Miembros del grupo Up against the wall, motherfuckers! en una acción en Wall Street
La mayoría de los recitales de poesía me producen la misma sensación que
los museos y los edificios históricos: ganas de correr por ellos, de
escupir a los turistas, de dar alaridos a intervalos regulares de
treinta segundos. En 1996, un grupo anarquista llamado Up against the wall, motherfuckers! (la
traducción sería "¡Contra la pared, hijos de puta!", en alusión a lo
que gritaban los policías en los cacheos), a medias entre la tribu
urbana y el grupo de afinidad, repartió flyers entre los mendigos de
Manhattan anunciando que iba a repartirse comida y alcohol gratis en la
inauguración de una exposición en el Loeb Centre de la Universidad de
Nueva York. El centro tuvo que cerrarse ante las hordas de mendigos
hambrientos que comenzaban a darse cuenta de que habían sido engañados y
de que ni siquiera les permitían el acceso. La exposición quedaba como
lo que en realidad era: una absurda sucesión de cuadros en una sala
vacía para el divertimento de una élite masticadora de shusi.
Ochenta y dos años antes, el 10 de marzo de 1914, la sufragista Mary Richardson atacaba con un hacha de carnicero el cuadro de la Venus del espejo de Velázquez, expuesto en la National Gallery. Las siete rajas que consiguió hacer al lienzo eran una protesta por la detención el día anterior de Emmeline Pankhurts en unos disturbios tras una manifestación feminista. Las brechas fueron restauradas, pero las fotos de ellas siendo arrastradas por la policía aún permanecen. Fue el único momento en el que cuadro tuvo algún significado. Algo parecido sucede con Las Meninas o con La familia de Carlos V: tendrán sentido solo cuando alguien estrelle un bote de pintura contra ellos.
Y lo mismo sucede con la poesía: solo tiene sentido cuando es asaltada por hordas de salvajes, cuando sirve para derribar pedestales y acabar con los nombres propios. Esto no quiere decir que toda la poesía tenga que ser social o política, pero sí que debe ser entendida como una creación colectiva y como algo que surge desde abajo y desde fuera. Cuando alguien se sienta a escribir, lo que tiene en la cabeza es lo que ha leído, lo que ha visto, lo que le han contado, lo que ha vivido. La poesía nunca es la producción de un autista encerrado en un sótano. No digo que no se firmen los poemas, pero sí que es necesario romper la individualidad, acabar con los pedestales, escupir a los turistas.
Ochenta y dos años antes, el 10 de marzo de 1914, la sufragista Mary Richardson atacaba con un hacha de carnicero el cuadro de la Venus del espejo de Velázquez, expuesto en la National Gallery. Las siete rajas que consiguió hacer al lienzo eran una protesta por la detención el día anterior de Emmeline Pankhurts en unos disturbios tras una manifestación feminista. Las brechas fueron restauradas, pero las fotos de ellas siendo arrastradas por la policía aún permanecen. Fue el único momento en el que cuadro tuvo algún significado. Algo parecido sucede con Las Meninas o con La familia de Carlos V: tendrán sentido solo cuando alguien estrelle un bote de pintura contra ellos.
Y lo mismo sucede con la poesía: solo tiene sentido cuando es asaltada por hordas de salvajes, cuando sirve para derribar pedestales y acabar con los nombres propios. Esto no quiere decir que toda la poesía tenga que ser social o política, pero sí que debe ser entendida como una creación colectiva y como algo que surge desde abajo y desde fuera. Cuando alguien se sienta a escribir, lo que tiene en la cabeza es lo que ha leído, lo que ha visto, lo que le han contado, lo que ha vivido. La poesía nunca es la producción de un autista encerrado en un sótano. No digo que no se firmen los poemas, pero sí que es necesario romper la individualidad, acabar con los pedestales, escupir a los turistas.
Hay que construir colectivos, sacar
fanzines, escribir textos conjuntos, intervenir en los poemas de otros
autores, versionarlos, violarlos, hacer recitales entendidos como una
fiesta, como una asamblea, como un ring de boxeo. Si no sirve para dar
alaridos y correr por los museos y estrellar botes de pintura, la poesía
no sirve para nada.
Extraído del blog de Layla Martínez: http://vidadeperrxs.blogspot.com.es
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