Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

sábado, diciembre 21

Abolir el turismo

 

 

Lleguemos a donde lleguemos, no puede ser que sea más fácil imaginar el fin del capitalismo que el fin del turismo. 

 

 Spain is different. Con este rezo, el ministro de Franco, Manuel Fraga, selló la estrategia de blanqueamiento más potente que tuvo nunca la dictadura franquista: el establecimiento de la industria del turismo en España. Así, lo que algunos historiadores se empeñan en llamar “el aperturismo de los años 60” no fue otra cosa que un fuerte lavado de imagen de un régimen que pretendía lanzar el mensaje de que las torturas, las rapadas, los asesinatos sumerios y el hambre eran poco más que un detalle pintoresco más, como los trajes de lunares, de una zona estupenda en la que pasar unas semanas de vacaciones. De esta manera, la especialización de nuestro país en la economía del mercado-mundo se decidió que pasara por la desindustrialización y la turistificación de nuestros espacios y nuestras ciudades dentro del marco de crecimiento del turismo global y la industria aérea.

Esta desindustrialización solo pudo llevarse a cabo bajo la eterna promesa de que el turismo y su industria eran otra fuente de riqueza (mejor aún, de hecho). Algunos países se habían especializado en ciencia o en tecnología y nosotras nos íbamos a especializar en turismo. Sin embargo, y en 2024 no decimos nada nuevo, es evidente que la riqueza que genera el turismo en los países es riqueza solo para unas pocas. De hecho, la estructura económica que crea a su alrededor es altamente precarizante: empleos estacionales, mal pagados y basados en la servidumbre hotelera de aquellos que durante mucho tiempo nos estuvieron llamando (junto a Italia, Grecia y Portugal) PIGS. Y tampoco es que las vidas de quienes trabajan en este sector se beneficien de esta supuesta riqueza. Sí, en las zonas turistificadas “hay trabajo” pero ¿cómo vas a exigirle al dueño del bar en el que trabajas que te pague las horas que echas de más todos los días o que te dé de alta en la seguridad social si tiene la seguridad de que cuando te despida tardará cinco minutos en encontrar a alguien más?

 No decimos nada nuevo cuando criticamos esta idea del turismo como progreso de nuestra sociedad. Sin embargo, sí nos parece que esta crítica ha venido haciéndose desde un marco puramente cuantitativo y no se ha atrevido a impugnar el turismo en su totalidad. Según la crítica mayoritaria, el problema del turismo en nuestro país es un problema de cantidad, de grandes escalas, de hordas de turistas que destrozan centros históricos o paisajes de costa. La propuesta de esta crítica es, como puede intuirse, puramente reformista: de lo que se trata para reducir los males de aquella promesa de riqueza que nos hicieron es regular o reducir el flujo, pero nada más. Apostar, en fin, por lo que hace unos años se llamó “turismo de calidad”. 

Este discurso reformista del turismo servía, también, para aliviar la tensiones del ego: no es que todo el turismo fuera devastador, sino que solo era así cuando se hacía en masa. Se podía trazar, entonces, una línea entre los buenos turistas (como yo, como nosotras, siempre nosotras) que no destrozan los sitios y que no van a donde va la masa y los malos turistas, aquellos que llenan las principales plazas y museos y que se emborrachan y que destrozan y que, por supuesto, son desagradables con los locales. 

Como es evidente, este discurso no solo hace aguas en muchos de sus postulados, sino que también ha servido a gobiernos y empresas para seguir lucrándose de este destrozo masivo con etiquetas de playas azules o diplomas de hoteles de calidad. A raíz de este fracaso, o quizá independientemente de él, algunas autoras están empezando a esbozar una crítica al turismo en su totalidad y no solo a su cantidad. Son estas autoras las que nos interesan en la Escuela de las Periferias y a partir de las cuales hemos montado un itinerario de formación en nuestro centro social, La Villana de Vallekas, titulado Derecho a la ciudad. Algunos de los libros que hemos seleccionado son Verano sin vacaciones. Las hijas de la costa del sol, de Ana Geranios y Estuve allí y me acordé de nosotros, de Anna Pacheco. 

Con estos libros, nos preguntamos si las críticas del turismo se están centrando únicamente en el grado. Por ejemplo, hablamos de que el turismo nos sube el alquiler, lo que presupone que un goteo más suave de turismos podría no afectarnos en nuestro barrio. Sin embargo, y creemos que es lo interesante de ambos libros, en la Escuela de las Periferias nos preguntamos por las raíces profundas del turismo en una sociedad de masas: ¿por qué queremos vivir durante una semana al año un estilo de vida burgués?, ¿qué hay detrás de ese deseo de que nos sirvan nuestras compañeras durante los pocos días al año en los que no tenemos que trabajar? Abandonar la idea de cuánto turismo y pensar qué turismo: ¿por qué nuestro descanso anual está totalmente diseñado y pensado por y para el consumo de experiencias, personas, lugares y mercancías? ¿Es que acaso no podemos imaginar otras vacaciones que no pasen por la evasión de nuestra realidad? ¿Y si el capital nos hubiera robado la imaginación política para poder soñar con unas verdaderas vacaciones comunitarias y de ocio popular? 

Y es que creemos que estas son las verdaderas preguntas que nos pueden ayudar a imaginar unas vacaciones populares, más allá del turismo y su industria. Creemos que es necesario cuestionarse qué es lo que queremos conseguir cuando viajamos. ¿Qué buscamos con esa visita? ¿Descansar? Muchas veces no lo hacemos. ¿Conocer otras culturas? Es absurdo pensar que lo haríamos, y más estando como mucho un par de semanas, cuatro días en el mayor número de ocasiones. ¿Admirar monumentos? ¿Descubrir paisajes? ¿Descubrirnos a nosotros mismos? ¿Alejarnos del espacio rutinario? ¿Escapar (de qué, de quiénes)? ¿Por qué viajamos con quienes viajamos? ¿Por qué solos, por qué con esos amigos, por qué con esa pareja? ¿Y qué es lo que esperamos del viaje? ¿Disfrutar? ¿Mostrarlo? ¿Es el turismo un objetivo o una excusa, una falsa compostelana que nos permite decirle a la sociedad y a las redes sociales: “Ey, este es mi grupo, ey, esta es mi pareja”? ¿Son nuestras vacaciones coherentes con los personajes que nos creamos (el que se va de festival, la que se va al Sudeste asiático, la familia que va a Benidorm…)? ¿Qué dicen además estas preguntas de los sitios dónde habitualmente vivimos? ¿Cómo habla de nuestros barrios, de nuestros centros sociales y culturales, de nuestras piscinas públicas, bibliotecas y parques? ¿Y si, y como dice una reseña del libro de Ana Pacheco, “al final lo que tenemos que hacer es irnos con las amigas a la piscina municipal y después a comer bravas”?

En fin, sobre estos temas estamos debatiendo estas semanas en la Escuela de las Periferias. Pensar una forma de descanso que no pase por los circuitos de turistificación. Preguntarnos qué hay detrás de ese deseo de desclasamiento que se esconde en muchos de nuestros viajes. Intentar imaginar formas comunitarias de descanso y que no destroce el sitio al que vamos. Desechar el mantra de que conocer nos abre la mente porque sabemos, por experiencia, que no, que si fuera así el mundo sería un lugar mejor cada día y no lo es. Con todo eso, nos juntaremos el lunes 25 de noviembre para debatir sobre estos temas con la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca de Vallekas, con el Sindicato de Inquilinas y con vecinas que se están autoorganizando contra los pisos turísticos en el barrio. No sabemos si llegaremos a buen puerto, aunque la aventura merece la pena. Lleguemos a donde lleguemos, no puede ser que sea más fácil imaginar el fin del capitalismo que el fin del turismo. 

 

@Miguel_Gomez_

@javisittu

@marialgalustian

Escuela de las Periferias, La Villana de Vallekas

 

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