El anarquismo supone (supuso) una ruptura con la propuesta política que
funda la modernidad, una propuesta republicana en forma de Estado
liberal-democrático. Los que se atrevieron a cuestionar cualquier
sistema basado en la dominación han visto cómo su "historia" se llena,
de manera falsa en gran medida, de toda suerte de atribuciones
disparatadas. No gusta, obviamente, el absolutismo a los anarquistas (y
tampoco el purismo, a pesar de lo que se ve a veces por ahí), primera
lección para comprender las ideas libertarias, ya que los calificativos
más indignantes oscilan entre ese extremismo ideológico (o
"radicalismo", palabra adecuada a pesar de las intenciones del que la
usa a veces) y acusaciones de locos, ingenuos o utópicos. No es cuestión
de responsabilizarse de lo que hace cualquier bandarra con una "A"
circulada, y creo que queda claro a cualquier persona con una mínima
cultura política lo que se encuadra dentro de las propuestas ácratas.
Y
las propuestas ácratas, a pesar de que no ha habido un solo pensador
que haya sistematizado de manera rígida las ideas, siguen basadas en los
mismos valores. La exigencia de libertad que se produce en el siglo
XIX, vinculada a la herencia ilustrada, supone para el anarquismo una
plena coherencia con medios y fines (que lo aparta de origen de la otra
gran corriente socialista decimonónica, la marxista), oposición a los
privilegios estatales y a los grupos de vanguardia (como los partidos
políticos) y conciliación entre libertad política y justicia económica
(que lo distancia, esta vez, del liberalismo). Los anarquistas se
propusieron realizar una práctica en las que se respetaran todos estos
puntos, considerando que si se sacrifica uno solo de ellos se están
pervirtiendo las ideas. Se puede acusar, supongo, a los anarquistas de
muchas cosas, pero no se les puede arrebatar la aspiración a un ideal
moral elevado, uno de los mayores que ha conocido la humanidad (un ideal
que no se pospone para ninguna sociedad futura, ni se enmarca dentro de
una visión teleológica).
El rechazo visceral por el
autoritarismo tutelado, presente ya en Bakunin (que consideraba una
abyección el dejar que un superior jerárquico interviniera en nuestra
formación), supuso que el anarquismo pusiera todas sus esperanzas en una
educación lo más amplia posible, que permitiera al ser humano
desarrollar todo su potencial, no realizando una división entre teoría y
praxis, y llevando a cabo una constante acción cooperativa con sus
semejantes. El mismo Bakunin puede decirse que fue el gran estudioso de
todo sistema de dominación; para él, todo sistema basado en ella
adoptaba diversas modalidades a lo largo de la historia sin que las
significaciones imaginarias vinculadas con la jerarquía sufrieran apenas
cambios, por lo que se convertían en la condición que imposibilitaba el
profundizar en los secretos del dominio. Si echamos un vistazo a los
tabúes de las sociedades modernas, podemos seguir contemplando la
jerarquía como el más intocable de todos ellos. Los grandes teóricos del
Estado consideran impensable la unión de la colectividad si no existe
sumisión (del tipo que sea, cada vez es más sutil y sustentada en una
supuesta "voluntad general"). La propuesta anarquista, no solo crítica
con el Estado, sino también con cualquier forma de jerarquía, pretende
fundar la política sobre la cooperación entre individuos y empatía entre
ellos, y anular todo institución jerárquica y toda tutela del Estado.
¿Utopía? La cuestión no es si esto es, o no, una quimera para el
conjunto de la sociedad, sino cuándo vamos a crear las condiciones
propicias para empezar a construir ese tipo de sociedad, erosionando
toda significación simbólica de la jerarquía social.
Pero,
también de manera obvia para el que empeña en profundizar un poquito en
la historia y en el pensamiento, el anarquismo no es meramente
destructor (palabra a la que también habría que desprender de su
condición de tabú, ya que el progreso implica acabar con muchas cosas).
Las ideas libertarias generaron nuevas instituciones (hay mucho mito en
el afán antiorganizativo de parte del anarquismo; si se confía
plenamente en algo es en la coooperación social, y en las asociaciones
reproductoras de lo libertario en la sociedad autoritaria). El
anarquismo dio lugar a sindicatos, grupos de afinidad, escuelas libres,
comunidades y toda suerte de formas de producción autogestionadas. Ahí
está la explicación de la obsesión anarquista por ser coherente entre
medios y fines (de ni siquiera concebir los medios del enemigo
autoritario); no caben elitismos, disciplinas partidarias (aunque el
otro extremo, la libertad irrestricta es tan rechazable, o quizá más) o
electoralismos. Como sostiene Christian Ferrer, en la acciones del
movimiento libertario en la historia no pueden encontrarse teorías
acabadas de la revolución y sí una firme voluntad de revolucionar
cultural y políticamente a la sociedad. Y como no nos cansamos de
repetir, ese afán no sistematizador del anarquismo, junto a una firme
propuesta ética en la acción, es una de las mayores fortalezas de las
ideas antiautoritarias.
El anarquismo nació en un contexto de
fuerte optimismo antropológico, heredado de la Ilustración, por lo que
es lógico que los anarquistas decimonónicos tuviera esa gran confianza
en la razón y en la ciencia (sin caer nunca en un positivismo
dogmático). Esos pensadores, al modo de los grandes filósofos de la
Antigua Grecia, pensaban sinceramente que el origen de los males
sociales no estaba en la maldad humana y sí en la ignorancia. Los cosas
son, tal vez, mucho más complejas, pero de lo que no cabe duda es que la
razón sigue estando, en buena parte, del lado de aquellos hombres
libertarios, que tanto empeño pusieron en profundizar en el concepto de
libertad. No puede decirse que exista una naturaleza humana previa a la
creación de la sociedad, y si existe (hay que recordar que la visión
rousseauniana fue objeto también de mucha crítica dentro de las ideas
libertarias) está determinada en gran medida por las condiciones de lo
social. Es por eso que toda acción política reposa en el plano de la
contigencia humana, sin mitos contractuales ni metafísicos que
determinan a las personas y a la sociedad política. A pesar de sus
flexibilidad y de sus premisas morales, las ideas anarquistas son
complejas, díficiles de articular (al no sustentarse en verdades
reveladas) y suponen una tarea doblemente complicada al situarse en las
márgenes de los discursos políticos establecidos (todos, compatibles con
alguna forma de dominio). Los anarquistas surgen una y otra vez en todo
tiempo y en todo tipo de sociedad, ya que su aspiración está cargada de
futuro y de dignidad.
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