“Pájaro herrero”. Dibujo en la Facultad de Filosofía de Zoroaga (Donosti), de la lucha pro amnistía
La
Copel fue un gigante antifranquista sin nombre que creció imparable
desde julio de 1976. Las diferentes fuerzas crearon un ente político
identitario a finales de ese año. Constituida por su simbología y su
esperanza, las cabezas de la hidra extendió la razón humanitaria.
Tanteos expresivos dieron lugar a las primeras escaramuzas. La represión
fracturó al gran ente, dispersándolo por núcleos en los aislamientos de
otras cárceles. Los grupos dispersos estaban muy concienciados, eran
combativos y muy informados. El núcleo de Carabanchel no era mejor que
el resto, sino que aprovechó su oportunidad preparándose por las
comunicaciones clandestinas, con un compañerismo extremo, para la gran
batalla en el lugar mas privilegiado para la lucha.
El
tedio, el aburrimiento, la inactividad, la desgana, la atrofia, la
derrota, la parálisis, eso creían los carceleros, el Ministro, el
estado. Los comunicados a los mass media era la integración controlada
por el estado durmiendo las palabras. La Copel dominada, inanimada,
desconcertada, sumisa, inactiva, la suponían muerta. En el interior de
esa imagen exportada había un bullicio, actividad clandestina frenética.
Todos a una en la trama. El gran golpe.
Por
encima de un muro, por una rendija, puerta, ventana, locutorio.
Enterrando cuerdas, escondiendo entre yerbas un garfio, informando a
1500, haciendo un túnel, camuflando las pancartas. Personas paseando por
el patio circular que solo tenían pensamiento en la lucha. Bajo la piel
de la Copel crecían argumentos y elementos. Bajo la aparente normalidad
un mundo fantástico crecía en el sueño de los presos.
Constituyeron
el grupo de artificieros para divertirse con un nuevo reto al régimen,
que nunca supo de este ingenio. Cada actuación de los artificieros los
ánimos llevaban a la fiesta. Brindan una sonrisa. Brindan una carcajada.
La alegría es muy borracha.
Eran
ingeniosos y rudimentario artefactos reventando en las terrazas vacías
de las galerías de Carabanchel. Los carceleros inquietos buscaban el
origen de las explosiones por patios muertos y dependencias comunes. No
hay rastros. Serán cohetes de la calle. A las tres la tarde las
calurosas calles vacías. No había tormenta pero sí una explosión
periódica. El Consejo de Ministros ignoraba que era una maniobra de
distracción de un colectivo pensante.
Ingentes
cantidades de cajas de cerillas llegaban a la Rotonda volando y en los
bolsillos. Sobre el muro de los presos políticos panfletos para allá y
cerillas para acá. Las cabezas de las cerilllas desmenuzadas una a una.
Los
somieres tenían tubos cilíndricos de unos 10 centímetros en las
esquinas, introduciendo en los huecos circulares de las estructuras
metálicas delanteras y trasera, las patas, anclando las tres piezas que
formaban la cama. Al arrancar el cilindro macho del somier se obtenía un
tubo hueco, la carcasa de la bomba. De cada somier solo se arrancaba
una carcasa, fijando con cuerdas la amputación para el equilibrio y
pasar sin objeción la requisa. La carcasa tenía la boca por la por la
parte arrancada. Se rellenaba con las cabezas molidas de miles de
cerillas. Se cerraba con cera y otros materiales. La bomba de prueba se
lanzó a una terraza del Reformatorio de Jóvenes de Carabanchel. Al día
siguiente la vertical del Sol calentó el tubo metálico, la pólvora
interna entró en combustión y ante la acumulación de gases el tubo
reventó en su elevada soledad, sobre las 15 horas PM. Tenían las bombas y
la hora. Con discreción los copelianos levantaron a hombros al equipo
artificiero. Siguieron explosiones espaciadas en las terrazas de
Carabanchel. Ojo, control, un economato de una galería agotó las
cerillas. Bajó la producción. Los carceleros se olvidaron de la Copel,
los ruidos estaban alejados y en la Rotonda no pasaba nada. Eran bombas
de verano. Eran bombas psicológicas. Era la palabra escondida. Era la
palabra psicológica. Exactamente era el preludio de la batalla de
Carabanchel.
Agustín Moreno Carmona
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