Unos de los rasgos más característicos del repulsivo mundo político y económico que sufrimos supone la creación de fronteras de todo tipo. Cuando decimos fronteras, algunas de las cuales son casi invisibles en nuestras llamadas sociedades desarrolladas, también podríamos hablar de muros físicamente explícitos que impiden el acceso a tantos desposeídos hacia lo que creen algo mejor. Aunque esta situación es continua, y usualmente cerramos miserablemebte los ojos ante ella cuando no la justificamos, en los últimos días ha saltado a la palestra la situación de miles de migrantes atrapados y muriendo en la fronteras de Polonia con Bielorrusia. Los gobiernos, malditos ellos, se culpan unos a otros de forzar a todas estas personas, que huyen de conflictos y calamidades de todo tipo en África y Oriente Medio, a pasar un territorio a otro mientras perecen en el empeño. Resulta estremecedor que, mientras escribo estas líneas, tantas personas se encuentran en esa terrorífica situación permitida por la vieja y cruel Europa. En la frontera, policías, soldados y bandas nacionalistas, gentuza de la peor especie, van a la caza y saqueo de los migrantes, que ya son víctimas previas de contrabandistas sin ningún escrúpulo o, directamente, no tardan en ser deportados. Un nuevo horror en tierra polaca, donde ya se produjo un holocausto hace no tanto tiempo; mientras resultaba fácil poner nombre y rostro a los culpables de aquello, ahora hay que señalar a los muchos culpables de esta permanente crisis humanitaria que estamos permitiendo.
Esta situación descrita se repite en otras fronteras de Europa, como es el caso de la de Turquía con Bulgaria, donde la vida humana no vale nada. Y toda esta corrupción moral, donde todos los Estados con sus fronteras e insolidaridad son culpables, se produce en el contexto de un auge de la extrema derecha, la peor cara del nacionalismo, en toda Europa. Pocos días antes de la crisis en la frontera bieolorrusa la gentuza de Vox convocó unas jornadas en Gran Canaria con la participación de sus principales líderes, léase los borricos fascistas Abascal y Ortega Smith, junto a lo más granado de la ultraderecha europea. No es poca cosa que este partido, el más explícito heredero del franquismo, sea supuestamente la tercera fuerza parlamentaria y pueda recibir todo tipo de ayudas, oficiales y privadas, para hacer alarde de un repulsivo discurso legitimador de un genocicio más o menos encubierto. Tampco es casualidad que esta isla fuera escenario de este vomitivo encuentro, cuando uno de los pilares del discurso de Vox estriba en afirmar que quiere convertirse a las Canarias, que ya sufre auténticos campos de concentración inhumanos, en una autopista para el tráfico de inmigración; por supuesto, de una manera u otra, también quiere identificarse a los migrantes con delincuentes y terroristas. Me pregunto qué diferencia hay entre los que sueltan estos argumentos y los que, armados, van a la caza de las personas más indefensas y que más deberían recibir nuestra ayuda.
Afortunadamente, una parte de la sociedad reacciona y, a pesar del esfuerzo de la ultraderecha para tratar de convocar a todo tipo de chusma militante, ya que medios les sobran, se produjeron también manifestaciones de repulsa. En ella, tuvo protagonismo la Federación Anarquista de Gran Canaria, que tan buena labor está haciendo ayudando a los más desprotegidos en cuestiones esenciales como la vivienda. Es significativo que los cretinos ultrarreacionarios de Vox se dedicaran a atacar a los libertarios, tras el lamentable evento, por encima de cualquier partido político de izquierdas. Los que levantan fronteras físicas, o los que quieran blindarlas aún más, son los mismos que trazan de otro tipo en la propia sociedad. Es fundamental, frente al discurso de odio de esta gentuza de extrema derecha, que pretende enfrentar a las clases populares con los más débiles introduciendo la idea de que el enemigo viene de fuera, trabajar de forma solidaria, fraternal y sin mediadores. Como bien demuestra la FAGC, en su trabajo por un anarquismo de barrio junto a los más desfavorecidos, entre los que se encuentra también la comunidad migrante. Vivimos en un mundo plagado de conflictos armados, mantenidos por intereses de todo tipo, y con necesidades de toda índole producto de terriblemente injustos sistemas políticos y económicos. A las personas que huyen de todo ello, en una actividad tan natural como es la migración en pos de una vida mejor, les cierran las fronteras los mismos que apuntalan el estado de las cosas. Frente a todo ello, más necesario que nunca para anular los nacionalismos y la reacción, es ese viejo concepto de fraternidad universal.
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