Comprendimos muy tarde que el clima es un ser vivo
y no líneas y cifras sobre un mapa.
Que la abeja era un ser complejo y caro
y en sus alas bailaba nuestra suerte.
Amamos la inmortalidad más que a la vida
y conseguimos dejar un legado
una firma indeleble, una herencia.
Nos tendrá en su memoria todo inocente
o animal que tachamos de la lista.
En un pasado puro reside el misterio:
cómo era ser Emily Dickinson
cantar al árbol sin ser su verdugo
guardar el apocalipsis en un libro.
Dejar intacto el mundo detrás.