1) Una de las causas del descenso de la contestación social ha sido la disolución de las clases a través de la automatización y el progreso, sin embargo parece que en Italia se está moviendo algo interesante, ¿cómo ve esta agitación de un sector de la sociedad italiana?
El proceso de desclasamiento y masificación se produce al colonizar la mercancía la vida cotidiana, es decir, al constituir la actividad fuera del trabajo un mercado, o como diría Camatte, al suceder al dominio formal del capital en la sociedad su dominio real. El conflicto entre clases queda integrado y superado, por lo que su función disolvente resulta negada. Las clases pulverizadas y domesticadas pasan a formar parte del sistema. Lo que ahora esta sucediendo con más o menos intensidad en Italia y en toda Europa, es que las consecuencias negativas de la especulación financiera y el despilfarro administrativo, fundamentos de la prosperidad de masas en el último periodo capitalista, recaen sobre aquellas. Esto provoca dos reacciones bien diferenciadas: en la masa desclasada surgen voces que reivindican pacíficamente una política más independiente del mercado y unas finanzas controladas por el Estado; en los excluidos y desertores del sistema emerge un rechazo violento de las reglas del juego de la sociedad capitalista, reflejo del vandalismo civilizado con que a diario ella les obsequia. Ejemplos de la primera son los movimientos de los indignados; de la segunda son las manifestaciones griegas, las revueltas de agosto pasado en la periferia de Londres y la algarada del 15 de octubre en Roma. Ambas son indicio de que la base social que sostenía el sistema se está desmoronando, o sea, de que la crisis económica ha desembocado en una crisis social. Dicha crisis no es lo suficientemente intensa para escindir la sociedad en dos bandos generando así un conflicto social de envergadura, y por consiguiente las alternativas se decantan hacia un reformismo imposible, al cual replica un nihilismo sin horizontes.
2) Impuesta desde los países autodenominados «desarrollados», la idea del desarrollo entendido como un progreso de la técnica que solucionará todos los problemas sociales se ha convertido en la religión mayoritaria de nuestra época, ¿cuál cree que son las consecuencias de este fenómeno y cómo afecta dicha cosmovisión a las sociedades «en vías de desarrollo»?
En efecto, el desarrollismo es la ideología dominante, que no es más que la formulación contemporánea de la idea burguesa de Progreso, cuyos dogmas nos trasmiten los dirigentes. Las consecuencias hace tiempo que se están dejando sentir: explosión demográfica, urbanización desbocada, destrucción del territorio, contaminación, cambio climático, nuclearización, multiplicación de las diferencias sociales, anomia... El desarrollismo productivo es eminentemente destructivo. El mundo se mide de acuerdo con el estándar de vida norteamericano, por lo que, aquellos países que no lo alcancen se consideran, en la medida en que la cosmovisión tradicional no desarrollista no haya sido completamente liquidada, o bien «subdesarrollados», o bien «en vías de
desarrollo». Éstos últimos son aquellos cuya clase dirigente ha interiorizado la mentalidad capitalista (o como dicen otros, «se ha occidentalizado»), decidiendo hipotecar los recursos nacionales y empobrecer a sus habitantes contrayendo enormes deudas, resultado de ajustes estructurales onerosos y planes de desarrollo ilusorios dictados por instancias internacionales tales como el fmi, la omc, la Banca Mundial o la propia ocde. En la actualidad, todos esos planes hacen referencia a un «desarrollo sostenible», eufemismo con el que se define un crecimiento económico que incorpora al mercado el deterioro medioambiental. La cosmovisión dominante no es pues algo diferente de la colonial. El desarrollismo tercermundista –o «del Sur», en lenguaje políticamente correcto– defiende los intereses del mundo «desarrollado», o sea, «del Norte» y, paradójicamente, puesto que sus intenciones declaradas son otras, contribuye a su apuntalamiento.
3) La Cooperación Internacional para el Desarrollo, entre otros, trata de impulsar a estos países en la línea de crecimiento pautada precisamente por los Estados ricos, ¿que opinión le merece esto?
La «cooperación internacional» trata de mercantilizar en «el Sur» cualquier actividad, forjando a la vez una dependencia tecnológica y liquidando de paso culturas vernáculas y prácticas sociales que escapan a la economía. Intenta imponer el modelo sociocultural de «Occidente», perjudicial para la población no integrada en el mercado global. Los países «desarrollados», a través de programas de «ayuda» y «cooperación», destruyen el tejido social que podría dificultar la mercantilización, es decir, que trabara la generalización de conductas típicas del homo economicus, el mismo tejido que capacita para el autogobierno, con el objeto de vender a una población sometida y manipulada un paquete modernizador que comprende el parlamentarismo oligárquico, la
partitocracia, la cultura espectáculo, el embrutecedor sistema educativo o la sanidad burocratizada. Un cooperante experto diría en cambio que se está trabajando en la construcción «de un marco cultural e institucional para el desarrollo de los mercados.»
4) Supongamos que los países ricos anhelan realmente que las sociedades menos económicamente favorecidas crezcan y terminen equiparándose con ellos económica y tecno-científicamente, ¿es posible la vida en un planeta donde el nivel de gasto y de consumo medio sea, pongamos por caso, semejante al de una potencia media como España?
Yo, abusando de la formulación de Marx, en lugar de ricos, hablaría de países donde reinan las condiciones modernas de la producción deslocalizada, o sea, países de capitalismo intensivo. Los demás son, más que pobres, países de capitalismo extensivo. Es necesario para la supervivencia de los primeros, que los segundos progresen en la capitalización, puesto que su «demanda» es ahora
el motor de la economía mundializada. Pero por otra parte dicha progresión es nefasta desde el punto de vista ecológico puesto que incrementa la producción de gases con efecto invernadero, agota recursos, acumula basuras, suburbaniza, contamina y, en fin, destruye el planeta. A corto plazo desemboca en una degradación insoportable de la vida para las tres cuartas partes de la población mundial y en un aumento inaudito de las desigualdades sociales.
5) Desde una perspectiva decrecentista, se lamenta que la Cooperación Internacional para el Desarrollo se haya reducido en los últimos quince años un 25% y se celebra que ciento cincuenta millones de personas se hayan incorporado al consumo en la última década (hago referencia al último editorial de Ignacio Ramonet), ¿cómo se aprecian estos mismos acontecimientos desde una lógica antidesarrollista?
No sé hasta qué punto los decrecentistas hacen suyas las editoriales de Ramonet más allá del estatismo que les es común. Pero en lo relativo a la «cooperación» desarrollista, la tendencia actual consiste en implicar más al capital privado multinacional –por ejemplo, mediante la esponsorización– y menos al público, ya que los Estados están peligrosamente endeudados. Las retiradas de fondos coincide por otra parte con la presencia creciente de las ong, que de una u otra
forma reemplazan a los Estados como agentes de la mercantilización. El objetivo final de tanta caridad exportada no es la preservación del medio o la erradicación de la pobreza, sino la preservación del desarrollo y la erradicación de las resistencias. La oligarquía financiera mundial cree que la realización de tal objetivo es más segura a largo plazo en un marco político y empresarial semejante al que existe en «el Norte» neocolonialista, que en una dictadura militar o en un régimen caudillista.
6) Sin embargo, es lógico, comprensible y deseable que se pongan medios para paliar las necesidades humanas allí donde se produzcan, ¿cuál sería, bajo su punto de vista, la mejor forma de paliar los problemas que afectan a las sociedades en vías de desarrollo?
Para Simone Weil el problema fundamental consistía en desenredar la madeja de lazos que unían a la opresión social con el avance dominador de las relaciones del hombre con la naturaleza, avance que la ciencia y la tecnología al servicio de la economía habían hecho posible. A mi modo de ver, la solución no es otra que salir del desarrollo, negando el dominio que ejerce la economía autónoma sobre la sociedad. Apartarse de la vía capitalista: el capitalismo es un fenómeno
relativamente reciente, tiene apenas doscientos años, pocos más que la idea de Progreso; a la humanidad no le ha ido peor unos miles de años sin ambos. Eso significa reconstruir la sociedad desde abajo y desde lo local, desde el autogobierno y la ética, en base a relaciones sociales directas y comunales, no mediatizadas por dinero ni guiadas por el beneficio económico, sino orientadas
hacia la satisfacción de necesidades reales. Habrá que poner en marcha un proceso de desurbanización, desestatización y descapitalización de vasto alcance, seguramente favorecido por un previsible colapso de la sociedad capitalista, consecuencia de la irresoluble contradicción entre la disposición de recursos limitados y el consumo ilimitado de los mismos exigido por su imparable necesidad de crecer. Ni la ciencia ni la tecnología, evolucionando en la dirección marcada por el desarrollismo, podrán remediarlo. Tendremos que renunciar a buena parte de sus «logros» en la medida en que reproduzcan condiciones opresivas y por consiguiente sean incompatibles con la libertad, poniendo el resto al servicio de una sociedad humana liberada. Iván Illich ha formulado la conclusión muy ponderadamente: «Debemos edificar una sociedad post-industrial de tal manera que el ejercicio de la creatividad de una persona nunca imponga a los demás un trabajo, un saber o un tipo de consumo obligatorio.»
Extraído de Revista Argelaga
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