Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

miércoles, julio 3

Johann Kaspar (Stirner) y el único

 

Cada vez que me flaquean las piernas y me entra la lejana tentación de creer en alguna estupidez abstracta, me siento a releer El único y su propiedad, aquella obra tan reivindicable del bueno de Max Stirner publicada en el lejano 1845 y, sin embargo, más actual que nunca en la tercera década ya del siglo XXI. Recordaremos que para esa fecha solo habían pasado unos escasos años desde que Proudhon le diera un significación positiva al término anarquía y todavía quedaba bastante para que pudiera hablarse, como tal, del movimiento anarquista. Y, ojo, Stirner nunca se llamó a sí mismo anarquista, ni seguramente le podamos considerar específicamente como tal, pero los que más le han reivindicado, reeditando una y otra vez su obra, han sido precisamente los ácratas; al menos, parte de ellos, ya que otros libertarios no lo han visto con tan buenos ojos. Y, en un primer vistazo, no resulta extraño ese rechazo, ya que hablamos de un tipo que abandera una suerte de nihilismo, según el cual cada ser humano debe abandonar toda causa general en beneficio de su propia personalidad. Pero, veamos, por qué me resulta tan atractivo su pensamiento y por qué debería gustar a todo libertario con algún tic nihilista (no sea que asome, sin pretenderlo, la sombra del dogma).

Al entrañable Stirner se la dedicado toda suerte de improperios e incluso, algo que empuja a que simpatice aún más con él, el inefable Marx, bien sobradito de soberbia intelectual, llegó a dedicarle una obra. Diremos de entrada, así ya para polemizar, que en El único y su propiedad se considera que, para cada ser humano, el único universo con sentido es el propio. Constantemente, el único (cada individuo es considerado como tal) es acosado por ideas y entidades que le son extrañas, entre las que se encuentran en primer lugar la religión y el Estado (lo cual, por supuesto, solo puede poner los dientes largos a los ácratas). Pero, por supuesto, la crítica no se queda ahí y Stirner arremete contra todo obstáculo que suponga una merma en el desarrollo de la personalidad, se trata de la voluntad individual contra toda causa general y contra toda abstracción. ¡Toma ya, vamos a ser ambiciosos! Como ya he insinuado, se han vertido toda suerte de tópicos y falsedades contra la obra de Stirner, y uno que puede escuchar en cierta ocasión, quizá por querer demonizar de modo botarate cualquier asomo de individualismo, fue calificarlo nada menos que de liberal cuando su libro arremete igualmente contra esta ideología. Anticipando las críticas, aclararé que el pensamiento estirneriano no desemboca en un solipsismo antropológico (sea lo que sea eso) que imposibilite la sociedad; apuesta por la afectividad, la sensualidad natural y por una afirmación de la identidad individual que renuncia al aislamiento y busca la unión con otros egoístas. ¡Cada vez me gusta más!

Para llegar tan rematadamente lejos, Stirner pide una crítica permanente a toda la moral heredada e interiorizada, que no transija ante nada y que abra el camino a una nueva sensualidad. Esta nueva conciencia del único sobre su personalidad anulará toda alienación, substituirá el Estado por la potencia del individuo, la sociedad por la libre unión y el humanismo por el placer particular. ¡Uf! Hoy, en la llamada posmodernidad, cuando algunos hablan de un anarquismo carente de principios fundacionales, guiado solo por sus prácticas en lucha permanente contra todo tipo de dominación, es posible que el bueno de Stirner sea más actual que nunca. Así lo considero al recordar su tremebundo análisis crítico y de fervorosa denuncia de todo idea fija, así como su rechazo a algún tipo de naturaleza humana que empujaría al sujeto a ser tal y como decide una pléyade de reaccionarios instalados en el poder. Y es que las ideas fijas, que el autor de El único y su propiedad llamaba también con notable lucidez espectros, serían solo abstracciones ideológicas convertidas en eso tan nocivo llamado esencias (con propiedades ficticias atribuidas antaño a Dios y, a partir de la modernidad, a otros conceptos absolutos). Esos espectros, ideas fijas o abstracciones ideológicas (Dios, el Estado o cualquier concepto con mayúsculas), que tantas personas asumen como propios, solo empuja, recuperando otra obra clásica también publicada una y otra vez en el mundo libertario, a la servidumbre voluntaria. Lo dicho, un autor muy reivindicable Stirner que nos fuerza a cuestionarnos todo aquello que nos somete y buscar eso tan necesario que es la rebeldía.

 

Juan Cáspar

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