En los Viejos Días el turismo no existía.
 Gitanos, caldereros, y otros verdaderos nómadas, incluso ahora vagan 
por sus mundos a voluntad, pero nadie pensaría en llamarlos “turistas”.
El turismo es una invención del siglo XIX
 -un periodo de la historia que a veces parece haberse alargado de forma
 antinatural. En muchos sentidos, aún estamos viviendo en el siglo XIX.
El turista busca Cultura porque en 
nuestro mundo, la cultura ha desaparecido en el estómago de la cultura 
del Espectáculo, ha sido derribada y sustituida con el Centro Comercial y
 el show televisivo. Porque nuestra educación sólo es una preparación 
para una vida de trabajo y consumo, porque nosotros mismos hemos dejado 
de crear. A pesar de que los turistas parezcan estar físicamente 
presentes en la Naturaleza o la Cultura, uno podría considerarles 
fantasmas encantando ruinas, carentes de toda presencia física. No están
 realmente ahí, sino que se mueven a través de un paisaje mental, una 
abstracción (“Naturaleza”, “Cultura”), coleccionando imágenes en lugar 
de experiencia. 
Demasiado frecuentemente sus vacaciones suceden entre la
 miseria de otras personas e incluso se añaden a esta.
Hace no mucho, algunas personas fueron 
asesinadas en Egipto por ser terroristas. He aquí …. el Futuro. Turismo y
 terrorismo: ¿hay diferencia?
De las tres razones arcaicas para viajar –
 llamémoslas “guerra”, “comercio” y “peregrinaje” -, ¿cuál dio origen al
 turismo? Algunos responderían automáticamente que peregrinaje. El 
peregrino va “allí” a ver, y normalmente tras algún souvenir de vuelta; 
el peregrino saca “tiempo” de la vida diaria; el peregrino tiene 
objetivos no-materiales. En este sentido, el peregrino prefigura al 
turista.
Sin embargo, en su viaje el peregrino 
sufre un deslizamiento de su consciencia, y para el peregrino este 
deslizamiento es real. El peregrinaje es una forma de iniciación, y una 
iniciación es la apertura a otras formas de cognición.
Para detectar algo de la verdadera 
diferencia entre el peregrino y el turista, podemos comparar sus efectos
 en los lugares que visitan. Los cambios en un lugar -una ciudad, un 
templo, un bosque- pueden ser sutiles, pero al menos pueden ser 
observados. El estado del alma puede ser objeto de conjeturas, pero 
quizá podamos decir algo sobre el estado de lo social.
Lugares de peregrinaje como La Meca 
pueden servir como grandes bazares para el comercio, e incluso como 
centros de producción (como la industria de seda de Benares), pero su 
principal es la “baraka” o “maria”. Estas palabras (una árabe, otra 
polinesia), se traducen como “bendición”, pero también conllevan otra 
serie de significados.
La derviche nómada que duerme en un 
templo para soñar con un santo muerto (una de la “Gente de las Tumbas”) 
busca iniciación o avance en el camino espiritual; una madre que lleva a
 su hijo enfermo a Lourdes busca sanación; una mujer sin hijos en 
Marruecos tiene la esperanza de que el Marabout la haga fértil si ata un
 andrajo al viejo árbol que crece fuera de la fosa; el viajero a La Meca
 anhela el mismo centro de la Fé, y cuando las caravanas caen bajo la 
vista de la Ciudad Santa el hajji grita, “Labbaïka Allabumma!” (¡Estoy 
aquí, Señor!)
Todos estos motivos se reunen en la 
palabra baraka, que a veces parecería ser una sustancia palpable, 
medible en términos de carisma o “suerte” ampliados. El lugar sagrado 
produce baraka, y el peregrino la coge. Pero la bendición es un producto
 de la Imaginación: por tanto no importa cuantos peregrinos se la 
lleven, pues siempre habrá más. De hecho, cuanto más cojan, más 
bendición producirá el lugar sagrado (ya que un templo popular crece con
 cada rezo respondido).
Decir que baraka es “imaginario” no es 
llamarlo “irreal”. Es lo suficientemente real para aquellos que lo 
sienten. Pero los bienes espirituales no siguen las reglas de la oferta y
 la demanda como lo hacen los bienes materiales. Cuanta más demanda, más
 oferta. La producción de baraka es infinita.
Como contraste, el turista no desea 
baraka sino diferencia cultural. El peregrino, podríamos decir, deja el 
“espacio secular” de la casa y viaja al “espacio sagrado” del templo 
para experimentar la diferencia entre lo secular y lo sagrado. Pero esta
 diferencia queda como intangible, sutil, espiritual, invisible a la 
mirada “profana”. La diferencia cultural sin embargo es medible, 
aparente, visible, material, económica, social.
La imaginación del “primer mundo” 
capitalista está agotada. No puede imaginar nada distinto. Así que el 
turista deja el espacio homogéneo del “hogar” para el espacio 
heterogéneo de los lugares extranjeros, no para recibir una “bendición” 
sino para admirar lo pintoresco, la mera visión de la diferencia, para 
ver la diferencia.
 
El turista consume diferencia.
Sin embargo, la producción de diferencia 
cultural no es infinita. No es “meramente” imaginaria. Sus raíces parten
 del lenguaje, el paisaje, la arquitectura, costumbres, olor, sabor. Es 
muy física. Cuanto más se utiliza o más se coge, menos queda. Lo social 
puede producir una cierta cantidad de “significado”, una cierta cantidad
 de diferencia. Una vez se ha ido,… se acabó.
Durante los siglos quizá un determinado 
lugar sagrado atrajo a millones de peregrinos – y aun así de algún modo,
 a pesar de todo lo que fue observado y admirado y rezado y por muchos 
souvenirs que se compraran, este lugar retenía su significado. Y ahora, 
tras 20 o 30 años de turismo, ese significado se ha perdido. ¿Dónde fue?
 ¿Cómo sucedió esto?
Las verdaderas raíces del turismo no se 
anclan el peregrinaje (ni en el comercio “justo”), sino en la guerra. 
Violación y pillaje fueron las formas originales del turismo, o más 
bien, los primeros turistas siguieron diréctamente a la batalla, como 
buitres humanos obteniendo del campo de batalla carnaza para un botín 
imaginario; imágenes.
El turismo se alzó como un síntoma de un Imperialismo que era absoluto – económico, político, y espiritual.
Lo que es realmente increíble es que se 
hayan asesinado tan pocos turistas. Quizá exista una complicidad secreta
 entre estos enemigos reflejados. Ambos son personas desplazadas, 
deprivados de amarras, a la deriva en un mar de imágenes. El acto 
terrorista existe sólo en la imagen del acto; sin CNN, sólo sobrevive el
 espasmo de una crueldad sin sentido. El acto turista existe sólo en las
 imágenes de ese acto, fotos y souvenirs; de otro modo nada permanece 
excepto las cartas de las compañías de crédito y un residuo de “millas 
libres” de alguna compañía aérea. El terrorista y el turista son quizá 
los productos más alienados del capitalismo post-imperial. Un abismo de 
imágenes los separa de los objetos de su deseo. De alguna extraña forma,
 son gemelos.
Nada toca relmante la vida del turista. 
Cada acto del turista está mediado. 
Cualquiera que haya sido testigo de 
una falange de americanos o de un autobús de japoneses avanzando sobre 
alguna ruina o ritual puede darse cuenta de que incluso su mirada 
colectiva está mediada por el medio del ojo multifacetado de la cámara, y
 que esa multiplicidad de cámaras, videocámaras, y grabadoras forma un 
complejo de brillantes placas que se pueden pulsar, que componen su 
armadura de mediación pura. Nada orgánico penetra este caparazón 
insectoide que sirve al tiempo como crítico protector y mandíbula 
predadora, capturando velozmente imágenes, imágenes, imágenes. En su 
punto más extremo esta mediación toma la forma del tour guiado, donde 
cada imagen es interpretada por un experto licenciado, un guía de los 
Muertos, un Virgilio virtual en el Infierno de la falta de significado –
 un funcionario menor del Discurso Central y su metafísica de la 
apropiación -, un alcahuete de éxtasis sin carne.
El verdadero lugar del turista no es el 
lugar de lo exótico, sino el no-lugar (literalmente el espacio utópico) 
del espacio de la mediana, el espacio de entremedias, el espacio del 
viaje en sí mismo, la abstracción industrial del aeropuerto, la 
dimensión de máquina del avión o el autobús.
Así, el turista y el terrorista – estos 
fantasmas gemelos de los aeropuertos de la abstracción -, sufren un 
hambre idéntica por lo auténtico. Pero lo auténtico se retira cuando se 
acercan. Cámaras y armas se encuentran en el camino del momento de amor 
que es el sueño oculto de todo terrorista y turista. Para su miseria 
secreta, todo lo que pueden hacer es destruir. El terrorista destruye 
significado, y el terrorista destruye al turista.
El turismo es la apoteosis y la 
quintaesencia del “Fetichismo de la Comodidad”. Es el definitivo Culto a
 la Mercancía, la adoración de “bienes” que nunca llegarán, ya que han 
sido exaltados, alzados a la gloria, deificados, adorados y absorbidos, 
en el plano de puro espíritu, más allá del hedor de la mortalidad (o la 
moralidad).
Hakim Bey

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Completamente de acuerdo con Hakim Bey.
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