Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

viernes, agosto 31

“Vacaciones sin cámara no son vacaciones” (O la condición audiovisual del Turismo)


Las señales más inequívocas que marcan la identidad del turista es que, independientemente de su sexo, edad, o condición, es un viajante que carga con una camarita de fotos o de vídeo, o las dos, alternativamente o al mismo tiempo. Se trata de ir visualizándolo todo y almacenándolo, aplazándolo para un futuro ideal donde aquello que se mira pero no se ve (porque desde luego el que mira difícilmente ve, pero más imposible es aún que vea si se filma o graba) pueda ser visto después ya desactivado de cualquier temblor o descubrimiento imprevisto, ya asimilado y domesticado, en condiciones inofensivas: tranquilamente en casa y en papel o pantallita para que así cualquier cosa, paisaje o rostro, sea lo más parecido al reclamo publicitario que ya aparecía en el anuncio o el folleto donde se te incitaba a ir al sitio que fuera. Con lo cual se ha conseguido cerrar el ciclo sin que pase nada: lo que se ha conseguido es reproducir por cuenta y gasto del viajante lo que ya estaba en el folleto y para lo cual no hubiera hecho falta que moviésemos un solo pié. En eso ha consistido básicamente su viaje, en la ilusión de un futuro vacío. Es como si los ojos ya hubieran perdido su función primordial de ver y tal función es sustituida por un mirar mediado a través de un vidrio o pantallita que aplaza la visión directa y el descubrimiento de cualquier cosa imprevista.

Esta impostura, esta sustitución del viaje y las viejas curiosidades del mundo desconocido, por la apropiación audiovisual de cualquier cosa, ya se inició hace varias décadas con la imposición de la fotografía y la compra de cámaras fotográficas. Aquel primer slogan publicitario para nuestros padres “Vacaciones sin Kodak no son vacaciones” no ha hecho más que progresar y refinarse; y ya no se trata de aquello de la foto y el álbum para enseñar a los amigos, algo relativamente inocente si lo comparamos con la depredación actual de la captura audiovisual En mi último viaje a Roma me atreví a visitar de nuevo y no sin miedo la Capilla Sixtina tras veinte años desde mi última visita. El Vaticano, que es experto en los negocios del alma, sabe que, en el progreso del régimen tecno-democrático, las almas y sus cuerpos son entes audiovisuales por excelencia y así autoriza e invita –eso sí, sin flaxes– a la toma fotográfica y digital de la gloria eterna; porque si la fe de la vieja religión se asentaba en aquello de “creer en lo que no se ve”, la fe democrática actual bajo el imperio del Audiovisual, se fundamenta en “creer en lo que se ve”, de tal forma que hoy día visión y fe es lo mismos. La Realidad tal y como hoy se nos vende está perfectamente diseñada desde los intereses del Capital por la creación de necesidades falsas a través de la publicidad teniendo en cuenta esta relación indisoluble entre visión y fe.

Esa identidad y retroalimentación mutuas entre visión y fe es también la que mueve en gran parte a las oleadas de turistas de un lado para otro. Si existen Abisinia o Tomboctú, hay que verlo para creerlo, ir hasta allá y verlo con nuestros propios ojos, o sea no verlo sino ir a mirar y fotografiarlo, filmarlo, grabarlo y así ya tenemos los testimonios en conserva, pero eso sí fidedignos e irrefutables de que tales lugares existen ...Y de paso ¡esto en el fondo es lo primero! así me confirmo que yo existo, de que yo soy yo, fulanito o fulanita de tal, y ningún otro porque ¿recordáis aquello de la naranjita de Mairena?: el único modo de que yo sea idéntico a mi mismo es que sea el mismo aquí y acullá, porque es ese movimiento y desplazamiento de mí mismo lo que va a confirmar mi mismidad. ¿Cómo no voy a ser yo si desde Abisinia o Tomboctú llamo a mis parientes y les digo que “Estoy aquí” y así ellos se enteran de que yo, fulanita o fulanito de tal, soy más yo que nunca porque con tanta distancia y en medio de tanta –ahora lo llaman diversidad–siendo el mismo o la misma?

Era de esperar –así lo marcan los tiempos– que a estas alturas de la civilización y del progreso histórico el orden del individualismo personalizado propio de las Democracias desarrolladas el cuidado y hasta obsesión por la identidad personal requiera y use al máximo los mecanismos y operaciones que más contribuyan a la confirmación de esa identidad. Y desde luego no hay nada más eficaz que ese movimiento uniformemente acelerado de las masas de individuos personales sin descanso de un lado para otro. O sea el Turismo. Y a esa condición de Turista es a la que se destina a cualquiera habitante de este lado del mundo, del Régimen del Bienestar. Luego están los otros del otro lado que esos si se mueven en oleadas para alcanzar este paraíso del Bienestar son por razones muy distintas pero desde luego sean las sagradas que sean sus razones y necesidades serán aprovechados como muestras de la diversidad turística. Si no son devueltos como animales a sus míseros lugares originarios serán integrados y asimilados en las grandes Metrópolis como diversidades folklóricas para satisfacer ese otro movimiento del Turismo intraurbano que consiste en ir a comer a un “senegalés” a Lavapies, por ejemplo. Lo cual mueve también su dinerillo. No tanto desde luego como los grandes Tour Operator que son con mucho una de las más potentes maquinarias de mover Capital en el Régimen.

Sin este tráfico constante del ir y venir de las Almas democráticas, el Régimen se caería abajo. Es ese movimiento de dinero y personas el que lo sostiene. Incluso su poderío de ilusión mayoritaria ha llegado a cegarnos de su verdadero carácter de Trabajo. Pero eso sí por gusto y voluntad personal, y además como señal de bienestar y acomodo. Lástima da pensar que ahora que nadie trabaja ya de verdad y que entre esa balumba de cachivaches mecánicos y burocracias perezosas, la mayoría se escurría sin dar un palo al agua, tenga que venir ahora a imponerse el trabajo más cansado, el más disimulado con el envoltorio acaramelado del Turismo, cuando todos, o por lo menos bastantes, (no me digan que no), después de las obligadas y cortitas vacaciones que nos concede el Régimen, estamos deseando llegar a casita para descansar de ellas. Todos sabemos aunque no nos atrevamos a decirlo en voz alta que esto del Turismo es trabajos forzados y que el turista no es más que un esclavo de la última de las penitencias impuestas por el Régimen.


Isabel Escudero

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