Dos soldados se amaban tiernamente.
Grababan en las balas las iniciales de sus nombres propios
elegantemente entrelazadas
-quizá con un punto de cursilería.
Intentaban de este modo llevar su amor al corazón de
todos los hombres.
Lo que estaban logrando
con licencia de armas,
perseverancia
y buena puntería.
Aprendí de esta historia
que a los hombres educados en el desprecio
hasta el amor les sirve para expresar su odio.
El inefable Ángel González, cómo se nos fue el maestro.
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