Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

domingo, marzo 3

¿Hispanidad?

 


Es harto complicado meterse en la mentalidad de un reaccionario, no obstante, dado cómo calan ciertos relatos fantásticos en el imaginario del vulgo, vamos allá. Como es sabido, en este inefable país, no es que el facherío ande últimamente muy subidito, lo cierto es que ganaron (manu militari, por supuesto) y la triste realidad es que nunca se fue del todo. Así, si no fueran tan peligrosos, resultarían solo irrisorios ese gesto de orgullo y esa reiterada insistencia de la labor civilizatoria que realizó en el ¿Nuevo? Mundo esa raza superdotada que es la hispana (sí, es sarcasmo y del bueno). Aquella gesta imperial que nuestros reaccionarios añoran fue acompañada de una, nada sangrante y totalmente altruista, intención evangelizadora, más bien ganada de antemano, ya que un ser ultraterreno todopoderoso estaba del lado de la superior raza hispana (no hace falta aclarar las intenciones sarcásticas, aunque a nuestra facha medio, quizá sí). Nuestros nacionalistas españoles, cierto es que ya algo hiperbolizados, llegan a afirmar que las aportaciones culturales del imperio fueron indescriptibles y, ya sin el menos asomo de vergüenza, niegan que hubiera esclavitud y apenas una poca violencia. Cierto es que todas las naciones tienen sus mitos para alimentar la alienación de sus ciudadanos, perfectamente desmontables, pero es que hasta en esto este indescriptible país se sale bastante de madre. ¡Cosas veredes, amigo Sancho!

Si ya el concepto de identidad colectiva, en aras de la libertad individual, resulta más que cuestionable, el de Hispanidad merece especial atención. Al parecer, para mayor patetismo, la elección del 12 de octubre como fiesta nacional se realizó muy poquito antes de que España perdiera sus últimas colonias, Cuba y Filipinas, y ahí se fue forjando entre lagrimas el mito de la Hispanidad como eufemismo del nocivo legado imperial. Y es que toda ese herencia expansionista, de la que tan orgullosos se muestran los reaccionarios, en una labor reduccionista exenta de la menor intención ética y moral, no puede entenderse sin la muerte de millones de indígenas y sin, por supuesto, la esclavitud. No hay que dejar de lado que la conquista de América no la realizaron solo los españoles, también otra naciones europeas, y señalar lo inicuo de unos obviando lo que hicieron los propios es sencillamente repulsivo. La evangelización, en nombre de una religión tan «verdadera» como cualquier otra, junto a las ansias de poder y la acaparación de recursos, arrasó con otras creencias y expresiones culturales a sangre y fuego. Cierto es que otros imperios, como el azteca, eran ferozmente autoritarios e igualmente esclavizantes, pero la arqueología y la antropología esta demostrando, para acabar con estos relatos pueriles que tratan de meternos en la cabeza desde críos, que la humanidad ha dado lugar a otros tipos de sociedades, que la expansión imperial de unos u otros, siempre nociva, ha barrido para imponer un relato histórico en el que prima el centralismo.

Gran parte de esto que llamamos civilización se ha edificado en base a la violencia, algo indiscutible, la existencia de los Estado-nación, de los que tan orgullosos se muestran tantos, son las consecuencia de guerras, colonialismo, dominación y pillaje. Valga como ejemplo que muchas naciones latinoamericanas, después de lograr la independencia frente al imperialismo español, continuaron reprimiendo a los pueblos indígenas, ¡Es lo que tienen los Estados, sean del pelaje que sean! Esta es, desgraciadamente, gran parte de la historia de la humanidad, por lo que reivindicar mitos nacionales es una labor tan necia como obscena. Para el caso que nos ocupa, nuestros inefables reaccionarios aluden con patética insistencia a una supuesta leyenda negra sobre el imperio hispano, mantenida por otros imperios competidores, según la cual se enfatiza lo perverso (que no sería para tanto) y se obvian las muchas bondades. En fin, relatos pergeñados para mentes poco esforzadas. En la actualidad, incluso, se alude a una dominación del imperio anglófono, por lo que la mentalidad reaccionaria se reviste de rebeldía contra lo establecido en un ejercicio de confusión ya disparatado. Lo cierto es que, por supuesto, podemos aprender mucho de sociedades del pasado, de las que establecieron paradigmas de dominación, para no hacerlo, y de esas otras que lucharon contra el poder político en un contexto más igualitario de apoyo mutuo. Sea como fuere, las comunidades humanas han sido diversas y cualquier actitud reaccionaria, de un supuesto pasado idílico, es sencillamente ridícula y todavía, a pesar de lo que digan, con peso sobre el presente para interés de los que aspiran a gobernar. Vamos a aprender de la historia, pero también mirar hacia delante para tratar de fundar algo mejor en nombre de eso tan bello que es la fraternidad universal.

 

Juan Cáspar

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