30 de agosto de 1957. La policía tiende una emboscada y mata a José Luis Facerías.
La actividad guerrillera de Facerías cubrió el periodo inmediatamente posterior a la finalización de la Segunda Guerra Mundial. El tiempo de la pérdida definitiva de las esperanzas de que la caída de los fascismos europeos significaba también la del español. Golpeada la organización muchos militantes se retiraban a los cuarteles de invierno, exhaustos y aislados, en un país paralizado por el terror y la represión.
No se sabe si los acogidos en el manicomio de San Andrés en Barcelona se sobresaltaron mucho aquel 30 de agosto de 1957 al oír el estruendo de los disparos de la emboscada policial que terminaron con la vida de José Luis Facerías. El joven que se había incorporado a las columnas milicianas del verano de 1936, pasado por campos de concentración, cárceles y campos de trabajo tras el triunfo franquista en 1939 y reincorporado a la militancia confederal a partir de quedar libre en 1945. Durante 1946 fue secretario de la Juventudes Libertarias, miembro de los comités de ayuda a los presos y de defensa. Acudió al congreso de la CNT en Toulouse tras el que, a su regreso a España, se introdujo definitivamente en la lucha armada contra la dictadura. Hasta su muerte, durante diez años, participó en muchas del casi medio millar de "expropiaciones" realizadas en bancos por los guerrilleros libertarios. Actuó no sólo en España sino también en Francia e Italia. Facerías, junto a Sabaté, Caraquemada y Massana, se convirtió en una de las pesadillas de la policía franquista que llegó a infiltrar a un centenar y medio de agentes en los taxis barceloneses con el fin de capturarlo. Como otros tantos, su localización y muerte fue producto de una delación.
La actividad guerrillera de Facerías cubrió el periodo inmediatamente posterior a la finalización de la Segunda Guerra Mundial. El tiempo de la pérdida definitiva de las esperanzas de que la caída de los fascismos europeos significaba también la del español. También el del¡ práctico agotamiento de la CNT del interior una y otra vez golpeada por la policía y que veía como muchos militantes se retiraban a los cuarteles de invierno, exhaustos y aislados, en un país paralizado por el terror y la represión. Mientras que en el exterior, en especial en Francia, la radicalización verbal debía compaginarse con el pragmatismo de convivir en un país cuyo gobierno cada vez más abría la mano al régimen dictatorial español. Unos años durante los que el auge clandestino de los sindicatos cenetistas en el interior fue decayendo. Como el de la propia lucha armada que, agotada, fue abandonada.
Su muerte ni siquiera fue reivindicada. Muy lejos quedaban los gritos que, en 1951, resonaban por las calles de Barcelona llamando a Facerías como el único que podía arreglar la huelga de tranvías. Con ella no terminaría la guerrilla libertaria en España. Aunque desautorizada orgánicamente desde 1953, en los años siguientes todavía seguirían actuando los grupos. Ya en la década de los sesenta se reactivó con la creación Defensa Interior. Finalmente, en los años setenta actuaron otros grupos, como el MIL al que perteneció Salvador Puig Antich.
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