En el marco de las distintas huelgas de hambre y trabajo que se están dando en las cárceles a lo largo y ancho de todo el mundo hablar de la necesidad de abolir la prisión se antoja necesario, solo sea como muestra de acompañamiento desde «a fuera» a esas maravillosas muestras de resistencia.
Abolir significa, de acuerdo al diccionario, derogar o dejar sin vigencia una ley, precepto o costumbre. La realidad es que la necesidad de abolir determinadas normas de hecho o de derecho ha surgido constantemente frente a diferentes prácticas sociales existentes a lo largo de la Historia más reciente. En concreto, nace la definición del abolicionismo como una ideología y un movimiento social, cuando se refiere al abolicionismo de la esclavización. Es después, en los años 60 y 70 del siglo pasado cuando el concepto del abolicionismo empieza a utilizarse en Europa para hablar de un movimiento centrado especialmente en la eliminación de las prisiones en los años 60 y 70 del siglo pasado.
La prisión es una de las maquinarias con las que cuenta el Estado para el control social y el mantenimiento del orden. Una institución que si bien no es la única sanción, sí es la principal en términos simbólicos y estadísticos. Es por ello que mencionar todos los argumentos en relación a la abolición de las prisiones desarrollados en el tiempo sobrepasa en mucho líneas si bien es preciso mencionar los principales.
Cuando se defiende la necesidad de abolir las prisiones se ha por considerar que las cárceles son insostenibles en términos morales y humanos:
En primer lugar porque la prisión no cumple con las finalidades de la pena que ofrecen para su justificación: prevención general negativa, prevención general positiva y reeducación. Sin embargo, sí es un fantástico contenedor humano, un eficaz instrumento de control de la pobreza, de estigmatización, de disciplinamiento de toda la sociedad y de mantenimiento del capitalismo y patriarcado.
La prisión afecta a innumerables derechos fundamentales de todo ser humano, no solo a la libertad. Además desde distintas investigaciones ha quedado más que demostrado los innumerables efectos psicosomáticos del encarcelamiento (irreversibles si el encierro supera los 15 años). También se conoce el efecto criminógeno de la propia institución o la explotación laboral que se da en ella, así como las situaciones de violencia estructural y otras directas (como por ejemplo malos tratos y torturas) que se dan en el seno de la prisión.
Con esto hubo autores como Louk Hulsman quien escribió junto con Jaqueline Bernat de Célis la obra Sistema penal y seguridad ciudadana, en la que planteaban la abolición del sistema penal en su totalidad. Entre otras cosas se basaba su propuesta en la inconveniencia de esta estructura de castigo por tres motivos fundamentales: crea un sufrimiento innecesario, roba el conflicto a las partes y es difícilmente controlable.
Desde entonces las críticas a la prisión y la necesidad de plantear modelo de intervención en la justicia penal que no pasen por el juzgamiento se están expresando de distintos modos por personas expertas, círculos de personas que trabajan en torno a la prisión y con colectivos de víctimas.
Es firme la convicción de que si miramos al futuro, la prisión debe desaparecer, como lo sostuvieron otras personas en el pasado para el día de hoy. Sin embargo, nada de esto ha sucedido. Probablemente haya sido así porque la única forma de que estas estructuras penales desaparezcan es que se dé un cambio total y generalizado en nuestra sociedad. Una transformación radical consistente en abandonar la cultura del castigo: no acudir al castigo en ningún ámbito (ni estatal, ni familiar, ni escolar, ni interpersonal) para buscar generar cambios sociales. La propuesta no es no dar respuesta a los abusos y violencias estructurales. Al contrario, se trata de tomarlas tan en serio que no se reduzcan al absurdo dispositivo del castigo.
En conclusión, y retomando en todo caso los esfuerzos de todas las demás formas de abolicionismo, debe irse más allá de la abolición del sistema penal, debemos avanzar un poco más, o un poco más atrás, más cerca de la raíz, hasta la abolición de la idea misma del castigo y por tanto de la cultura del castigo. Consideramos insuficiente trabajar por la eliminación de una sola de las manifestaciones del castigo: la prisión, o por la de la representación estatal de esa cultura: el sistema punitivo y de Justicia penal, pues sabemos que para que algo se destruya realmente, la mejor alternativa es atacar sus fundamentos esenciales. Esta es la única manera de evitar que se reproduzca de nuevo aunque sea bajo formas superficialmente distintas.
Solo luchando por la abolición del lugar de creación del dolor legal, el movimiento abolicionista podrá permitir a toda la humanidad volver a dar un sentido a la experiencia íntima del dolor. No hay que esperar a que tengamos una sociedad perfecta para que no existan las prisiones, al contrario: abolirla es necesario para que esa nueva sociedad se realice en mejores condiciones de vida. Y lo contrario: no debemos esperar a tener una sociedad perfecta para entonces eliminar la prisión, el encierro de la personas, es una de las imperfecciones más profundas que tiene en sus entrañas.
Hemos de pensar y concluir que su eliminación nos permitiría avanzar más rápida y dignamente a esa otra sociedad. Mientras no seamos capaces de eso, las resistencias dentro y fuera de las prisiones para no permitir avanzar al retroceso en derechos y a la explotación galopante dentro de las prisiones son el mínimo indispensable. En el Estado Español, básicamente, lo que desde el colectivo Presxs en Lucha se pide es: 1) El fin de las torturas, agresiones y tratos crueles, inhumanos y degradantes; 2) la erradicación de los FIES, abolición del llamado «régimen especial» de castigo y cierre absoluto de los departamentos de aislamiento; 3) el fin de la dispersión; 4) que los servicios médicos no estén adscritos a Instituciones Penitenciarias, sino que sean independientes de ellas, para que las personas presas reciban los mismos tratamientos que la gente de la calle; 5) la libertad de las personas presas enfermas crónicas, sin que exista el requerimiento de que entren en fase terminal; 6) que a las personas con enfermedad mental se les trate adecuadamente en lugares apropiados para ello y no en las cárceles, y mucho menos en régimen cerrado o en aislamiento; 7) que los «programas» con metadona, tratamientos psiquiátricos, etc vayan acompañados de grupos de apoyo, psicólogos, terapeutas, entre otros profesionales independientes de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias; 8) la investigación de todas las muertes que se dan en las cárceles; 9) accesos formativos y culturales a todas las personas presas; 10) que los «módulos de respeto« no sean utilizados como escaparates, para pasear a los visitantes; 11) que se deje de cachear integralmente a las familias y amistades visitantes; 12) y la no criminalización de la solidaridad entre personas presas; 13) limitación al mínimo posible del tiempo de las condenas. Deesaparición de la cadena perpetua encubierta que existe desde siempre para lxs presxs que tienen varios bloques de condenas entre los que no existe «conexidad», 14) fin de la situación de indefensión jurídica que padecemos las personas presas en las cárceles del Estado español.
Nuestra máxima solidaridad con las más de 11 millones de personas encerradas hoy en el mundo. Solo esta cifra, que nunca antes fue tan alta, permite criticar los espacios de encierro por ser aberrantes pero también invita a su abolición por ser una urgencia humanitaria.
Paz Francés*
*Autora junto con Diana Restrepo del libro de reciente publicación ¿Se puede terminar con la prisión?
*Autora junto con Diana Restrepo del libro de reciente publicación ¿Se puede terminar con la prisión?
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