En el análisis coinciden todos: Asturias se desangra. El sector primario muere, la población envejece, los pueblos se quedan sin vecinos. Pero también las soluciones parecen ser similares en todo el espectro político, aunque es la izquierda la que más ha madurado sus propuestas. Y dentro de ella IU ha hecho una intensa campaña en favor de una “economía rural sostenible” y su discurso más actual recoge numerosas alternativas para paralizar la crisis del mundo rural.
Sin embargo, a la hora de la verdad las cosas cambian y los hechos demuestran que solo se aplaude la puesta en práctica de ese discurso siempre y cuando esas políticas estén dirigidas por las administraciones, desde arriba, desde el centro. Al menos en Pola de Lena.
El ejemplo más reciente de esa contradicción entre el discurso político y la realidad social es lo que acaba de ocurrir con el colectivo Palaciu de Ronzón en Lena, en donde el Ayuntamiento gobernado por IU y propietario del inmueble público a través de la Fundación que lo gestiona, ha favorecido un desalojo violento de un grupo de gente que lleva meses luchando por, precisamente, hacer realidad una economía local, autogestionada, ecológica, sostenible y, sobre todo autónoma, en el medio rural.
Esta antigua casona, vetusta mansión de la rancia nobleza local y que posteriormente pasó a manos públicas, ha permanecido cerrada muchos años, desde que otro colectivo, Escanda, fuera invitado a desalojarla, aunque en este caso para que Adif pudiera llevar a cabo unas obras de rehabilitación del edificio. Nunca más les dejaron volver, a pesar de que Escanda tenía tras de sí una trayectoria muy productiva en favor del desarrollo rural, del aprendizaje del trabajo de la tierra, de dar valor a las faenas agrícolas, de tratar de concienciar a los muchos jóvenes y no tan jóvenes que pasaron por allí, que el campo se salva desde el campo, tocando la tierra, organizando la producción agraria desde el respeto al medio ambiente y a la naturaleza. Escanda fue un modelo de autogestión de la tierra, un proyecto por el que pasaron decenas de jóvenes de todo el mundo para experimentar directamente otra manera de hacer las cosas.
Tampoco les gustó a los gobernantes locales ese carácter verdaderamente emprendedor, que hacía realidad todo aquello que llena los discursos de los políticos pero que parece causarles temor cuando lo ven en la práctica sin que ellos lo controlen.
Estas iniciativas, tanto la última del colectivo Palaciu de Ronzón, como la de Escanda, tenían varios elementos que no gustan a los gestores del sistema: su carácter autónomo, su desvinculación de las instituciones, su organización horizontal y descentralizada, su modelo asambleario y, lo más subversivo de todo: su propuesta autogestionaria.
Es comprensible e incluso deseable, que la derecha aborrezca estas ideas y las combata con todas sus fuerzas, pero de la izquierda se espera otra sensibilidad diferente. Bien es cierto que tanto la socialdemocracia como las fuerzas a su izquierda, de procedencia marxista como IU o Podemos, fueron siempre ideológicamente favorables al cambio desde arriba y que conciben la transformación social de una forma diferente a la de estos muchachos tan ácratas, es decir, con cierto control por parte de las instituciones y los gobiernos. Es legítimo que piensen así y defiendan este modelo, pero también es sorprendente que otros modelos autónomos y autogestionarios de transformación social desde lo local, como es el caso del colectivo Palaciu de Ronzón, sean aniquilados desde la izquierda acudiendo a la represión de las fuerzas policiales.
Y todo ¿para qué? ¿Todos esos proyectos de la Fundación Ronzón de hacer un centro de desarrollo rural para ayudar a fijar población en que han quedado? Estatutos, declaraciones de intenciones, normativas, buenas palabras…, todas ellas muy en consonancia con ese discurso del que hablaba al principio. Pero la vieja casona está mejor cerrada que con un grupo de hippies acratones que quieren hacer su pequeña revolución a partir de la propaganda por el hecho y que no esperan que les den permiso para poner en marcha su mundo nuevo.
Algunos medios de comunicación saltan enseguida a defender el desalojo de este colectivo y le hacen el caldo gordo a los que tomaron la decisión, publicando fotografías descontextualizadas de suciedad, caos y desorden para generar en la opinión pública una imagen distorsionada de lo que este colectivo allí estaba haciendo. Llevan años metiendo en el mismo saco de forma interesada (difama que algo queda), una ocupación de una vivienda, o la permanencia de un inquilino sin pagar en un piso con el histórico y bien definido movimiento okupa, un movimiento social de larga trayectoria, que persigue, no objetivos individuales sino comunitarios, que promueve dar uso a aquellos inmuebles que están vacíos, con fines culturales, sociales, políticos… En las facultades de periodismo se debería explicar con más rigor lo que es el movimiento okupa, que se ha ganado un hueco en la historia del pensamiento social contemporáneo y que está bien organizado, dispone de un programa bien definido y de una trayectoria honesta.
Okupar, con«k» es lo que hizo hace meses el colectivo Palaciu de Ronzón para dar un uso comunitario a un caserón en desuso, símbolo de la explotación feudal. Para dar vida al pueblo, para generar una actividad económica local, formar a los jóvenes en el trabajo campesino. Sí, es cierto que una okupación es, casi siempre, ilegal, pero no ilegítima cuando el fin que se persigue genera un beneficio no solo para sus ocupantes, sino para la comunidad y el entorno rural, y también para la sociedad, a la que se le traslada un mensaje crítico.
Tierra y Libertad era el lema de los magonistas de la revolución mexicana. Ellos también ocuparon tierras y casas y las pusieron a trabajar para el pueblo. Tierra y Libertad es también el mensaje que hay detrás de la ocupación del Palaciu de Ronzón, un grito de ilusión, un proyecto de vida alternativa que ahora ha sido desmantelado por la fuerza de los que tienen el monopolio de la violencia y amparado por aquellos que dicen defender las luchas sociales desde los despachos.
Fernando Romero
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