Entrevista para el medio digital Vaho Magazine a Juanma Agulles, con motivo de la reciente publicación de su último libro Piloto automático. Notas sobre el sonambulismo contemporáneo. Reproducimos a continuación la entrevista.
–
Notamos un discurso pesimista actuando como hilo conductor de vuestras
dos últimas novedades. Habláis de proporcionalidad inversa entre el
número de publicaciones de Thoreau y la conciencia de la sociedad, algo
que compartimos, pero también de que había algo en 2013 que te motivó a
escribir el conjunto de ensayos Piloto automático que entendemos que al
menos comienza a apagarse cuando decides abandonar la empresa de la
reflexión semanal. ¿Son tan malos los tiempos o cabe vislumbrar algo de
esperanza cuando efectivamente pese a todo os entregáis (y en concreto
te entregas) a la publicación de unos textos que esperáis que resuenen
en las conciencias?
En realidad no sé si llamaría pesimista
al hilo conductor de estas y otras de nuestras publicaciones. Yo
prefiero definirlas como «críticas», y el movimiento de la critica
social es doble: por un lado trata de «destruir» las bases de la mentira
social, y al mismo tiempo pretende «construir» un argumento
emancipador, es decir, que mueva a la interrogación sobre la realidad en
la que vivimos. Cuando hacemos referencia al número de ediciones de
Thoreau en contraposición a la rebeldía que podemos constatar en nuestra
sociedad, es para poner en valor que, precisamente, el texto que
publicamos del autor de Concord es uno donde ese lado más crítico y
disconforme con el espíritu de nuestro tiempo (que en parte era también
el suyo) se puede ver con más claridad.
Sobre el libro Piloto automático,
el hecho de escribir casi semanalmente durante dos años, y hacerlo muy
pegado a lo cotidiano, fue una experiencia muy enriquecedora. En algunos
casos, los artículos me llevaron a participar de debates sobre el
momento político actual y a ir adquiriendo otros compromisos. El hecho
de interrumpir las colaboraciones más periódicas en verano de 2015 no
responde tanto a un «apagón» como al hecho de haber realizado un
paréntesis para afrontar otros proyectos, colectivos e individuales, que
requerían más tiempo. Entre ellos el nuevo número de Cul de Sac, que salió hace poco, la misma edición de Piloto automático, una
traducción que me traigo entre manos, y la presentación de mi tesis
doctoral que leí en febrero de este año. A parte de la participación en
distintos debates y charlas.
Y con eso, parte de la pregunta por los
malos tiempos y por las esperanzas estaría de algún modo contestada.
Tanto en el plano colectivo como en el individual no es incompatible ser
crítico con intentar influir en el curso de los acontecimientos que
vivimos, o de aquellos procesos sobre los que tenemos alguna capacidad.
Puede existir un pesimismo de la inteligencia que impulsa un optimismo
de la voluntad. De eso se trata en el fondo: nunca elegimos la forma de
opresión a la que nos enfrentamos, constatar que la que nos ha tocado en
suerte goza, lamentablemente, de una amplia legitimación por parte de
nuestros contemporáneos no quiere decir que, por eso, debamos rendirnos.
En cualquier caso, para leer libros o encontrar argumentos que nos
dicen precisamente eso, que nos rindamos, que vivimos en el mejor de los
mundos posibles, hay un amplia oferta con la que no pretendemos
competir.
– En «Combatir lo peor» respondes
a quienes exigen la formula mágica, a quienes preguntan «¿entonces cómo
hacemos?» (aparecen también en «Estar en contra, estar a favor»), «con
muchísima dificultad». Antes de saber cómo, tal vez sea necesario
definir contra qué. ¿Qué es, en resumidas cuentas «lo peor»? y sobre
todo, ¿es posible combatirlo?
Tengo un amigo que siempre comenta que
ante la recurrente pregunta de «¿qué hacer?», cabría responder: «de
momento, y para empezar, podríamos dejar de hacernos esa pregunta». En
el artículo «Combatir lo peor», vengo a decir que no sirve de
nada protestar por el mal gobierno o la mala administración de lo común
si, a continuación, acabamos alzando al poder a nuevos administradores y
dirigentes. La estructura queda así intacta, y el proceso por el que
cualquier dirigente acaba defendiendo un pequeño número de grandes
intereses se mantiene. El problema reside en la delegación y el eterno
regreso de la política representativa (partidaria) frente a la
democracia directa. Eso que llamo «lo peor», puede adoptar múltiples
formas, pero básicamente es la pérdida de libertad y de autonomía, como
individuos y como comunidades, lo que tengo en mente. Es el proceso de
modernización industrial y capitalista el que ha ido degenerando en una
forma de opresión que tiende al totalitarismo, y lo hace bajo múltiples
aspectos, por lo que también nos ofrece múltiples frentes donde
combatirlo. Desde el ámbito de la cultura, a las libertades políticas
(recordemos que la «ley mordaza» sigue vigente), pasando por la
destrucción de las formas de vida que no necesitan de un Estado, y que
adoptan formas de organización de democracia directa. Hay múltiples
ejemplos históricos y contemporáneos de personas que se organizan de ese
modo, y que responden afirmativamente, con su práctica diaria, a la
pregunta de si es posible combatir lo peor.
– Esta situación política actual
de la que hablas, el clima que se respira, encuentra una respuesta muy
viva en «Partidos y contrapartidas». Posiblemente escueza a muchos, pero
es una reflexión necesaria. Este artículo, y algunos otros que aparecen
en Piloto automático, están apunto de cumplir dos años. Visto lo visto,
su vigencia es abrumadora. Imaginamos que eres consciente de lo válidos
que siguen siendo tus artículos ahora, pero ¿supiste en su momento que
tendrían el mismo, o incluso más peso a estas alturas? ¿Crees que se
debe a lo que dices en «Enseñanzas de la Peste Negra en Europa» acerca
de que las transformaciones sociales necesitan siglos, milenios, para
ser perceptibles?
Sí, es posible que a algunas personas les
resulte chocante que ante el ascenso de nuevos partidos políticos que
supuestamente representan una alternativa, haga una crítica a la
«política de siempre» vestida con otro atuendo. Pero la mía no es una
reflexión tan original, sinceramente. Si artículos como «Partidos y
contrapartidas» tienen vigencia hoy no se debe tanto a un mérito mío
como, en este caso concreto, al genio de una mujer llamada Simone Weil,
que realizó la misma crítica a los partidos políticos en los años 30 del
siglo pasado. Si hay algún acierto por mi parte, quizá tan sólo sea
haber aplicado la lúcida mirada de Weil al contexto actual. Hace dos
años era previsible la institucionalización de ciertos movimientos
sociales como el de los indignados y el cierre de filas en torno a una
candidatura política, hoy ya es una realidad que, pese a que obtenga
mejores o peores resultados electorales, ya ha encontrado en sus mismas
bases bastantes argumentos críticos frente a una espectacular deriva
electoralista.
En «Enseñanzas sobre la Peste Negra en
Europa» señalo algo de esto, sí.
Especialmente cuando apunto a que el
advenimiento de una crisis que parece estructural (porque afecta al
conjunto de la sociedad) siempre se da sobre unas formas de regulación
social previas, que hacen que determinadas instituciones sociales,
unas determinadas formas de dominación, funcionen mejor cuanto peor es
la situación general. El ejemplo histórico de la Peste Negra es un
recurso que utilizo para decir que aquella «crisis» tuvo consecuencias
importantísimas para el desarrollo posterior de una sociedad de clases,
pero que en transformaciones de este tipo sus protagonistas a menudo no
pueden ver el alcance de las mismas.
– Ya que mencionas a Simone Weil
en tu respuesta y aparecen en tu libro varios autores de referencia como
Mumford o Camus y otros referentes más literarios, queríamos hablar de
la influencia que tiene la literatura sobre ti. Muchos de tus artículos
se rigen por un modelo expositivo a partir de una metáfora o un ejemplo
que, como una fábula, te lleva a la conexión con el tema sobre el que
verdaderamente incides. ¿Cuánto hay de ética y cuánto de estética en
esta forma de construir tu discurso?
La literatura es para mí la influencia
más importante. Mis primeras lecturas literarias fueron la motivación
para ir construyendo mi pregunta por el mundo y mi lugar en él, y trato
de no perder de vista esa capacidad que han tenido muchos autores de
conformar una visión de la vida que puede lograr que nuestra
interrogación se extienda a todas las facetas de nuestra existencia,
tanto individual como colectiva. Lograr aunar una visión estética con
una toma de posición ética frente a la sociedad me parece que ha sido el
logro de unos cuantos autores y autoras con los que me siento en deuda
perpetua. Ciertamente Simone Weil, Mumford o Camus, pero también Orwell o
Thoreau o William Morris, tienen esa capacidad de conmovernos y, al
mismo tiempo, hacernos pensar.
En Piloto automático están muy presentes estas influencias.
Partir de lo cotidiano, de un suceso o un objeto (como por ejemplo el
alambre de espino) para construir una metáfora del mundo, es una manera
de apelar a nuestra integridad, es decir volver a unir, a integrar,
aquello que nunca debió separarse. Hay, por eso, algunos ensayos que
están dedicados precisamente a la relación entre la literatura y la
vida, y otros que, como decís, se acercan a lo que podría ser una
fábula o una viñeta. En ese terreno intermedio entre el conocimiento
histórico y social, y la pregunta estética de la literatura (que es el
terreno del ensayo), es donde más cómodo me encuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario