Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

lunes, octubre 5

Okupación que transa se suicida


Ahora más que nunca, okupa tú también

Actualmente la okupación es una práctica realizada por gente de diferentes tradiciones, con diferentes objetivos y formas de entenderla. Hay quien okupa por necesidades individuales o familiares, o quien lo hace por convicciones políticas; Hay quien se define como «okupa» y otres no; Hay quien tiene la voluntad de construir comunidad o quien ve una manera provisional de obtener un techo; Hay quien considera la okupación como una herramienta contra la propiedad privada y quien ve una forma de demandar a la administración vivienda digna y accesible; Hay quien busca la estabilidad del espacio llegando a un acuerdo y quien se resiste con todas sus fuerzas a un desalojo.

La okupación es un medio, nunca un fin. Tiene una fuerza tremenda: Señala la especulación inmobiliaria y la gentrificación que destruyen barrios enteros, expulsando a vecines de toda la vida, gente sin recursos y migrantes; Pone el acento en dar respuesta a la dificultad de acceder a una vivienda y a espacios comunitarios; Y al mismo tiempo, se crean a su alrededor, redes y relaciones sociales capaces de transformar la cotidianidad.

Desde l’Oficina per l’Okupació de Karcelona entendemos la okupación como una herramienta que cuestiona el principio de propiedad y, por tanto, la desposesión. La okupación muestra una manera de atacar para conquistar nuestras peticiones concretas, sin esperar. Los centros sociales okupados (CSO’s) nos enseñan a reapropiarnos, a resistir, a crear. Defendemos vivir de esta manera, poder desarrollar nuestros proyectos autónomos, más allá de la legalidad, nosotres hablamos de otro lugar que habitar, de otras relaciones, de otra Vida y es fundamental no perder estas raíces en el diálogo o en la confrontación.

Ante un pacto ¿qué es una victoria y qué es un fracaso?

Aunque la legalización es común en el movimiento de okupación de otros países, en el estado español no es un hecho frecuente y es considerado una debilitación del movimiento. Entre les que pacten y les que no pacten se augura una posible separación, como sucedió en otros lugares de europa, diferenciando entre okupas buenes y males. La legalización puede afectar negativamente a otras experiencias y hacer más fácil tanto los abusos de los propietarios como los desalojos.

Mantener conversaciones con la propiedad o iniciar una negociación pueden servir como estrategia para ganar tiempo y conseguir más información. Pero mientras que las conversaciones no comprometen a las partes, en las negociaciones el objetivo es llegar a un acuerdo entre les interesades. Así, la decisión de legalizar un CSO ¿compete única y exclusivamente a las personas que lo gestionan o que viven en él? Difícilmente una negociación será equitativa cuando no se hace entre iguales, vemos como la mayoría de veces la administración pretende mostrarse dialogante de cara a la opinión pública pero lo cierto es que no comparte en absoluto las propuestas de autogobierno de los espacios liberados. Al entablarse una negociación entre la administración y un espacio okupado es fundamental que se abra un debate de forma pública, de otra manera, el proceso puede ser conducido dócilmente por los profesionales de la política. El hermetismo alrededor de las conversaciones denota desconfianza del grupo negociador en el resto de compañeres, miedo a ser juzgado y/o rechazado, y posibilita que primen los criterios particulares e intereses personales. Este secretismo en los pactos es una condición impuesta por las instituciones para tratar de ocultar sus tejemanejes y favorecer la separación entre les que okupan. En Barcelona, una negociación puede traer la consecuencia para el proyecto okupado de quedarse prácticamente solo, en lo que apoyo por parte a los movimientos sociales anticapitalistas se refiere, y apoyarse en colectivos integrados o recuperados por el ayuntamiento para su gran proyecto de ciudad-mercancía con tintes «alternativos».

Es previsible que durante las conversaciones para legalizar un espacio liberado aparezcan problemas internos en el seno del proyecto y sea harto difícil llegar a un consenso fuerte -entre aquélles que quieren salvaguardar lo conquistado, entendiendo la cesión como una oportunidad para garantizar el proyecto, y aquélles que apuestan por la confrontación, no reconociendo como interlocutores a la administración pública porque sería traicionar la propia trayectoria-. Demasiado a menudo en esta controversia una parte del colectivo acaba marchando, presumiblemente quienes se oponen al pacto para dejar vía libre a un acuerdo y la continuidad del espacio. Una vez se ha negociado, es cuestión de tiempo que los contenidos y la línea política del proyecto originarios queden distorsionados, a consecuencia de los nuevos aliados institucionales. En la práctica, la autogestión se va perdiendo y el espacio se convierte en una especie de centro cívico que da un servicio a la comunidad y disfruta de la amistad de la opinión pública. ¿Cómo desarrollar un proyecto autónomo colaborando con las instituciones? La práctica de reunirse con los gobernantes consigue moderar las posturas más antagónicas. Se acaba aceptando cualquier tipo de proposición, por muy alejada que esté de los principios de autogobierno, autonomía y anticapitalismo. Obtener convenios de ocupación del espacio después de negociaciones y pagar un alquiler da cierta estabilidad por medio del contrato y de la transacción económica, ¿pero qué garantías reales existen de pervivencia del proyecto? Mientras cada metro de la tierra tenga amo, no hay espacio seguro, siempre pueden expulsarte del lugar que habitas, que usas, tanto si lo construyó tu familia con sus propias manos como si firmaste una hipoteca o un contrato de alquiler, la propiedad es un robo y los propietarios disponen de los medios para desalojarte, ya sea mediante una expropiación, con matones, o judicialmente por impago de cuotas o finalización de contrato.

Un argumento que se escucha a menudo a la hora de justificar la legalización en Barcelona es que no podemos extraer conclusiones de qué pasó en otros países porque son contextos diferentes. Al hacer comparaciones existe el peligro de caer en un análisis atemporal y descontextualizado, pero negarse a aprender de otras experiencias es caminar a tientas. De la misma manera que los aciertos de otros lugares han de servirnos de inspiración, los errores cometidos aquí y allá son una fuente de la que beber y nutrirse. Aun teniendo en cuenta la situación de otros países de europa, preferimos pensar con optimismo, a pesar de que la realidad a veces nos impone otra visión, y pensar que el fantasma de la despolitización de la okupación aun no recorre toda la península pues se dan casos en que la administración, ante la fuerza de los proyectos, decide retirarse y no optar por la vía del desalojo (como ejemplo el Centre Social Autogestionat Can Vies que en 2014 vivió un intento de desalojo y derribo parcial por parte del Ayuntamiento de Barcelona).

Por otro lado, desde el movimiento vecinal se han llevado adelante procesos de negociación con la administración para conseguir la cesión de un espacio que no han generado ningún enfrentamiento entre las diferentes posturas, al no plan­tearse como una alternativa a las okupaciones sino como una vía propia de los movimientos que lo impulsan. Desde un punto de vista estratégico hay quien plantea que es posible desarrollar un proyecto autónomo y gestionado desde la participación vecinal y al mismo tiempo cooperar con las instituciones. Remarcan que lo importante es que las condiciones de colaboración queden establecidas con total claridad y respeten la autonomía del centro en la definición y gestión del proyecto.

Aceptar la derrota sin luchar

Si concebimos la práctica de la okupación como una acción contraria a la existencia de la propiedad privada (pilar del capitalismo, del estado y del patriarcado) entonces no admitimos ningún tipo de negociación, eso supondría aceptar las reglas del juego, la legalidad vigente impuesta para que pueda funcionar la dictadura de la minoría que obstenta el poder y eso sería aceptar la derrota sin luchar. Pensar en dar un marco legal a una situación que conscientemente subvierte la legalidad, significa pretender por derecho aquello que ya se ha conseguido de hecho. Derecho, ese instrumento de regulación y normalización de las sociedades modernas.

Un pacto consiste en capitalizar la amenaza creada por el movimiento, lo cual requiere la existencia previa de un conflicto. Al reducir la enemistad sobre el grupo mediante el pacto, se deja aislades a les compañeres que no quieren o no pueden acceder a la negociación. Y aunque sintiéndose menos insegures, quienes quieren legalizarse también serán reprimides en la medida en que sus acciones pasen a ser una amenaza para el orden público y la ley. ¿De qué sirve, entonces? La legalización es una forma más de acabar con los espacios okupados, exactamente como el desalojo, pero con el añadido que a mucha gente le cuesta más posicionarse claramente en contra. La administración puede utilizar la negociación, no para llegar a un acuerdo con la gente concreta sino para marginalizar y criminalizar al resto. Con un gobierno de «izquierdas» en Barcelona, éste podría tratar de gestionar el conflicto, llevando a cabo una política para conseguir un pacto «ejemplar» con algunos sectores de la okupación y dejar aislado al sector más radical que no quiere negociar, es decir, generar una división en el movimiento.

Como aparecía en el texto de convocatoria a una asamblea interna (Febrero 2018) para tratar las posibles legalizaciones en Barcelona:

«Creemos que estos procesos de negociación son la continuación de lo que ha sido el papel de la izquierda institucional desde el franquismo como manera de endulzar las relaciones sociales, tanto en la vertiente política como en la económica. En este sentido, el énfasis no es tanto en el pacto en sí sino que éste no es fruto de ningún proceso de lucha, como mucho de una mistificación de la misma. Durante los últimos 30-40 años, hemos podido ver tanto en el ámbito laboral como en el vecinal que la cultura de lucha que llevara a mejoras sociales ha ido transformándose en la cultura de los despachos, de la gestión. Es evidente que un pacto producido por una lucha ayuda a generar una cultura de lucha, mientras que un pacto hecho a partir de política de despachos reproduce la cultura de la política institucional. Los procesos de legalización de los espacios okupados que se están dando en Barcelona actualmente (…), claramente no generan ninguna dinámica de lucha.»

En los años 90 el movimiento por la okupación apuesta no tanto por estabilizar espacios sino por visibilizar una crítica radical a las dinámicas del estado, manteniendo la tensión social y política, rechazando la intermediación institucional desde la concepción de la autonomía social. Actualmente conviven en la ciudad de Barcelona diferentes filosofías, la corriente que considera más importante la dinámica de choque ante las instituciones, la postura que defiende el uso de estrategias mixtas que combinan confrontación con la capacidad de producir efectos, y la vertiente más involucrada en campañas por el derecho a la vivienda. Aquí planteamos que algún movimiento tiene que desobedecer y no reconocer las instituciones públicas, y que esa amenaza de combate abierto contra el estado sirve también como medida de presión y de producción de cierto miedo al conflicto para los que gobiernan y contribuye a que puedan abrirse espacios de conquista mediante mediaciones institucionales (como ejemplo la reivindicación de Can Batlló en el barrio de La Bordeta y Sants).

Liberar la vida colonizada por la mercancía

En Barcelona, paralelamente a las okupaciones, siempre han existido espacios legales o más seguros con los que se comparten valores o prácticas, aquellos que acogen una editorial o una radio, un espacio de salud o de crianza, un taller artesanal o una cooperativa… De la misma manera, los CSO’s de la ciudad son espacios donde se han imbricado muchas otras luchas sociales, como la lucha obrera, el transfeminismo, el ecologismo, las luchas indígenas, de las personas presas… y estas otras luchas dan apoyo a la okupación. Es vital crear redes sociales e infraestructuras colectivas de apoyo, estas relaciones nos ayudan a sobrevivir. Queremos tener presente que la secuencia okupación-desalojo-okupación con la consecuente mudanza, es un ciclo agotador, aún más si hay resistencia al desalojo y represión por la misma. Esto sumado al ciclo vital de cada cual, el envejecimiento, las personas a cargo, la falta de salud física y mental, nos condicionan a la hora de tomar decisiones y de actuar.

Pero podemos encarar, de una manera amplia, los procesos de negociaciones entre la administración y espacios okupados buscando claves para llevar un funcionamiento subversivo, practicando la afinidad informal y una total horizontalidad. No sometiéndonos a los cauces marcados por las leyes penales. Combinando nuestras percepciones para desenmascarar fácilmente aquéllo que nos determina y nos oprime, y tener la fuerza de oponernos. Reapropiándonos. Reduciendo el coste de la vida, compartiendo las infraestructuras y las herramientas de uso cotidiano. Socializando nuestros conocimientos, aprendiendo unes de otres para acabar siendo más polivalentes y autónomes. El autogobierno necesita de la máxima libertad para poder crecer.

Haciendo tratos se infravalora la lucha que se ha llevado a cabo para defender la posibilidad de okupar y la autonomía ganada en Barcelona. Asimismo, es importante ser consciente de otras luchas que existen más allá de la okupación y por ello no puede perderse de vista, a la hora de pactar con la administración, el mapa general de sus políticas y las situaciones abusivas que de ellas se desprenden. En resumen, el poder recupera a los elementos moderados y, mediante esta división, rompe el movimiento al mismo tiempo que reinventa el funcionamiento del sistema. Ante la recuperación institucional de elementos conflictivos del municipalismo e independentismo, ha crecido el coste que conlleva asumir plenamente nuestra enemistad para con el estado. Dicho esto, padecer la represión no es ninguna garantía de nuestra radicalidad. En algunos casos hemos visto discursos radicales y actitudes de mierda, mientras que en otros hemos visto discursos conciliadores acompañados de actitudes atentas y combativas, ¿de qué sirve autoproclamarse algo que la práctica no confirma? Definitivamente, algún movimiento tiene que plantarse y visibilizar una confrontación más directa a las dinámicas del estado.



Oficina per l’Okupació de Karcelona 
oficinaokupacio@sindominio.net

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