Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

sábado, febrero 1

Google debe caer


Cuando nos preguntamos cómo derrotar al capitalismo cuesta imaginar por dónde empezar: consumir menos, participar en colectivos políticos, sindicatos, montar una cooperativa, etc.; la lista puede llegar a no tener fin. De entre todas las acciones, habrá algunas que nos impliquen una gran cantidad de energías y tiempo para organizarnos, otras no tanto. A la vez, es tan importante realizar obras que nos acerquen a nuestros objetivos como dejar de participar de aquello que nos aleja de ellos. Desgooglelizar nuestras vidas es una de esas acciones que requiere poco tiempo y que nos libera de ser cómplices del sistema.

Google, a nivel fiscal bajo el nombre de Alphabet, está en la lista de las empresas capitalistas más significativas de la historia. Junto a Ford, JP Morgan, Shell o Aramco, Google ha conseguido reunir en los últimos 25 años una de las mayores fortunas de todos los tiempos, a la vez que trastocaba las economías y sociedades a su paso. Antes de continuar convendría preguntarnos, ¿qué produce esta empresa? ¿Qué vende? Aunque la respuesta intuitiva es pensar que Google es un buscador de internet, y por lo tanto una empresa tecnológica, lo que en realidad se esconde tras su apariencia innovadora es un negocio ya bastante viejo: la publicidad.

En efecto, de los ingresos totales de 279.800 millones de dólares que obtuvo la empresa en 2022, el 80% corresponden a publicidad. Pero lo que realmente hace de Google una empresa muy, pero que muy capitalista, es haber obedecido con creces la ley de “obtener el máximo beneficio al menor coste”. El número de trabajadores contratados por el conglomerado Alphabet es de 190.234 personas, lo que dividido por los ingresos da como resultado que cada trabajador genera una media de un millón y medio de dólares de ingresos a la empresa. Para hacernos una idea de lo que esto significa en la práctica, pongamos un sencillo ejemplo. Descontrol Editorial es una pequeña empresa cooperativa con 8 personas en plantilla. Si obtuviera la misma proporción de ingresos por cada trabajador que Google, estaríamos hablando de que la cooperativa contaría en sus cuentas con 12 millones de dólares anuales. Por supuesto, en el mundo de los libros no se gana ni de lejos tantísimo dinero. De hecho, prácticamente en ningún ámbito de la industria o los servicios obtienen esos retornos respecto a la inversión inicial.

Entonces, ¿cómo es posible que colocando anuncios en páginas web se consiga ganar tanto dinero?

¿No había otras empresas que hicieran lo mismo, incluso quizás mejor? Descubrimos, así, que el secreto mejor guardado por los fundadores, Sergei Brin y Larry Page, es el modo en que convierten los datos en oro. ¿Por qué funciona? Porque obtenemos una respuesta relevante que nos conduce a lo que queremos obtener. Porque no hay límites ni obstáculos: no hay que pagar nada para usarlo y puedes hacer tantas búsquedas como te plazca. Google entendió la economía del comportamiento en los entornos digitales y aplicó las conclusiones para sacar el máximo provecho. Rastreando como nos movemos por las páginas web para deducir si los contenidos son o no relevantes. Haciendo seguimiento el número de clics, el tiempo de permanencia, etc., Google aprende continuamente de nosotros y de lo que hacemos en la red para proyectar en las pantallas una aparente capacidad de predecir lo que queremos.

Concretando, cuando realizamos una búsqueda el programa nos devuelve diferentes respuestas y somos nosotros los que elegimos la opción correcta. En realidad, estamos haciendo el trabajo que no puede hacer ninguna máquina hasta el momento, esto es: decidir. El buscador finge entender las páginas web, pero en realidad lo hacen otros humanos con la mediación de ordenadores y software. Por lo tanto, con cada click estamos trabajando para Google, brindándole valiosísima información para discernir entre lo verdadero y lo falso, lo relevante de lo insignificante. Estos datos se transforman en conocimiento que la compañía vende, en forma de espacio publicitario, apareciendo destacadas entre las opciones ofrecidas. Entonces, accionamos desde casa pequeñas palancas que se ponen a nuestra disposición gratuitamente a modo de una gigantesca cadena de montaje de trabajo distribuido por todo el planeta. Para Google esta relación es equitativa y revierte en un beneficio común, pues todos aportamos un poco al mecanismo del que todos nos beneficiamos. Pero bajo la apariencia de empresa altruista envuelta en una ética universal, la realidad es que una parte del contrato se beneficia más que la otra. Los usuarios somos la mercancía clasificada, como cualquier página web, incluso por nuestro nivel de corrección ortográfica.

Por supuesto, el comportamiento de un solo usuario no determina cuándo un resultado es correcto y cuando no lo es. Las cifras del buscador son de una magnitud increíble: 3.500 millones de búsquedas diarias. Del análisis de estos millones de interacciones se obtienen, mediante estadística, patrones y tendencias de comportamiento, que a la postre son el producto destilado y brillante que luego puede ser comercializado.

El acceso a ese conocimiento específico de gustos, modas, preferencias, tipos de consumidor y de poder adquisitivo es lo que Google vende en forma de espacios publicitarios personalizados. Una ventana directa para que las empresas coloquen su producto o servicio a la persona que sea más propensa a gastar un dinero por adquirirlo o a quien tenga una necesidad urgente que resolver.

¿Qué hacer? Se pregunta cualquiera ante esta situación de robo sistemático de nuestro trabajo vivo.

¿Cómo atajar la fuga de nuestro tiempo, de nuestro saber, de nuestro albedrío? Bien sencillo: dejar de trabajar. En este caso, no en forma de huelga -esto es, esperando generar presión para obtener una contrapartida del patrón digital, a la vez invisible e inaccesible- sino como una estrategia consciente de paro que nos lleve a escenarios en que nuestro trabajo no sea extraído para beneficio privado, sino que revierta en un bien común.

Es cierto, trabajamos para Google, porque a cambio recibimos un salario, una parte de los beneficios, en forma de resultados fiables en las búsquedas, vídeos relevantes, servicio de correo o mapas gratuitos, etc. Pero no debemos olvidar nunca que aunque Google sea el mejor servidor porque es el que usa más gente, perderá su poder cuando dejemos de proveerle ese trabajo voluntario no remunerado. Si conseguimos secar la fuente de la que extrae los datos, no podrá arrastrar nada en sus redes. Por ahora la empresa tiene varios frentes abiertos en su contra: el interior, en relación a la organización de sus trabajadores; el judicial, en el que se decidirá si se divide la compañía; y el de los usuarios, o sea, nosotros, si conseguimos establecer alternativas viables y masivas a sus servicios.



 Google y sindicalismo

Y, ¿qué pasa con los asalariados de Google? Hablábamos al inicio de sus 190.000 trabajadores: ingenieros, programadoras, psicólogos, técnicas de sistema, etc. Pues bien, en 2023 la empresa despidió al 10% de su plantilla. La resaca post-covid ha significado el fin de los buenos tiempos de crecimiento exponencial de usuarios y, por lo tanto, de ingresos. Han empezado los recortes y se auguran más en el horizonte. La inteligencia artificial promete reducir los costes laborales, en especial de las empresas tecnológicas, con lo cual será posible extraer aún más riqueza con menos cabezas a sueldo. A pesar de todo, los trabajadores, en el corazón de la bestia, se organizan. Fundada en enero de 2021, la Alphabet Workers Union (AWU) reúne apenas el 1% de la fuerza de trabajo, pero ya plantea luchas de largo alcance en diferentes ámbitos. En primer lugar, atacando la jerarquía existente dentro de la empresa entre trabajadores fijos y temporales, auténticos empleados de segunda categoría con salarios mucho más bajos y menos derechos laborales. La cuestión de “a igual trabajo igual salario” está al orden del día dentro de Google. En segundo lugar, afrontando con decisión los casos de acoso sexual que ocurren en las oficinas. Históricamente, la empresa ha lidiado con estos hechos dentro unos parámetros que incluyen obligar a sus empleados a firmar contratos con cláusulas de arbitraje empresarial que buscan resolver las denuncias lejos del foco de la opinión pública.

Y, por último, y quizás más importante: rompiendo el silencio y el aislamiento mediante el trabajo sindical, para que todo aquel que trabaje en la empresa deje de tener miedo a hablar y se atreva a denunciar y expresar su disconformidad con las políticas oficiales de la dirección y las estrategias de división de los trabajadores, como los salarios personalizados. Huelga decir que Google ha hecho todo lo posible para que los trabajadores no se autoorganizen, y seguirá poniendo trabas a sus aspiraciones, pero el sólo hecho de la creación de la AWU ha dado energías a multitud de iniciativas sindicales en todas las empresas de Silicon Valley. Hay esperanza y esta vendrá del Oeste.

USA versus Google

Los acuerdos entre las grandes empresas son algo común que se practica en beneficio mutuo a costa de los usuarios, siempre con la intención de acaparar el mayor porcentaje del mercado y acabar con la competencia. Estos pactos en la sombra son los que están siendo enjuiciados desde septiembre de 2023, en lo que se considera la mayor causa antimonopolio del siglo XXI. De hecho, la fuente principal para la redacción de este artículo han sido los documentos que Google se ha visto obligado a exponer en este juicio que afronta en los Estados Unidos. Sus presentaciones de powerpoint destinadas a la formación interna son su peor enemigo ante un tribunal que tiene que decidir si su increíble concentración de poder político y económico debe fragmentarse, como ya ocurrió con Rockefeller y la Standard Oil Company en el lejano 1911.

A raíz de las pruebas expuestas y las declaraciones de los testimonios, hoy sabemos que Google lleva pagando1 miles de millones de dólares a Apple para que sus servicios estén integrados en los dispositivos iPhone, Mac y iPad. De esta manera, Google garantiza que su buscador sea el predeterminado. También ha pagado a los fabricantes de teléfonos móviles (Samsung o Xiaomi) para que el sistema operativo de serie sea Android, lo cual incluye el navegador Chrome y múltiples aplicaciones marca Google. En definitiva, un entramado de pagos, tratos de favor y acuerdos de exclusividad para colocar la barra del buscador en un lugar privilegiado de los programas y aparatos de otras grandes tecnológicas que, en conjunto, son un coto cerrado donde sólo caben las opciones privativas y los grandes inversores. Además, el juicio ha revelado cuáles son las búsquedas más lucrativas para Google: “vuelos baratos”, “seguro de coche”, “seguro de vida”, “televisión por cable”, “universidades online”, “crédito”, etc., lo que nos da una idea de a dónde van a parar nuestros datos y a quién le interesa más acceder a ellos. Y es que, al fin y al cabo, Google ha construido su negocio en base a dar acceso a nuestras vidas privadas, permitiendo que multitud de empresas intervengan e influyan en ellas, sea como consumidores, sea como seres políticos, delineando los límites del mundo que imaginamos.

Todos los caminos empiezan por un primer paso

A la luz de todo lo anteriormente expuesto es difícil no llegar al final de este artículo sin pensar en cómo contribuir a cambiarlo todo. Siempre hay un primer paso que nos puede llevar a la salida si tenemos claro a dónde ir. En el mundo del programario y de internet se lleva décadas debatiendo sobre cómo crear alternativas libres. A veces, la mejor opción es simplemente testear cosas nuevas y comprobar que pueden ser igual de buenas que lo que nos ofrecen los monopolios. A continuación, presentamos tres niveles desde los que tirar del hilo:

Primer nivel (principiante): probar otros buscadores. En un equilibrio entre usabilidad y rigor de resultados encontramos Qwant, desarrollado y alojado en Francia, con lo cual se atañe a las directrices de privacidad de la Unión Europea, mucho más restrictivas que las estadounidenses.

Segundo nivel (usuario medio): usar otros programas, empezando por el navegador. Una excelente opción es Firefox, el cual permite configurar parámetros de privacidad y añadir extensiones para bloquear rastreadores y publicidad. Como alternativa a GoogleMaps hay diferentes opciones basadas en OpenStreetMaps, por ejemplo, Organic Maps, capaz de trazar rutas y asistente de conducción. Y para sustituir Gmail hay centenares de opciones. Ante la duda apostamos por servicios como ProtonMail o RiseUP ambos correos encriptados.

Tercer nivel (usuario experto): cambiar el sistema operativo de tu smartphone, de Android a Ubuntu Touch u otra opción libre.

 

 

Sergi Onorato Esteve

 https://redeslibertarias.com

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario