Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

sábado, julio 6

Deportes de masas (no tanto de individuos)

 

Creo que estos días se está jugando alguna competición balompédica, de esas en las que entran en lid selecciones nacionales, ya que resulta casi imposible que no le inunden a uno con imágenes de tíos en calzoncillos de diversos colores. No sé qué tendrá ese deporte que seduce y obnubila al personal hasta el punto de que no tarda en envolverse una bandera y, en caso de que su equipo meta la bolita en la red, agitarse alborozado como si hubiera alcanzado la eudaimonia. Como el único deporte que practica uno es correr cuando le persiguen, normalmente tipos uniformados muy malintencionados, y todo lo que huela a nación y derivados le repele abiertamente, le resulta ajeno todo esto fervor por alegrarse del triunfo de deportistas nacidos en este inefable Reino de España. Ya lo dijo el clásico, «un patriota viene a ser un bodoque que se alegra por recibir su vecino una medalla». No obstante, como el que subscribe no anda escaso de curiosidad antropológica, e incluso posee el admirable anhelo de una sociedad un poquito más inteligente y menos alienada, se ve obligado a poner el foco una y otra vez en los llamados deportes de masas.

Estos días, andamos también de celebración por el llamado Orgullo (siempre, siempre, con el epíteto de crítico), celebrado en estas fechas como aniversario de los hechos de Stonewall, donde un grupo de personas marcó una fecha emblemática por la lucha por la diversidad sexual al atreverse a decir no ante la hostilidad policial (los uniformados malintencionados anteriormente mencionados). Y es que, a lo que voy, donde hay un deporte que puede calificarse abiertamente de machista y homófobo ese es el fútbol, aunque las mujeres, también en esto, estén ya empujando para cambiar las cosas. Para bien y para mal, el llamado balompié es algo que practican infinidad de personas en el mundo y que genera como afición unas pasiones exacerbadas (y, a menudo, irracionales). Para mal, el deporte no deja de ser una reflejo de la sociedad y, en ocasiones, de lo peor de ella. Así, son pocos los jugadores profesionales que se han atrevido a reconocer su condición sexual diferente a lo llamado heteromativo (lo siento, no me gusta la palabra «homosexual», me parece un término heredado de cierta catalogación poco menos que patológica).

No es extraño que los deportistas no se atrevan a «salir del armario», valga la expresión, si cada vez que lo hace uno no tarda en recibir insultos en los estadios. Los improperios que se escuchan en estos eventos, por supuesto, son de todo tipo, vociferados por idiotas redomados, pero los ataques al diferente suelen tener una especial fijación. El sistema establecido, siempre tan presto a guardar las formas, toma de vez en cuando medidas sancionadoras, pero como uno es un ácrata irreductible solo cree en la profundización de toda problemática y en provocar que el personal sea un poquito mejor (eso que, con cierta precaución, podemos llamar educación). Insistiremos, el deporte, y más el llamado deporte de masas, no dejar de ser más que un reflejo de la sociedad que vivimos (o padecemos). Hay quien, seguramente con buen tino, ha señalado la tóxica hipermasculinidad vinculada sobre todo al fútbol, hasta el punto de que a muy pocas personas parece extrañarle que en ese mundo haya una proporción ínfima de personas gays en comparación al resto de la sociedad. Otro motivo más para pensar que debe activarse algún mecanismo alienante, bien agitado estos días por la mistificación patriótica, digno de estudio.

 

Juan Cáspar

No hay comentarios:

Publicar un comentario