De niño nos llevaban al zoo
para que viéramos que se podía vivir en una diminuta jaula,
sin libertad, pero con agua y comida,
igual que el jilguero del vecino,
igual que los peces del dentista,
igual que las gallinas
o los cerdos de la granja de engorde,
igual que nosotros en la escuela.
Nos hablaron con desprecio del lobo,
de la salamanquesa, de la lombriz y el topo,
porque nuestra civilización odia lo que no se somete,
pero Madre Gaia está empezando a romper los barrotes
con los que hemos pretendido mantenerla atada
y promete a todos los animales no humanos que,
sin nosotros, la vida volverá a ser una fiesta
sobre la Tierra.
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