La cámara de seguridad dice que soy un ciudadano ejemplar;
opinión televisadamente creada, susurrada con convicción cada cuatro años,
paseo dominical sin pausas en espacios abiertos
y uso exclusivo del idioma patrio y el léxico imperial.
La cámara del banco remarca que me endeudo adecuadamente.
La cámara de la tienda me reconoce y me saluda
como buen cliente satisfecho en la insatisfacción aspiracional;
tentetieso consumidor de cesta siempre por llenar
y catálogos desechables.
A su vez, la red de monitores del centro comercial afirma
que soy un consumidor complaciente:
siempre alcanzo a lo que llego
y leo lo que me entra por los ojos.
Las cámaras me retransmiten mi vida
para que no pierda detalle.
Recuerdo que, de niño,
aquellas cámaras sólo querían arroparme
con sus cátodos y sus luces de algodón.
En las esquinas, las cámaras me ayudan a superar la soledad.
En el trabajo, me protegen de la solidaridad y del pensamiento
de mis compañeros.
Cámara Uno, Cámara Dos, Cámara Cuatro:
Sonreímos. Sabemos lo importante que es salir guapas por la tele.
Alberto García-Teresa. A pesar del muro, la hiedra
(Huerga & Fierro, 2017)
(Huerga & Fierro, 2017)
Y la cámara propia. Ese implante cuya lente hemos ido puliendo a base de conformismo y de enfocar 'hacia otro lado'.
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