Durante el pasado año se celebraron en
Cataluña y Extremadura varios encuentros enmarcados en la crítica “antiindustrial”
o “antidesarrollista” que vinieron a sumarse a la ya veterana Acampada contra el Tren de Alta
Velocidad del País Vasco. Hablo en concreto del Ciclo de pensamiento y lucha antiindustrial
(enero-junio 2010, Can Masdeu, Barcelona), la Acampada de resistencias: encuentro
antiindustrial en defensa del territorio (6-12 de julio, Fellines,
Gerona) y las Jornadas en defensa de la
tierra (20-22 de agosto, La Barajunda, Hervás-Cáceres).
La crítica (el NO)
antidesarrollista
Tales actividades
ponen de relieve el creciente interés de una parte de quienes,
frecuentemos o no los “movimientos sociales”, vemos nuestra vida
y nuestro mañana asediado por la especulación inmobiliaria, la
depredación turística y la construcción de grandes proyectos, ya
sean energéticos, de almacenaje, de incineración o de
infraestructuras, por las así llamadas luchas en defensa del
territorio. Luchas levantadas contra el avance del ladrillo, el
hormigón, la economía y la destrucción del medio ambiente. Claro
que la oposición al modelo centrífugo de conurbaciones y suburbios inaugurado tras la
II Guerra Mundial en los EE.UU. y extrapolado luego a todo el globo,
no debiera concebirse separada de la crítica al mito liberal de
“progreso ilimitado”, a la modernización económica y cultural
iniciada en la Europa del s. XVIII, a la nueva Iglesia universal (en
el sentido de ligazón o grillete entre los seres humanos) que es la
ciencia aplicada, a la ilusión de neutralidad de la técnica, a la
ficción liberadora de la tecnología, al desastre ecológico y
humano ya en marcha (sino consumado) y
demás causas y efectos de la industrialización frenética. Más
claro: si denunciamos las nocividades que asolan este mundo, de forma
íntegra, hemos de oponernos también, desde la raíz, al entramado
técnico, productivo, urbano, económico, cultural e ideológico que
las genera; lo uno no se puede entender sin lo otro.
Quizá lo más
importante a destacar aquí de dicha perspectiva es que no viene a
inaugurar otro frente de lucha específico: no al fascismo, no al
racismo, no al patriarcado, no a la cárcel, no a la contaminación,
etc.; cuestiones que por supuesto se condenan y, la precedan o no,
son parte inseparable de la relación social capitalista. Tampoco es
una nueva pose, discurso sectorial o ideología nacida del Mayo del
68 o la derrota del viejo movimiento obrero a finales de los 70, sino
que se trata, más bien, de la critica radical de siempre pero
teniendo en cuenta los dispositivos de dominación de hoy, que, desde
luego, no son exactamente los de la época de Bakunin o Marx: el
esclavo del trabajo de ayer lo es hoy en especial del consumo, de la
hipoteca, del coche, del recibo de la luz, de las “redes sociales”
de internautas, del psiquiatra, del cajero automático, del centro
comercial... En la llamada “sociedad de consumo” (“de masas”)
no se producen tanto objetos como mercancías, manufacturas en los
que el valor de cambio prevalece sobre el valor de uso, en los que la
“necesidad” es un producto del producto, es decir, en el mercado
de bienes y servicios la de- manda es una obra de la propia oferta
capitalista. No se producen mercancías para satisfacer necesidades,
sino que se crean necesidades que demandarán una determinada
producción de mercancías, o,
expresado de una forma mucho más intuitiva: “las mercancías
tienen sed, y nosotros con ellas” (G. Anders, La obsolescencia del
hombre, 1956).
Más lejos de las
etiquetas que utilicemos para designar a esta crítica activa o
resistencia, para entendernos, se trata de un anticapitalismo
libertario actualizado. Es, por lo tanto, antieconómica y
antiestatista, pues capital y Estado -inversión privada e inversión
pública- son cada vez más la misma cosa, además de antiburocrática
y antipolítica, en el sentido de que se posiciona sin vacilaciones
contra el parlamentarismo, contra la política de partidos*, a favor
de la autoorganización de los/las de abajo. Surge del conflicto en
sentido histórico y permanece en él, sin dejar de cuestionarse
nunca dónde estamos. Emerge de las resistencias, no para abordar
problemáticas sociales de forma aislada y entronizar a expertos/as
académicos/as dentro de ellas (como es el caso
de Serge Latouche en el seno del decrecentismo francés, o el de
Carlos Taibo y Arcadi Oliveras en el del Estado español), sino para
alcanzar conclusiones generales sobre el marco de las luchas y
volcarlas de nuevo a la práctica, al combate.
La oposición a
la sociedad industrial (capitalista y tecnológica, fabril) o, lo que
es igual, al desarrollismo (el triple movimiento de reestructuración,
crecimiento y expansión metropolitana y económica a ultranza y a
cualquier coste), no nace de la idealización de una edad de oro
cualquiera. No anhela volver a otro tiempo: ni al Paleolítico
superior, ni a la alta Edad Media, ni al más cercano del Estado del
bienestar, ni tampoco se ofusca en establecer si un/a campesino/a del
s. V disfrutaba de mayor libertad
efectiva que un/a proletario/a del s. XIX, o este/a aún menos que
un/a trabajador/a del sector servicios, “flexible”. Lanza su
mirada mucho más a la raíz y más lejos:
“denuncia todas
las esperanzas de liberación tecnológica (empezando por la
informática) como un deus ex machina irreal, una mistificación que
contribuye a aceptar las imposiciones del sistema. Critica igualmente
la idea de que la industria sea algo neutral, una simple herramienta
que sólo tiene que cambiar de
manos para dejar de ser un instrumento de tortura y convertirse en
algo liberador.
[...] los seres
humanos de nuestra época son mucho más reacios que nunca a la idea
misma de emancipación. La pérdida de saberes tradicionales, que se
han visto sustituidos por sucedáneos en forma de mercancías o
servicios, hace que la tarea de transformar la sociedad sea mucho más
difícil. [...] La multiplicación de las crisis locales y del caos a
gran escala refuerza, paradójicamente, la coherencia del sistema en
su conjunto, que se nutre de la confusión y de la contradicción, de
las que puede sacar nuevas fuerzas para extenderse y perfeccionarse y
profundizar aún más la alienación del individuo y la destrucción
del medio ambiente. Los que esperan que la sociedad industrial se
hunda a su alrededor corren el riesgo de tener que sufrir su propio
hundimiento, porque este hundimiento, que ya está casi consumado, no
es el del ‘sistema tecnicista’, sino de la conciencia humana y de
las condiciones objetivas que la hacen posible.
[...] el sistema
industrial está arrastrando consigo esa sensibilidad humana que
podría juzgar malo lo existente. La auténtica catástrofe es ésa”
(J. R. Hidalgo, “La crítica antiindustrial y su futuro”, Ekintza Zuzena no
33, enero 2006).
Luchas en defensa del territorio
(contra las nocividades)
Entonces, si
entendemos que “el urbanismo [o acondicionamiento del territorio]
es la realización moderna de la tarea ininterrumpida que salvaguarda
el poder de clase”, como Guy Debord -siguiendo a Lewis
Mumford- señaló en su momento (La sociedad del espectáculo, 1967),
y que dicho poder de clase es salvaguardado por la tarea
ininterrumpida y exponencial -el desarrollo- de modernos aparatos
técnicos y necesidades articulados industrialmente, de lo que aquí
se trata, muy a grandes rasgos, es
de problematizar la cuestión urbana y, con ella, la productiva y/o
consumista.
Se trata de
abandonar o relegar a un segundo plano los ismos y lanzar la mirada
hacia nuestro entorno, el espacio en el cual se desenvuelve nuestra
cotidianeidad, ya sea en la mal llamada ciudad (amasijo urbano,
conurbación) o en el mal llamado campo (espacio suburbano,
periférico). Reflexionemos pues, desde este territorio
-preservándolo de su completa mercantilización mediante la lucha popular,
la acción directa y el sabotaje, ante todo, pero también desde la
elección vital-, acerca de las relaciones de dominación existentes,
en especial, la relación que el entramado científico-técnico
establece sobre nosotros/as, la que la sociedad industrial establece
con la Naturaleza y los propios límites que ésta nos ofrece.
Pensemos al margen de la lógica dominante y en su contra y abramos
grietas en las que el ejercicio de la Libertad vaya ganando terreno.
Refundemos el ágora, la asamblea, el espacio público: un espacio
entendido no como ámbito de gestión
político-administrativa (“participación”) sino como fundamento
del poder colectivo (autonomía, autoorganización), un espacio en el
que se haga posible desear, proyectar y experimen- tar con “los
otros”, con “la gente”, un espacio en el que frente a la
mercantilización y la dictadura de la imagen, frente a la privacidad
y la segregación de la vida moderna, surja y se replantee la
cuestión colectiva.
Se trata de
revitalizar saberes agrícolas tradicionales con tal de hacer frente
al desastre energético, alimentario, ambiental, financiero, etc. en
el que ya estamos inmersos/as. Procuremos, en la medida de unas
necesidades reales -debatidas y consensuadas entre las personas de
una misma comunidad, en la plaza
pública y entre iguales-, un creciente control de los procesos de
elaboración de alimentos y productos artesanos. Construyamos, desde
abajo y desde afuera, modos de vida que posibiliten desligarnos de la
enorme dependencia energética, de movilidad, etc. a la que el
capitalismo global nos emplaza. Volvamos a lo local, a una economía
de subsistencia y no de acumulación, a una economía en la que se
anteponga el trueque al intercambio por dinero... Se trata, en suma,
de reconstruir la habitabilidad sobre el territorio y reequilibrar la
actividad humana con el medio natural que la
acoge, lo cual, sin duda alguna, resultará imposible si nos
separamos de las luchas reales.
La sensibilidad
antidesarrollista, desmarcándose de las ideologías izquierdistas y
obreristas, de toda ilusión democrática, de todo reformismo,
critica y trata de combatir las condiciones de vida bajo el
capitalismo avanzado. Y del mismo modo que invita a sublevarnos en
todos los ámbitos de la existencia, desde
la alimentación a la militarización de la sociedad, pasando por la
educación, la medicina, la doble explotación de la mujer, la
sexualidad o la migración forzosa, considera de máximo interés
paralizar y revertir la avalancha urbanizadora y la construcción de
mega-infraestructuras que la promueve y la hace posible, pues
entiende que hay una relación muy directa entre el paisaje urbano y
el paisaje humano. Es por ello que apunta a las luchas en defensa del
territorio (contra el
TAV -País Vasco, Val di Susa, Extremadura-, ciertas experiencias
contra la Muy Alta Tensión en Cataluña, contra los vertederos e
incineradoras en Nápoles, contra los transgénicos, contra la
violencia urbanística, etc.) como el mejor lugar donde encontrarnos
con el conflicto, en el que sus habitantes, desde luego con mayor
atino e higiene mental que desde el identitarismo gregario que
caracteriza a los guetos “radicales”, podemos reconocer sin
esfuerzo y por nosotros/as mismos/as un espacio copado de intereses
colectivos.
En resumen: de lo
que aquí se trata es de propiciar el encuentro, desde la
heterogeneidad y la horizontalidad, para que una parte significativa
de las poblaciones podamos llegar a reunirnos en agrupaciones
intransigentes y peligrosas; contra el afán de lucro y
acaudillamiento del Estado capital, contra el mundo desarrollado y su
“nueva cultura urbana”.
El sistema
urbano-agro-industrial no se reforma (ni se humaniza, ni se
autogestiona), se reduce, se redimensiona a escala humana, se
desmantela.
Joan (En veu
alta)
NOTA.
Para seguir ahondando en estas y otras cuestiones es recomendable la
lectura de las nuevas revistas Raíces (Brulot) y Cul de sac
(Ediciones el salmón), además de los libros recién publicados
Chernoblues. De la servidumbre voluntaria a la necesidad de
servidumbre, de Roger
Belbéoch
(Malapata ediciones & B. S. Hnos. Quero), Perspectivas
antidesarrollistas, de Miquel Amorós (Maldecap, Logofobia, Flor de
otoño, Librería autogestionada de Segorbe, Soroll, Desorden
distro), Catastrofismo, administración del desastre y sumisión
sostenible, coescrito entre René Riesel y el ya fallecido Jaime
Semprun (Pepitas de calabaza), y de algunos artículos de El desorden
de la libertad, de Massimo Passamani (Ediciones Intemperie).
*
Incluidas las candidaturas “alternativas” o de “unidad
popular”. Nacidas al amparo de falsos movimientos sociales como las
iniciativas asociativas (comercio “justo”, banca “ética”,
microcréditos, empresas “solidarias” y/o “autogestionadas”),
Mayday, V de vivienda, plataformas cívicas, economía “social”...
y fruto a su vez del contoneo antiglobalización. Son varias en
Cataluña (Candidatures Alternativas del Vallès, CUP, Des de Baix,
etc.) las que disfrutan vaciando de sentido y llenando de otro
electoralista -e independentista- la contienda en defensa del
territorio, además de conceptos históricos y evocadores como
municipio libre (comuna) o concejo abierto. Muy de cerca le si- guen
los planteamientos “integrales” y “demóticos” de la Xarxa
pel Decreixement y Democracia Inclusiva.
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