Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

jueves, agosto 1

El final de Kronstadt


Tras once días de asedio, bombardeos constantes y varios centenares de muertos, en el 18 de marzo del año 1921, la ciudad-fortaleza rebelde de Kronstadt (en la isla de Kotlin, a unos treinta kilómetros al oeste de Petrogrado) es ocupada por tropas selectas del Ejército Rojo, cuyos habitantes —de larga tradición revolucionaria— se sublevaron contra la nueva autocracia que representaba el gobierno bolchevique, al grito de «todo poder a los soviets libres» y por una «tercera revolución».

Las tropas asaltantes que atravesaron el helado Golfo de Finlandia estaban compuestas por adeptos al Partido Comunista, chekistas, cadetes dogmatizados en las escuelas militares y tropas lejanas de Asía Central (ya que las de la región de Petrogrado habían sido desmovilizadas o desarmadas, por simpatizar con los amotinados) en cuyo avance estaban siendo vigilados por ametralladoristas con la orden de disparar sobre los posibles desertores. Los defensores de la isla compuesta de marinos, soldados rojos y obreros, resistieron lo que puedieron, muchos fueron apresados y fusilados y otros (poco más de la mitad, unos 8.000) lograron escapar a la vecina Finlandia, como once de los quince componentes que formaron el Comité Revolucionario provisional que dirigió la rebelión.
 El motivo del levantamiento es consecuencia del creciente descontento en las masas populares rusas producida tras tres años de guerra civil, carestía de víveres (causada por el bloqueo internacional) y la dura represión. Cuando el último de los generales blancos es vencido, en noviembre de 1920, con el final de la guerra con Polonia y el bloqueo que los países capitalistas han impuesto al nuevo estado desaparece, éstas —las masas— esperaban ver cumplidas las promesas de 1917 que nunca llegaban. En el campo estallan revueltas campesinas en las regiones de Tambov y Voronezh, el Volga Central, cuenca del Don, el Kubán y Siberia occidental, y en Moscú y Petrogrado huelgas obreras. En el caso de Petrogrado, las reivindicaciones se hicieron más políticas, exigiendo una mayor democratización del régimen y el levantamiento de la ley marcial. La respuestas de los bolcheviques fueron, las amenazas, los despidos —con la consiguiente anulación de su ración diaría de víveres (una condena al hambre)— y varios arrestos de los cabecillas, junto alguna que otra concesión, para poder llegar a controlar la situación el 28 de febrero.

Para entonces, Kronstadt, se había contagiado y solidarizado con los huelguistas de la antigua capital. Los pobladores de esta base naval habían tenido una gran importancia como defensores a ultranza de la revolución; el día 28 de febrero, la tripulación de los acorazados Sebastopol y Petropavlosk redactarón una resolución, que fue aprobada al día siguiente por el resto de la población de la isla en una asamblea general multitudinaria en la plaza del Ancla, a pesar de las amenazas de los dirigentes bolcheviques. En el programa se exigía libertad de prensa y expresión, libertad de reunión, libertad de los presos izquierdistas, supresión de las secciones políticas de la flota, igualdad de abastecimiento...

En un congreso celebrado el 2 de marzo se eligió un Comité Revolucionario Provisional (con cinco miembros, que luego pasarían a ser quince), y se detuvo a tres jerarcas comunistas (Vasiliev, presidente del Soviet de Kronstadt, Kuzmin, comisario de la flota del Báltico, y Korsunin, comisario de los acorazados) después de correr el rumor, no confirmado, que anunciaba la llegada de tropas gubernamentales para detener a los reunidos.

Junto a los revolucionarios, los antiguos oficiales zaristas (puestos por el Gobierno como «especialistas militares») quisieron entablar contacto y colaborar con ellos, pero el Comité declinó la oferta. Pero eso fue utilizado por las autoridades bolcheviques para difamar el movimiento insurgente. La prensa y la radio oficiales les acusaban de ser «contrarrevolucionarios» al servicio del Capital extranjero, cosa que no era cierta.

Los sublevados rechazaron la ayuda que desde el exilio les ofrecían los blancos. Kronstadt confiaba solamente en persuadir a las autoridades para evitar todo derramamiento de sangre, algo que no se pudo evitar. Mientras, los bolcheviques de Petrogrado (con Zinoviev a la cabeza) detienen a los familiares de los kronstadtianos.

Dos semanas duró el sitio gubernamental (Trotski comandaba entonces el Ejército Rojo) en el rendimiento de la base. Varios lograron huir a Finlandia y a los que capturaron, los fusilaron después, entre ellos, cuatro miembros del Comité Revolucionario.
 Aunque los anarquistas se identificaron con el movimiento, realmente sus artífices no pertenecían a ninguna adscripción política determinada, aunque muchos de ellos habían pasado por las filas del Partido Comunista ruso.

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