Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

martes, noviembre 20

El precio de sobrevivir


Todo tiene un precio, que es la medida de su valor determinada en relación con un equivalente general. Nada tiene valor por sí mismo. Todo valor está determinado en relación al mercado, y esto incluye el valor de nuestras vidas, de nosotras/os. Nuestras vidas han sido divididas en unidades de tiempo medido que estamos obligadas/os a vender con el propósito de comprar de vuelta nuestra supervivencia, en forma de pedazos de vida robados de otros, los cuales la producción ha transformado en mercancías en venta. Esta es la realidad de la economía.

Esta horrorosa alienación tiene sus bases en el entrelazado de tres de las más importantes instituciones de esta sociedad: la propiedad, el intercambio de productos y el trabajo. La relación integral entre estas tres crea el sistema con el que la clase dominante extrae la riqueza necesaria para mantener su poder. De la economía es de lo que hablo.

El orden social de dominación y explotación tiene sus orígenes en una alineación social fundamental, los cuales son un asunto de especulación fascinante, pero cuya naturaleza está bastante clara. A grandes multitudes de personas les ha sido robada su capacidad para determinar las condiciones de sus propias existencias, de crear sus vidas y las relaciones que ellas/os deseen, de esta forma, la minoría en el poder puede acumular poder y riqueza y convertir la totalidad de la existencia social en su beneficio. Para que esto suceda, a la gente le son robados los recursos con los que ellas/os fueron capaces de satisfacer sus necesidades y sus deseos, sus sueños y sus aspiraciones. Esto solo pudo ocurrir mediante la colocación de barreras alrededor de ciertas áreas y el acaparamiento de ciertas cosas, de tal forma que ya no pudiesen ser accesibles a todas/os. Pero tales barreras y reservas de cosas no tendrían sentido a menos que alguna/o tuviera la manera de prevenirse de ser invadida/o — una fuerza capaz de impedir a las/os otras/os el tomar, sin pedir permiso, lo que ellas/os quieran.

En vista de tal acumulación, se hace necesaria la creación de un aparato que la proteja. Una vez que este sistema está establecido, este deja a la mayoría de las personas en una situación de dependencia hacia esos pocos, que llevan a cabo esta apropiación de poder y riqueza. Para tener acceso a alguna de las riquezas acumuladas, las mayorías están forzadas a intercambiar una porción mayor de los bienes que producen. De este modo, una parte de la actividad que llevaban a cabo para sí mismas/os, ahora tiene que ser realizada para sus amos, simplemente con el fin de garantizar su propia supervivencia. A medida que el poder de la minoría se incrementa, ellas/os llegan a controlar más y más de los recursos y los productos del trabajo, hasta que finalmente la actividad de las/os explotadas/os no es nada menos que trabajo para crear productos intercambiables por un salario que luego ellas/os gastarán para comprar de nuevo ese producto.

El desarrollo completo de este proceso es en parte lento, ya que se encuentra con resistencia a cada paso. Aun existen lugares de la Tierra y partes de la vida que no han sido enrejados por el Estado y la economía, pero la mayor parte de nuestra existencia ha sido etiquetada con un precio, cuyo costo ha estado incrementándose exponencialmente desde hace diez mil años.

Por lo tanto, el Estado y la economía surgieron juntos, como aspectos de la alineación social descrita más arriba. Ambos constituyen un monstruo de dos cabezas que sobre nosotras/os impone una existencia empobrecida, en la que nuestras vidas se convierten una lucha por sobrevivir. Esto es real tanto en los países ricos así como en aquellos que han sido empobrecidos por la expropiación capitalista. Lo que vuelve a la vida una de mera supervivencia no es la escasez de bienes ni la falta de dinero para comprar esos productos. En vez de eso, cuando una/o está forzada/o a vender su vida, a entregar sus energías a un proyecto que una/o no eligió, pero que sirve para beneficiar a otro quien te dice qué hacer, a cambio de una pobre compensación que te permite a ti comprar unos cuantos artículos de primera necesidad y algunos placeres, no importa cuántas cosas una/o pueda ser capaz de comprar, esto no es más que sobrevivir. La vida no es una acumulación de cosas, se trata de una relación de calidad con el mundo.

Esta venta obligada de nuestra vida, esta esclavitud asalariada, reduce la vida a una mercancía, a una existencia dividida en piezas medibles que son vendidas cada una a un precio. Es obvio que para el trabajador, que ha sido chantajeado para vender así su vida, el salario nunca será suficiente. ¿Cómo podría serlo, si lo que realmente ha perdido no son un montón de unidades de tiempo sino la calidad de la vida misma? En un mundo en el que las vidas son compradas y vendidas a cambio de la supervivencia, donde los seres y las cosas que conforman el mundo natural son simplemente bienes en venta, para ser explotados en la producción de otros bienes a la venta, el valor de las cosas y el valor de la vida se vuelve un número, una medida, y tal medida es siempre en dólares o pesos o euros o yenes. O sea, en dinero. Pero, ninguna cantidad de dinero, y de bienes comprados con dinero, puede compensar el vacío de esta existencia, por el hecho de que esta clase de valoración puede existir solamente al robarle a la vida la calidad, la energía, la maravilla.

La lucha contra el dominio de la economía, que debe ir de la mano con la lucha contra el Estado, debe comenzar con un rechazo de esta cuantificación de la existencia, la que solamente puede ocurrir cuando nuestras vidas nos son robadas. Esta es la lucha por la destrucción de las instituciones de la propiedad, del intercambio de mercancías y del trabajo, no para hacer dependiente a la gente de nuevas instituciones en las que el dominio de la supervivencia tome una cara más bondadosa, sino de tal manera que todas/os podamos reapropiarnos de nuestras vidas como queramos y así perseguir nuestras necesidades, deseos, sueños y aspiraciones en toda su inmensa singularidad.


Wolfi Landstreicher

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