Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

lunes, octubre 10

Destino

 
El caso es llegar cuanto antes.
 
Ése es el lema que preside los manejos del Régimen y su propaganda: lo más visible, en el traslado de cosas y personas, autopistas cada vez más lisas para velocidades cada vez más estupendas de automóviles personales, ferrocarriles sumisos al mismo ideal y trenes de Alta Velocidad y Madrid-Valladolid en 2 horas, hora y ½, 1 hora, ½ hora, compitiendo con los aviones supersónicos, etcétera, pero eso de que todo se subordine al ideal supremo de llegar al destino en el menos tiempo posible es algo que se impone y manifiesta igual en las otras faenas, trámites y negocios a que se ha reducido lo que se llamaba vidas de la gente: me basta tocar esta tecla para que a los honestos lectores les surjan de sus penas cotidianas ejemplos a montones.

El destino se come al camino: ésa es la cuestión. Vean cómo, en aviones, trenes o autobuses, dando por supuesto que el tiempo del trayecto está vacío, proceden a llenarlo cerrando las ventanillas y entreteniendo al personal con vídeos de películas que corren en otro tiempo, mientras se pasa sin sentir el de los viajeros y ni se enteran por dónde van pasando; pero véanlo igualmente en la manera en que las vidas se convierten, año por año, hora a hora, en preparaciones para la futura (al fin, lo mismo que la Iglesia mandaba antaño) con oposiciones, exámenes, bodas programadas, proyectos y presupuestos, y cómo a los más jóvenes se les propone como ideal supremo el de que tengan un futuro.

Así el futuro va tragándose las vidas. Cierto que el fin último, la muerte de cada uno, pretenden, al revés, aplazársela más y más, alargar la esperanza de vida, como dicen; pero es una mentira hueca: la vida ya se la han birlado, la muerte ya se la han ido administrando a lo largo de sus años; y, para quedarse muerto como un muerto, no hace falta andarse yendo a morir mañana.
 
 
Agustín García Calvo

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