–Ya que eres un político –dijo Cicerón sonriendo–, ¿por qué no me dices qué es un político?
–Un farsante– respondió Graco secamente.
–Por lo menos tú eres franco.
–Es mi única virtud y es extremadamente valiosa. En un político la gente la confunde con la honestidad. [...] hay mucha gente que no tiene nada y un puñado que tiene mucho. Y los que tienen mucho tienen que ser defendidos y protegidos por los que no tienen nada. No solamente eso, sino que los que tienen mucho tienen que cuidar sus propiedades y, en consecuencia, los que nada tienen deben estar dispuestos a morir por las propiedades de gente como tú y como yo y como nuestro buen anfitrión Antonio Cayo. Además, la gente como nosotros tiene muchos esclavos. Esos esclavos no nos quieren. No debemos caer en la ilusión de que los esclavos aman a sus amos. No nos aman y, por ende, los esclavos no nos protegerán de los esclavos. De modo que mucha, mucha gente que no posee esclavos debe estar dispuesta a morir para que nosotros tengamos nuestros esclavos. Roma mantiene en armas a un cuarto de millón de hombres. Esos soldados deben estar dispuestos a marchar a tierras extrañas, marchar hasta quedar exhaustos, vivir sumidos en la suciedad y la miseria, revolcarse en la sangre, para que nosotros podamos vivir confortablemente y podamos incrementar nuestras fortunas personales.
Los campesinos que murieron luchando contra los esclavos estaban en el ejército, en primer lugar, porque habían sido desalojados de sus tierras por los latifundistas. Esas tierras, ahora cultivadas por esclavos, los convirtieron en miserables que murieron para mantener intactas dichas tierras. Por lo que nos vemos tentados a asegurar que todo esto es una reductio ad absurdum. Porque debes considerar lo siguiente, mi querido Cicerón: ¿Qué perderían los valerosos soldados romanos si los esclavos vencen? En verdad, ellos los necesitarían desesperadamente, ya que no hay suficientes esclavos para trabajar adecuadamente las tierras. Habría tierras de sobra para todos y nuestros legionarios lograrían aquello con que sueñan, su parcela de tierra y una pequeña casita. No obstante, marchan a destruir sus propios sueños, para que dieciséis esclavos transporten a un viejo cerdo obeso como yo en una cómoda litera.
Del libro Espartaco, de Howard Fast
http://vozobrera.org/periodico/wp-content/uploads/2016/04/espartaco.pdf
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