Cuando la multitud hoy muda, resuene como océano.

Louise Michel. 1871

¿Quién eres tú, muchacha sugestiva como el misterio y salvaje como el instinto?

Soy la anarquía


Émile Armand

martes, abril 2

La anarquía



El duro al mes que ganaba Manuela Lago
trabajando con siete años de sol a sol
a cambio de unas sopas de ajo con pan
y un potaje de garbanzos y tocino por la noche.

La conquista del pan,
leída en voz alta y patosamente por José Núñez,
volviendo al pueblo,
después del duro trabajo en el campo,
montado en su burrito,
con un pie en cada alforja
y las riendas abandonadas.

El día que aprendió a leer José Monroy
como la cosa más hermosa del mundo,
gracias a otro jornalero que tenía ideas
y daba clases en el ateneo por la noche.

El periódico Solidaridad Proletaria
que compraba María Toro
para que alguien se lo leyera,
porque ella, aunque era analfabeta, se aprendía
los artículos de memoria con escucharlos una vez.

Las conferencias mensuales de Miguel Olmo
sobre los peligros del alcohol, el juego y el burdel
que entorpecen los sentidos y degradan la moral,
instando a los obreros a cambiar el bar
por la lectura y el estudio de libros y periódicos.

La unión en amor libre de María Silva con su compañero
para tener los mismos derechos que los hombres,
bajo el sagrado precepto del respeto mutuo
y la pasión profunda.

La Idea deslumbrando un claro día de mayo a Juan Estudillo,
que se hizo vegetariano, naturista y nudista,
y comenzó a escribir artículos para los obreros
bajo el pseudónimo de El Duende de la Pena.

La bandera roja y negra izada por Juan Moreno
en el ayuntamiento del pueblo
porque pensaban que la reacción había sido derrotada
y el futuro ya se había ganado en toda España.

Todo esto tenía muchos nombres, muchos nombres
que aún no se han apagado.


Antonio Orihuela. Pelar cebolla. Ed. Amargord, 2017

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