también están pidiendo ingresar, o retornar, al consumo. Esto lo explica muy acertadamente Miquel Amorós en “La cólera del suburbio”, texto que escribió con motivo de las revueltas que en 2005 se extendieron por los suburbios de toda Francia. Al igual que aquellos, muchos de los jóvene3s que están protagonizando estas protestas recientes también saquean, destruyen e incendian un mundo que en el fondo detestan, pero lo hacen reafirmando la lógica de las mercancías. NO se levantan contra el capital ni contra el Estado. Hay que reiterarlo. No son un nuevo sujeto revolucionario. No conforman revoluciones moleculares. No son ni9 tan siquiera una clase antagónica sino rehenes de una economía cuyos gestores imperiales aún les proporcionan créditos, incluso a fondo perdido, para fortalecer la vieja servidumbre bancaria. No revierten el orden de las separaciones. Han sido obligados a rebelarse de ese modo; sin solidaridad, sin propuestas, sin alternativas. Son un fluido de sufrimiento sin solidez ideológica. No se han desembarazado de los códigos opresivos; su subjetividad sigue alojando coacciones elitales de alta intensidad. Se trata de una revuelta inofensiva, al menos por ahora, para el oren reinante, es decir, gestada sin amor. Tampoco tienen odio; si lo tuvieran, al destruir, amarían por compensación. Ni tan siquiera han tenido que ocultarse bajo un pasamontañas; el propio sistema les ha obligado a llevar una mascarilla y no ser nadie. Su negación parece apuntar en todas direcciones. “Que se hunda el barco de una vez”, parecen querer gritar esos jóvenes, a tenor de la furia y la desesperación que muestran en los altercados. Por otro lado, la negación de este sistema no es, en ellos, ajena a ese espesor de nihilismo que la misma dominación difunde por todos los lados, y sólo entendiendo esto es posible explicar  todas sus impurezas. Así y todo, poco puede reprochárseles a estos jóvenes que no haya que reprochar antes a los gestores del capitalismo termo-industrial por su extractivismo ininterrumpido, la destrucción que han provocado en la biosfera planetaria, sus guerras imperiales de rapiña y su larga lista de epistemicidios.

 

En cualquier caso, con imaginación radical o sin ella, con imaginarios propios o impuestos, tengamos en cuenta que al menos durante unas breves horas han conseguido ponerse entre paréntesis. Es más, por unos instantes han dejado de distraerse. Aún desde la negación, aún sin las directrices de un programa revolucionario, hicieron aflorar una verdad. En ese sentido son, sin saberlo, un vector de verdad. Dejaron de ser “ciudadanos”, es decir, soldados del imperio para emerger, como una intensidad local, sin liderazgo. Lo que realmente sucedió fue que las “fuerzas destructivas” actuaron de manera diferente a lo esperado; no estaban de botellón, no estaban aplaudiendo a las 20:00 horas desde la ventana de su cuarto, no fueron a la Delegación del Gobierno correspondiente para solicitar permiso para manifestarse. Y demostraron, sin pretenderlo, que el cielo y la calle pueden destinarse a otras funciones que no sean las asociadas con la realización de las mercancías, algo que ni siquiera la actual crisis de la covid-19 ha podido paralizar. Para bien o para mal, la de estos jóvenes no es la revuelta que obedece, ni es tampoco esa revuelta que asume ciegamente las narrativas elitales, las rigideces ideológicas o las disciplinas de partido, lo que la hace irrecuperable por parte de las distintas instancias del poder con que cuenta el Estado. Para bien o para mal, de algún modo el insurrecto, cuando incendia, cuando rompe un escaparate o agrede a un policía, se pone a desear otras cosas, entra en la vivencia sin entenderla pero convirtiéndola en otra cosa. Imagina mundos que de otro modo, -en el fragor de una huelga o atracando un banco, por ejemplo- no imaginaría. En ese sentido, para bien o para mal, el insurrecto espontáneo, es un creador de mundos.

Mientras tanto los miembros de la clase media, esa clase que lleva varias décadas en proceso de desaparición sin ser consciente de ello y cuya actividad laboral y lúdica, a pesar de haber devenido en semipresencial aún es rentable al capital; esos asalariados o infra-asalariados que aún trabajan o teletrabajan, desde su mitad fantasmática como digo, se llevan las manos a la cabeza y se distancian con cierto aire de superioridad de los alborotadores. en realidad, no les queda otro remedio. Es más, aunque quisieran no podrían entrar en  la revuelta. Por eso la detestan. NO pueden entrar en ella sin atravesar el fuego que la envuelve. Allí la armadura detuvo el movimiento efectivo de los hombres. Ni tan siquiera se atreven a admirarla en un plano puramente estético. Están programados para no hacerlo. El adoctrinamiento escolar hizo bien su trabajo y las maquinarias de expresión de la burguesía reforzaron tal adoctrinamiento. Observan estos disturbios en la distancia, con asco, miedo o democrático estupor. Algunos, tal vez, desearían hacer de “mediadores” entre los agitadores y la policía pero no pueden entre otras cosas porque están preparando su próximo “botiquín de confinamiento”.

Nos adentramos en una nueva época de intempestividad, de grandes conflictos sociales y guerras interburguesas de gran envergadura por los últimos recursos aprovechables del planeta; al desmantelamiento del estado del bienestar, con todo el desempleo, pobreza energética y deterioro de las condiciones de vida que esto conlleva, habría que añadir el recrudecimiento del “terrorismo negro”; ese terrorismo omnipotente propiciado por las élites financieras, los servicios secretos de diversos estados y numerosos grupos paramilitares para confundir, dividir y anular a los movimientos populares de lucha, así como la maenaza cada v ez más plausible del ecofascismo. Ya es inocultable: el agotamiento del modelo industrial está dando paso ala Gran Exclusión, y el control digital sucede a la vieja disciplina. Y la dominación nos ha sido modelando durante décadas para afrontar este nuevo contexto venidero con resignación y obediencia. Pero he aquí que todos esos jóvenes que han sido permanentemente forzados a “innovar” se han puesto de pronto a lanzar golpes contra la propia catástrofe; he ahí su inesperada “innovación”. La violencia de la dictadura del capital se enfrenta a su propio contrarreflejo  asimétrico. Y todo parece indicar que en Occidente este tipo de conflictos aumentarán en número e intensidad. La metástasis se empieza a manifestar ya en todos los órganos. La revuelta ilegible e inesperada de los de abajo ya no se limita a los suburbios de las grandes ciudades; alcanza las centralidades y se entremezcla con otras revueltas, muchas de las cuales se producen en nuestra propia subjetividad y nuestro propio inconsciente colectivo. Tal vez estas revueltas por venir derriben en un futuro próximo el castillo de naipes. Tales estallidos sociales, de algún modo, dan fe  de que al menos en el inconsciente de los de abajo susbsiste un dinamismo salvaje que se resiste, en desproporcionada reciprocidad, al desastre capitalista. Ahora bien, lo deseable sería que todo ese hartazgo e inconformismo avance del lado de los revolucionarios que anhelan construir sociedades basadas en la solidaridad, la igualdad y la justicia. Y, por supuesto, que toda esa subjetividad temporalmente autónoma no sea recuperada por parte del poder burgués, como este suele hacer siempre con toda anomalía. Es lo que llevó a Jaime Semprun en su libro “El abismo se repuebla” a afirmar que: “Los motines en las esquinas” y demás estallidos sociales de violencia sin conciencia no sirven más que a quienes quieren prolongar la degeneración de un mundo acabado que no sabe por dónde va”. Ciertamente no sabemos hacia dónde nos llevará el declive de este sistema económico pero sí sabemos que, dado el imparable agotamiento de los recursos energéticos que éste requiere para su funcionamiento-al igual que un ser vivo afectado por una metástasis que se ha extendido ya por todo el organismo- éste está condenado a implosionar, y no olvidemos que, en un sistema que implosiona, o la paz social, la tolerancia, la paciencia y la mansedumbre implosionan con él. Evitemos entonces que esa implosión se lleve consigo lo que aún nos queda de solidaridad, apoyo mutuo, conciencia de clase y hambre de emancipación.

 

 

1 de abril de 2021

Vicente Gutiérrez Escudero

Publicado en el número 47 de la revista Ekintza Zuzena.

 

 

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