El caso es llegar cuanto antes.
Ése
es el lema que preside los manejos del Régimen y su propaganda: lo más
visible, en el traslado de cosas y personas, autopistas cada vez más
lisas para velocidades cada vez más estupendas de automóviles
personales, ferrocarriles sumisos al mismo ideal y trenes de Alta
Velocidad y Madrid-Valladolid en 2 horas, hora y ½, 1 hora, ½ hora,
compitiendo con los aviones supersónicos, etcétera, pero eso de que todo
se subordine al ideal supremo de llegar al destino en el menos tiempo
posible es algo que se impone y manifiesta igual en las otras faenas,
trámites y negocios a que se ha reducido lo que se llamaba vidas de la
gente: me basta tocar esta tecla para que a los honestos lectores les
surjan de sus penas cotidianas ejemplos a montones.
El
destino se come al camino: ésa es la cuestión. Vean cómo, en aviones,
trenes o autobuses, dando por supuesto que el tiempo del trayecto está
vacío, proceden a llenarlo cerrando las ventanillas y entreteniendo al
personal con vídeos de películas que corren en otro tiempo, mientras se
pasa sin sentir el de los viajeros y ni se enteran por dónde van
pasando; pero véanlo igualmente en la manera en que las vidas se
convierten, año por año, hora a hora, en preparaciones para la futura
(al fin, lo mismo que la Iglesia mandaba antaño) con oposiciones,
exámenes, bodas programadas, proyectos y presupuestos, y cómo a los más
jóvenes se les propone como ideal supremo el de que tengan un futuro.
Así
el futuro va tragándose las vidas. Cierto que el fin último, la muerte
de cada uno, pretenden, al revés, aplazársela más y más, alargar la
esperanza de vida, como dicen; pero es una mentira hueca: la vida ya se
la han birlado, la muerte ya se la han ido administrando a lo largo de
sus años; y, para quedarse muerto como un muerto, no hace falta andarse
yendo a morir mañana.
Agustín García Calvo
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